El derrumbe del mercado de soya: ¿Traición o sacrificio por la patria agrícola de EE.UU.?
Cómo la guerra comercial entre China y Estados Unidos ha puesto a miles de agricultores al borde del colapso económico
Caleb Ragland, un agricultor de Kentucky y líder del gremio American Soybean Association, observa con angustia cómo sus plantas de soya están listas para cosechar. Sin embargo, no sabe dónde venderlas. China, el comprador más grande de soya estadounidense durante décadas, ha cerrado sus puertas debido a la guerra comercial iniciada por el expresidente Donald Trump. La incertidumbre tiene en vilo a la industria agrícola de EE.UU., especialmente a los productores de soya.
Una guerra sin fusiles que ha dejado heridos en el campo
Históricamente, China ha representado alrededor del 51% de las exportaciones estadounidenses de soya. En 2017, por ejemplo, compró más de $12,5 mil millones en soya, representando más del doble de lo que importó la Unión Europea ($2,45 mil millones).
Pero todo cambió en 2018, cuando Trump impuso fuertes aranceles a importaciones chinas. En represalia, el gobierno de Pekín impuso aranceles del 34% a productos agrícolas estadounidenses, incluida la soya.
De un plumazo, el grano más exportado por EE.UU. quedó excluido del mercado más codiciado del mundo.
La dependencia de un solo mercado: ¿error estratégico?
El auge del consumo de soya en China comenzó en los años 90, durante el auge económico del gigante asiático. Al necesitar grandes cantidades de proteína vegetal para la producción de aceites y alimentación animal, el país asiático se convirtió en un cliente casi insaciable.
En 2024, China produjo solo 20 millones de toneladas métricas de soya, pero importó más de 105 millones de toneladas. Esa brecha fue cubierta principalmente por Brasil, que hoy representa más del 70% de las importaciones chinas, reduciendo la cuota de EE.UU. a apenas un 21%, según datos del Banco Mundial.
La sobredependencia de un solo mercado se convirtió en el talón de Aquiles de los agricultores estadounidenses.
Trump promete, el campo espera
“No queremos subsidios. Queremos mercados”, declara Brian Warpup, un agricultor de cuarta generación en Indiana. Los agricultores recibieron más de $28 mil millones en ayudas durante la primera guerra comercial, pero eso no garantiza la sostenibilidad del negocio.
“Presidente Trump, hemos estado de su lado. Ahora necesitamos que usted esté del nuestro”, suplica Caleb Ragland, quien aún mantiene la esperanza de que sus tres hijos lleguen a ser la décima generación en trabajar sus 4.500 acres.
Pese a las promesas del entonces presidente de alcanzar un acuerdo en “90 días”, los agricultores han esperado años sin solución concreta.
El tiempo se agota: cosechas, precios y una economía rural en jaque
La caída del precio de la soya, sumada a los altos costos de insumos como fertilizantes y acero (agravados por otros aranceles), ha dejado márgenes de ganancia insignificantes, cuando no pérdidas.
“Este año mucha gente solo quiere salir tablas”, comenta Ragland.
Según el Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA), la soya sigue siendo la exportación agrícola número uno, representando el 14% de las ventas al exterior. Su colapso no solo afecta a los agricultores, sino también a industrias asociadas como transporte, manufactura de maquinaria agrícola y bioenergía.
China, más astuta de lo que pensábamos
La respuesta de China ha sido meticulosamente calculada. Al identificar que los agricultores argentinos, brasileños y estadounidenses son actores clave en mercados globales, decidió picar adelante.
China no solo reemplazó a EE.UU. por Brasil, sino que comenzó a firmar acuerdos bilaterales estratégicos hasta con Argentina y Paraguay.
“Es una jugada geopolítica brillante”, admite Jim Sutter del U.S. Soybean Export Council. “Identificaron un punto débil en la coalición de apoyo de Trump: los agricultores.”
Así, con la presión política derivada desde los campos del medio oeste, el gobierno estadounidense ha visto cómo se desmorona una de sus bases más leales. Los agricultores son importantes no solo por razones económicas, sino por ser distritos clave en elecciones presidenciales.
¿La diversificación es la respuesta?
Robb Ewoldt, agricultor de Iowa y miembro del United Soybean Board, dice que aunque se están haciendo esfuerzos para desarrollar otros mercados, no se puede reemplazar a China de la noche a la mañana.
“No podemos reemplazar a China en un solo intento. Eso simplemente no va a pasar”, afirma.
Intentos de diversificación incluyen acuerdos con Taiwán por $10 mil millones en productos agrícolas y misiones comerciales en Indonesia, Japón y mercados africanos. Asimismo, el impulso del biodiésel y el consumo interno para ganadería está creciendo.
Pero todo esto palidece frente al volumen que exigía el gigante asiático.
¿Una solución política en el horizonte?
Para muchos agricultores, la única salida viable es recuperar el mercado chino mediante una renegociación comercial sólida. Sin embargo, la relación geopolítica entre EE.UU. y China sigue complicada por otros temas: Taiwán, ciberespionaje, tecnología, defensa y derechos humanos.
“La estrategia de China está clara. Saben que el campo estadounidense pesa en cada elección”, dice Jim Sutter.
En otras palabras, mientras los agricultores se empobrecen, los diplomáticos utilizan su sufrimiento como ficha de cambio.
La resistencia del campo versus el pragmatismo comercial
Pese al impacto devastador, muchos productores rurales aún se sienten cercanos a Trump. Un sentimiento forjado en la identidad cultural más que en la lógica económica.
“Este es nuestro presidente. Él va a arreglarlo”, repiten algunos granjeros como un mantra que mezcla fe, patriotismo y resignación.
Pero la economía no perdona: los bancos, los costos crecientes y la deuda acumulada ya han dejado a muchos fuera del negocio. En 2019, se reportaron más de 500 quiebras agrícolas solo en el medio oeste.
¿El fin del sueño agrícola?
Cuando los hijos de Caleb Ragland corren entre las filas de soya en Kentucky, quizás no entienden que ese futuro está en juego. Un sector que durante décadas fue bastión del crecimiento económico y proveedor mundial de alimentos, hoy se tambalea por decisiones políticas globales.
“No quiero ser la generación que lo pierda todo”, dice Ragland. “Pero sin un acuerdo con China, no sé cuánto tiempo más podremos resistir”.
El campo estadounidense ya no solo combate malezas o clima adverso. Ahora también pelea contra diplomacia, aranceles y el fantasma del aislamiento comercial.