Netanyahu en la ONU: teatro político, provocación y un mensaje con múltiples destinatarios
Entre mapas, QR codes y preguntas tipo test, el primer ministro israelí redefine la oratoria como performance geopolítica
Una actuación más que un discurso
En la última Asamblea General de las Naciones Unidas, realizada en septiembre de 2025, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, volvió a demostrar por qué es considerado uno de los políticos más teatrales y, para muchos, más polémicos del escenario internacional. Con una puesta en escena armada meticulosamente y una narrativa cargada de simbolismos visuales, Netanyahu ofreció un discurso que mezcló provocación, denuncia y una dosis alta de propaganda política con objetivos múltiples.
Durante su intervención, lejos de conformarse con las palabras, Netanyahu desplegó un mapa titulado en inglés "THE CURSE" —"la maldición", en, sí, mayúsculas— y comenzó a tachar con un grueso marcador los países donde, según él, Israel ha eliminado a sus enemigos en los últimos dos años del conflicto regional. Una imagen fuerte, que generó reacciones instantáneas tanto entre quienes lo apoyan como entre sus críticos.
Acto seguido, presentó una tarjeta con preguntas de opción múltiple al estilo test escolar, preguntando: "¿Quién grita ‘muerte a América’?". Las posibles respuestas eran: Irán, Hamás, Hezbolá y los hutíes de Yemen; la respuesta correcta, según él mismo indicó: "Todos los anteriores". Una combinación entre predicación política y espectáculo mediático que dejó atónito a más de uno.
QR Codes y propaganda digital
Pero quizás el detalle más llamativo fue el gran botón con código QR que Netanyahu llevaba en su vestimenta. Este código dirigía a una página web oficial donde se ofrece la versión israelí sobre los hechos del 7 de octubre de 2023 y la situación de los rehenes en Gaza. Es el uso de tecnología al servicio de la narrativa estatal, un ejemplo más del ingenio —y cinismo, según algunos— con el que Netanyahu juega en el escenario internacional.
Según fuentes del gobierno israelí, se instalaron grandes altavoces en camiones cerca de la frontera con Gaza para retransmitir el discurso, supuestamente con la intención de que los rehenes cautivos lo escucharan, como una forma de "mensaje de esperanza". Más allá del simbolismo, fue un gesto con tintes propagandísticos. La supuesta intervención en teléfonos móviles dentro de Gaza, también anunciada por el gobierno israelí, fue desmentida por testigos en el enclave palestino que aseguraron no haber oído ni la retransmisión ni sufrido hackeos.
Auditorio vacío, intenciones llenas
Aunque la Asamblea General estaba prácticamente vacía mientras Netanyahu hablaba, incluso con decenas de diplomáticos abandonando el lugar en señal de protesta por la guerra en Gaza, el mensaje no era solo (ni principalmente) para ellos. Netanyahu tenía en mente una audiencia muy distinta.
Entre los destinatarios del mensaje estaban, claramente, su base de votantes en Israel —en un momento de alta polarización interna— y el ex presidente estadounidense Donald Trump, con quien tenía programada una reunión poco después en la Casa Blanca. El tono desafiante, los gestos gráficos y los vítores ensayados de sus acompañantes dejaron claro que la prioridad era construir una narrativa de fortaleza, legitimidad y liderazgo estratégico.
¿Política exterior o campaña electoral internacional?
No es la primera vez que Netanyahu utiliza recursos visuales durante sus discursos ante la ONU. En 2012, por ejemplo, mostró una caricatura de una bomba nuclear para retratar su interpretación de la amenaza nuclear iraní. Aquella vez también fue duramente criticado por difundir alarmismo exagerado. Esta tradición de show político, sin embargo, no es exclusiva de Netanyahu, aunque pocos la han llevado con tanto énfasis escénico.
Israel, bajo su liderazgo, está siendo cada vez más señalada como un Estado que desafía las reglas internacionales sin mayores consecuencias concretas. Así lo demuestran las constantes críticas en la ONU por la expansión de asentamientos en territorios ocupados, los ataques sobre Gaza y Cisjordania, y la creciente represión del movimiento palestino.
Telón de fondo: el acuerdo nuclear con Irán y la fractura diplomática
Todo esto ocurre mientras el escenario internacional se ve sacudido por el agravamiento de las tensiones nucleares con Irán. La última resolución del Consejo de Seguridad impulsada por Rusia y China, que buscaba retrasar seis meses la reactivación de sanciones al régimen iraní, está destinada al fracaso. La "mecanismo de resorte" (o snapback), activado por Alemania, Francia y Reino Unido, restablecerá el régimen de sanciones incluso sin el apoyo unánime del Consejo.
Entre las exigencias hacia Irán se encuentran: permitir nuevamente el acceso de inspectores de la OIEA a sus instalaciones nucleares, reanudar negociaciones con EE.UU., y justificar las más de 400 kg de uranio altamente enriquecido detectadas. Se ha denunciado que, en ciertos casos, el uranio alcanza una pureza del 60%, peligrosamente cerca del 90% requerido para material fisible de armas nucleares.
Aunque Egipto medió en un acuerdo preliminar para normalizar la cooperación entre Teherán y el organismo de control nuclear, hasta ahora no ha habido avances verificables, y se espera que las sanciones entren en vigor de todas maneras.
Implicaciones: narrativas paralelas y realidades divergentes
Netanyahu aprovechó su estrado para jugar en varias ligas a la vez: internas, regionales e internacionales. Construyó un relato épico sobre una nación que lucha sola contra amenazas múltiples, buscando apoyo en mitos del heroísmo nacionalista israelí. Mientras tanto, en el frente diplomático, Israel enfrenta un aislamiento cada vez mayor, lo que podría aumentar la radicalización de ambas partes del conflicto.
Las narrativas oficiales de Teherán y Jerusalén son ahora más irreconciliables que nunca, jugando sus cartas frente a audiencias también muy diferentes: una global y escéptica ante la retórica beligerante, otra local y nutrida por la identidad nacional. El resultado: una política exterior dominada por simbolismos, escenografías y estrategias mediáticas más propias del marketing político que de la diplomacia tradicional.
El espectáculo de Netanyahu fue, en suma, menos un discurso diplomático y más una obra cuidadosamente montada para reforzar su figura como hombre fuerte de Israel. Pero eso no significa que carezca de consecuencias tangibles. En un contexto global cada vez más polarizado, este tipo de intervenciones pueden alimentar dinámicas peligrosas donde las palabras, como los símbolos, se convierten en municiones geopolíticas.