Represión global: Cómo los gobiernos acorralan a los disidentes más allá de sus fronteras

De Nigeria a China, pasando por Pakistán: una mirada al uso de cargos de terrorismo y separatismo como armas políticas

  •  EnPelotas.com
    EnPelotas.com   |  

La nueva cara del autoritarismo: la represión transnacional

En los últimos años, el mundo ha sido testigo de una preocupante tendencia: el uso de cargos de terrorismo y separatismo como herramientas políticas por parte de Estados autoritarios o en vías de autoritarismo. Desde el sudeste de Nigeria hasta la región del Tíbet, pasando por las operaciones militares en Pakistán, los casos recientes de represión y persecución política tienen una narrativa común: sofocar voces disidentes bajo el pretexto de la seguridad nacional.

El caso de Nnamdi Kanu: Biafra, una herida abierta en Nigeria

En Nigeria, la figura de Nnamdi Kanu se ha convertido en un símbolo de resistencia para algunos, y en un blanco obligatorio para el Estado. Líder del movimiento Indigenous People of Biafra (IPOB), Kanu ha sido acusado reiteradamente de terrorismo por el gobierno nigeriano. Aunque el conflicto armado en Biafra culminó en 1970 con aproximadamente un millón de muertos, el deseo de autodeterminación sigue vivo en las regiones del sureste del país.

Según el juez James Omotosho, el gobierno logró establecer pruebas suficientes en contra de Kanu para que sea juzgado. Sin embargo, el historial de detenciones irregulares, su nacionalidad británica, su secuestro en Kenia y posterior traslado forzado a Nigeria en 2021 han levantado serias dudas sobre el respeto al debido proceso.

IPOB niega las acusaciones de violencia, pero aún así ha sido catalogada como una organización terrorista. Esta estrategia ha permitido a las autoridades justificar una respuesta militarizada y severa hacia sus miembros y simpatizantes. La represión ha resultado en numerosas víctimas, con ataques a comunidades enteras en el sureste nigeriano.

Zhang Yadi y el caso de la vigilancia global de China

En otro continente, una joven activista de 22 años fue detenida al regresar a su ciudad natal en China. Zhang Yadi, estudiante en Europa y vocal promotora de los derechos del pueblo tibetano, fue arrestada bajo sospecha de "incitar al separatismo". Su delito: expresar opiniones políticas desde París y Ámsterdam.

El caso de Zhang ilustra la política cada vez más agresiva de control transfronterizo de Beijing. No es la primera: en 2023, Li Yanhe, editor en jefe en Taiwán, fue detenido tras visitar Shanghái y más tarde sentenciado a tres años de prisión por publicar libros prohibidos.

Según Human Rights Watch, estas acciones son parte de un patrón sistemático de represalias contra ciudadanos chinos que critican al régimen desde el exterior. Tanto Zhang como Li se convirtieron en blancos por ejercer su libertad de expresión en países democráticos.

Pakistán: entre el separatismo, el radicalismo y la militarización del Estado

Mientras tanto, en Pakistán, el uso de la fuerza contra grupos considerados "Khwarij" o extremistas islámicos también se ha intensificado. En el distrito de Karak, las fuerzas de seguridad mataron a 17 miembros del grupo Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), en una operación basada en inteligencia. Dos días antes, 13 milicianos supuestamente talibanes fueron eliminados en otro operativo en Dera Ismail Khan.

Estos operativos, aunque presentados como victorias antiterroristas, encajan en una estrategia más amplia de militarización interna. Activistas señalan que en muchas ocasiones estos ataques se traducen en represión indiscriminada hacia comunidades completas, especialmente pastunes, que comparten identidad étnica y religiosa con algunos combatientes talibanes.

Separatismo: más que una amenaza, una narrativa útil

Lo que une a estos escenarios es la utilidad discursiva del separatismo en manos de Estados que buscan reforzar su autoridad. Desde China con Tíbet y Xinjiang, hasta Nigeria con Biafra y Pakistán con los pastunes y baluches, los gobiernos han construido una narrativa donde cualquier exigencia de autodeterminación es automáticamente terrorismo.

  • En China: la represión sigue la línea establecida tras los disturbios en Lhasa (2008) y la represión sistemática tras la llegada al poder de Xi Jinping. Más de 150 tibetanos se han inmolado en protesta desde 2009.
  • En Nigeria: el conflicto de Biafra dejó heridas abiertas. La falta de inversión estatal, la marginalización política y los abusos contra la población igbo han reavivado movimientos separatistas una y otra vez.
  • En Pakistán: los pastunes y los baluches llevan décadas exigiendo mayor autonomía. A menudo son víctimas de desapariciones forzadas y asesinatos extrajudiciales.

Técnicas modernas de represión: del espionaje digital a la vigilancia familiar

Con el auge del internet y las redes sociales, los Estados han adaptado sus herramientas. En lugar de limitarse a espiar en su territorio, han comenzado a seguir a sus ciudadanos donde sea que vayan. Zhang Yadi aceptó una entrevista con un podcast en junio. Sus amigos creen que este acto público pudo activar las alarmas de la inteligencia china.

Casos similares aparecen cada vez más en estudiantes procedentes de Irán, Egipto y Arabia Saudita viviendo en Europa o América del Norte. El patrón se repite: vigilancia en línea, amenazas a sus familiares en su país de origen, retirada de pasaportes, detenciones arbitrarias al regresar a casa.

Una política de silencio: ¿dónde están las democracias?

Frente a estas realidades, las democracias occidentales se muestran incómodamente silenciosas. En el caso de Zhang, ni Francia ni Reino Unido han emitido comunicados oficiales. Las razones van desde la dependencia económica con China hasta el temor a escalar conflictos diplomáticos.

De igual manera, el Reino Unido rara vez comenta sobre la situación de Nnamdi Kanu, aunque sea su ciudadano. Y Estados Unidos, pese a sus alianzas en la región asiática, ha optado por una postura ambigua respecto a los abusos en Pakistán.

La propaganda y el cinismo estatal

Los gobiernos implicados justifican sus acciones con discursos elaborados:

  • China: defiende su derecho a mantener la "unidad nacional" y evitar el "intervencionismo extranjero".
  • Nigeria: acusa a IPOB de fomentar desorden público e insurrección violenta.
  • Pakistán: enmarca sus operaciones como necesarias en la “guerra contra el terrorismo”.

Pero detrás de la retórica, lo que queda es un patrón de represión institucionalizada que transforma el activismo pacífico en delito, y la divergencia ideológica en traición.

Una nueva generación de mártires políticos

Zhang Yadi, Nnamdi Kanu, y tantos otros representan una generación de disidentes —estudiantes, líderes comunitarios, periodistas, intelectuales— que pagan con su libertad la osadía de cuestionar sistemas autoritarios. A diferencia de generaciones anteriores, muchos de ellos han vivido en el extranjero, formados bajo valores democráticos, pero atrapados por raíces familiares, pasaportes débiles o esperanzas ingenuas de que las cosas puedan cambiar desde dentro.

Lo que está en juego

La represión del separatismo no es sólo el silenciar una ideología. Es sofocar la posibilidad misma de imaginar un futuro distinto. Es castigar la conciencia crítica. Y lo más alarmante, es decirle al mundo que no importa dónde estés —siempre estarás bajo nuestro control.

Hasta que las democracias tomen posición firme —más allá de declaraciones vacías— y promuevan sanciones reales, apoyo consular activo y protección para activistas exiliados, estos casos seguirán acumulándose. Pero cada Zhang, cada Kanu, cada comunidad arrasada en Pakistán, dejará una marca más profunda en la conciencia colectiva: la libertad no es un derecho garantizado, es una lucha constante.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press