¿Camino al autoritarismo? El experimento Trump y las alarmas democráticas globales
Entre amenazas a la prensa, revanchismo judicial y poder consolidado: ¿está Estados Unidos siguiendo el libreto de líderes como Chávez, Erdogan u Orbán?
Donald Trump: ¿el nuevo rostro del autoritarismo democrático?
El segundo mandato de Donald Trump ha reavivado intensos debates sobre los límites del poder y la fragilidad de la democracia estadounidense. Desde su retorno al poder, Trump ha tomado una serie de decisiones que han alimentado comparaciones con figuras como Hugo Chávez en Venezuela, Recep Tayyip Erdogan en Turquía y Viktor Orbán en Hungría. El hilo conductor: el uso militante del aparato estatal para avivar conflictos políticos, castigar oposición e imponer una agenda personal.
Lo que una vez parecían advertencias lejanas, hoy son ecos reconocibles para quienes han vivido o estudiado regímenes que degeneraron en democracias iliberales o directamente populismos autocráticos.
Licencias televisivas, justicia selectiva y purgas internas: señales de alerta
En 2007, Hugo Chávez revocó la licencia de RCTV, el canal más antiguo de Venezuela. Fue una advertencia con consecuencias. Ocho meses después de iniciar su segundo mandato, Trump ha sugerido lo mismo con cadenas críticas como ABC, luego de un sketch de Jimmy Kimmel que molestó a sectores conservadores. Aunque la amenaza no se ha concretado, el patrón resulta preocupante.
Además, Trump ha manifestado su intención de usar al Departamento de Justicia para perseguir a antiguos enemigos políticos, incluyendo al exdirector del FBI, James Comey, recientemente imputado por delitos que muchos consideran vagos o motivados políticamente.
En palabras del sociólogo David Smilde, experto en Venezuela: "La única diferencia con los modelos autoritarios clásicos es la velocidad con que ocurre". Y esa rapidez ha dejado atónita a una clase política que nunca esperó que las costumbres normativas de la democracia estadounidense fueran tan vulnerables.
Ecos y paralelismos globales: Venezuela, Turquía y Hungría
Para entender cómo una democracia retrocede, es útil observar a quienes ya han transitado ese camino. El caso de Recep Tayyip Erdogan en Turquía es quizás el más elocuente. Alper Coskun, exfuncionario turco ahora radicado en EE.UU., compara a Trump con Erdogan en su afán de controlar todas las estructuras de poder. "La diferencia es que Trump no tiene que preocuparse por una cúpula militar o empresarial que lo frene, como sí tuvo que hacer Erdogan en 2002", explica.
Esa rapidez ha sorprendido incluso a académicos como Henri Barkey, experto en Turquía y quien personalmente fue acusado por Erdogan tras el fallido golpe de Estado de 2016. "Trump está siguiendo la misma hoja de ruta, pero más rápido", advierte Barkey, aunque añade que le falta dar un paso decisivo: usar el aparato de justicia para bloquear rivales que aspiren a cargos públicos.
En Europa, Viktor Orbán regresó al poder en Hungría en 2010 con un plan detallado para modificar la constitución y las reglas electorales. "Orbán tenía la política de 'no asustar a los caballos'. Trump, en cambio, cabalga al galope", dice Kim Scheppele, profesora de Princeton y exasesora del Tribunal Constitucional Húngaro.
El manual del revanchismo: amenazar, purgar, intimidar
Uno de los sellos indelebles del actual Trumpismo es su carácter retaliador. Desde su investidura, el presidente ha impulsado una purga institucional, removiendo figuras que no considera lo suficientemente leales y señalando como "enemigos del pueblo" a medios independientes y críticos.
En redes sociales, Trump clama por venganza. A su fiscal general, Pam Bondi, le recriminó públicamente la falta de procesamientos contra opositores. Y pocos días después, se ejecutó la imputación de Comey. Pura coincidencia... o no.
Además, ha amenazado con enviar tropas a ciudades gobernadas por demócratas, como Portland, Oregón. Lo justifica como una medida de "orden interno", pero para muchos, se asemeja más a la militarización de la política característica de Chávez o incluso del propio Vladimir Putin.
Estados Unidos: ¿preparado para el autoritarismo?
El politólogo Steven Levitsky, coautor de "Cómo mueren las democracias", afirma: "EE. UU. no es una sociedad preparada para el autoritarismo". Según él, la historia estadounidense moderna ha estado demasiado marcada por el excepcionalismo democrático como para haber desarrollado reflejos contra el totalitarismo.
Pero las señales están ahí. Trump ya ha indultado a más de 1,500 personas implicadas en el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021. Ha atacado jueces, universidades y hasta deportistas. Nadie está a salvo si se opone o lo crítica con demasiada intensidad.
"Muchos de nuestros contrapesos institucionales funcionaron en 2020. Pero ahora, con una narrativa más cohesiva y un equipo más leal, Trump ha regresado con una ofensiva más feroz", advierte Smilde.
¿Es reversible este camino?
Lo que marca la diferencia entre el autoritarismo consolidado y una democracia resiliente no es tanto el líder, sino la respuesta colectiva. En Hungría, Orbán fue reelegido varias veces. En Turquía, la oposición ha resistido, pero ha sido asfixiada poco a poco. En Venezuela, Chávez logró el control total antes de fallecer en 2013.
Estados Unidos aún tiene una prensa activa, tribunales independientes y elecciones. Pero también tiene una base electoral cada vez más alienada, una polarización récord y un liderazgo dispuesto a explorar todos los límites del poder.
Como dice Coskun: “Turquía quería ser la pequeña América. Ahora, América parece la pequeña Turquía.”
¿Qué podemos aprender del resto del mundo?
La principal lección es que las democracias no mueren con un coup d'état, sino con un cambio de reglas desde dentro, legal pero ilegítimo. Cuando el órgano ejecutivo, el judicial y el legislativo funcionan como un bloque de lealtad unificada, la democracia se transforma en una fachada. Es lo que vimos en Caracas. Es lo que pasa en Budapest. Es lo que amenaza con suceder en Washington.
La historia no se está repitiendo, pero sí está rimando.