Cuando la verdad se vuelve rehén: teorías conspirativas y el legado de la insurrección del 6 de enero

Trump, el FBI y una narrativa peligrosa que redefine la política estadounidense

La teoría que nunca muere: ¿agentes del FBI como agitadores?

Donald Trump, expresidente de los Estados Unidos, ha reavivado una de las teorías conspirativas más persistentes desde el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Según sus declaraciones, recientemente publicados "documentos del FBI" comprobarían que 274 agentes federales estuvieron presentes no como fuerza del orden, sino como instigadores del caos. La realidad, sin embargo, es otra.

En una publicación ampliamente difundida, Trump declaró: “Como ahora resulta, los agentes del FBI estuvieron en, e incluso dentro, de la protesta del 6 de enero, probablemente actuando como agitadores e insurrectos, pero ciertamente no como agentes del orden público”.

La acusación es grave. Equivale a responsabilizar a la principal agencia de investigación criminal del país de planear o catalizar una insurrección contra el Congreso de los Estados Unidos. Pero ¿qué sustento tienen sus palabras?

¿Qué dicen realmente los documentos filtrados?

La controversia gira en torno a 50 páginas de presunta documentación interna del FBI, reveladas por el sitio conservador Just The News. Dichos documentos, lejos de respaldar la acusación de Trump, simplemente detallan las acciones y despliegues de los agentes durante ese fatídico día.

En su página 46, los documentos mencionan que 274 agentes de la Oficina de Campo de Washington del FBI respondieron a la emergencia ocurrida en el Capitolio y en zonas aledañas. No hay evidencia alguna de que estos actuaran como agitadores ni de que estuvieran disfrazados de manifestantes.

La documentación incluye una evaluación de las acciones del FBI ese día, recomendaciones y críticas al manejo operacional. Todo apunta más a un informe post mortem que a una conspiración.

El mito del FBI infiltrado: una narrativa sin pruebas

Desde el mismo 6 de enero de 2021, múltiples voces han sugerido—sin pruebas contundentes—que agentes encubiertos provocaron el asalto al Capitolio. Esta narrativa tuvo eco incluso en algunos sectores del Congreso y ha sido uno de los pilares del esfuerzo de Trump por evadir su responsabilidad sobre aquel suceso.

Un informe del Inspector General del Departamento de Justicia, publicado en diciembre de 2024, desmiente estas afirmaciones de manera categórica. El informe concluye que ningún empleado encubierto del FBI estaba autorizado a participar en los disturbios y que los informantes no tenían permiso para ingresar al Capitolio ni violar la ley.

Según el informe, 26 informantes estaban en Washington ese día: cuatro entraron al Capitolio y otros 13 ingresaron a áreas restringidas, sin que tuviesen autorización del FBI para hacerlo. La gran mayoría no participó en ninguna acción ilegal.

El poder de repetir una mentira

“Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, decía Goebbels, jefe de propaganda nazi. La estrategia comunicacional de Trump pareciera beber de esta fuente. A través de entrevistas, redes sociales y eventos políticos, ha insistido una y otra vez en una visión conspirativa donde él es la víctima de un complot estatal.

La intención es clara: distorsionar los hechos para sembrar desconfianza en las instituciones, minar la fe ciudadana en la justicia y redirigir la atención lejos de su involucramiento político y moral en los hechos del 6 de enero.

Esta manipulación mediática no es nueva. Lo que sí sorprende es su efectividad. Una encuesta realizada por Public Religion Research Institute en 2023 reveló que el 30% de los republicanos cree que agentes federales ayudaron a provocar los disturbios en el Capitolio. La cifra se eleva al 56% entre los votantes trumpistas más fervientes.

El uso político de la "verdad alternativa"

La tendencia a reinterpretar la realidad para ajustarla a un discurso determinado se ha convertido en una herramienta de poder. Trump no inventó las mentiras políticas, pero sí las institucionalizó como eje central de su estrategia.

La instrumentalización de instituciones como el FBI en narrativas políticas no solo polariza el debate, sino que amenaza el funcionamiento de la democracia. La confianza en cuerpos de seguridad e investigación es la base de cualquier Estado de derecho. Minarla con fines electorales puede tener consecuencias nefastas.

Infiltración o respuesta ante una emergencia

Volviendo a los 274 agentes mencionados por Trump: su presencia no es sinónimo de infiltración premeditada. Las agencias gubernamentales, incluida el FBI, respondieron al llamado de auxilio de la Policía del Capitolio ante un evento sin precedentes. Fue una intervención de emergencia, no un acto encubierto.

Además, según los documentos, los agentes también se encargaron de amenazas paralelas. Por ejemplo, la presencia de bombas artesanales cerca de las oficinas nacionales de los partidos Demócrata y Republicano y de una camioneta cargada con armas, explosivos y cócteles molotov.

La expansión del aparato de vigilancia: un nuevo frente de batalla

El episodio del 6 de enero, sin embargo, no es un hecho aislado. En ciudades como Chicago y Portland, se han documentado acciones agresivas de agentes federales con fines políticos. En Chicago, por ejemplo, se denunció la ejecución de redadas en zonas latinas, con escenas de arrestos en lugares emblemáticos como el parque Millennium, una de las áreas más turísticas de la ciudad.

Activistas han denunciado una creciente discriminación y abuso de poder. Para Veronica Castro, de la Coalición de Illinois por los Derechos de Inmigrantes y Refugiados, “las detenciones en pleno centro, siendo perfiles raciales y secuestros por motivos migratorios, representan una escalada sin precedentes”.

Este tipo de operaciones, según analistas políticos, se emplean como herramienta de campaña por actores como Trump, buscando construir un imaginario de caos que solo los republicanos pueden detener.

Portland en rebelión judicial

En Oregón, la situación no fue menos tensa. La administración Trump desplegó la Guardia Nacional en Portland para “proteger propiedades federales” frente a protestas. La respuesta fue inmediata: el fiscal del estado Dan Rayfield llevó el caso a los tribunales y denunció una “intromisión inconstitucional”.

“Poner a nuestras propias fuerzas militares en las calles es un abuso de poder y una traición a nuestras comunidades”, sentenció Rayfield. La tensión entre el poder federal y estatal escaló a niveles que no se veían en décadas.

Una democracia asediada desde dentro

El intento de Trump de reescribir los hechos del 6 de enero tiene motivaciones claras: limpiar su imagen, victimizarse y sentar las bases para una reelección en 2024 o mantener su influencia en el partido republicano. Pero lo más peligroso es el daño estructural que estas mentiras infligen a la democracia.

El socavamiento de las instituciones, la normalización de la violencia como instrumento político y la creación de enemigos internos (ya sean inmigrantes, agentes federales o jueces) son características clásicas del autoritarismo moderno.

Como advirtió Timothy Snyder en su libro Sobre la tiranía: “La política de la eternidad retrata a la nación como una víctima perpetua, y quienes cuestionan esa visión, se convierten automáticamente en traidores”.

¿El fin de la prudencia institucional?

Con el Partido Republicano dividido entre moderados y trumpistas, y con los Demócratas enfrentando críticas internas, Estados Unidos se encuentra en una encrucijada. Las elecciones ya no tratan solamente de políticas públicas, sino de verdades fundamentales.

¿Puede una democracia sobrevivir cuando sus líderes socavan las instituciones que la sostienen? ¿Qué ocurre cuando la verdad deja de importar y los hechos se subordinan al relato político del día?

La insurrección del 6 de enero fue un momento definitorio no solo por el intento de revertir una elección legítima, sino por los esfuerzos posteriores de reinterpretar ese evento como una conspiración externa, organizada desde adentro del mismo Estado.

Hoy, más que nunca, hay que mantenerse alerta. Porque cuando la verdad es rehén del poder, la libertad no tarda en seguirle los pasos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press