Europa en el punto de mira: ¿Está Rusia desafiando los límites de la OTAN con drones y aviones de guerra?

Las recientes violaciones del espacio aéreo europeo ponen a prueba la capacidad de respuesta, la cohesión y los límites de la disuasión de la OTAN frente a Moscú

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En el corazón del Báltico y más allá, algo se agita. Mientras los radares de vigilancia aérea escanean incansablemente el cielo europeo, las alarmas suenan cada vez con más frecuencia. En lo que va de mes, se ha registrado un número inusualmente alto de violaciones del espacio aéreo europeo, muchas protagonizadas por aeronaves rusas y, más peligrosamente, por enjambres de drones cuyas intenciones aún se debaten entre los expertos militares.

¿Estamos ante provocaciones deliberadas de Moscú? ¿O simples accidentes en medio del caos geopolítico actual? Un análisis serio sugiere que el Kremlin está calibrando las respuestas de la OTAN, midiendo tiempos de reacción, estudiando protocolos y, lo más preocupante, obligando a la Alianza a agotar sus recursos cada vez que responde a estas incursiones. Mientras tanto, la frontera entre precaución y confrontación se vuelve peligrosamente delgada.

Dinamarca y el Báltico: incidentes de drones y cumbres de estrategia

Esta semana, Copenhague acoge dos cumbres extraordinarias con altos mandos de seguridad de Europa. El motivo: una serie de incidentes con drones no identificados que sobrevolaron instalaciones militares y aeropuertos daneses, incluyendo bases en Amager y Pionegaarden. Francia, Alemania y Suecia han reforzado la defensa aérea en el territorio danés, mientras la OTAN intensifica la vigilancia aérea sobre el mar Báltico.

Estos actos, aunque técnicamente menores, están generando gran inquietud. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, declaró que "debemos actuar con decisión y rapidez" pero añadió que es vital "evaluar siempre el nivel de amenaza antes de responder con fuerza". Esta moderación, sin embargo, no es compartida por todos los aliados.

Polonia mira al cielo con el dedo en el gatillo

Entre los miembros más combativos está Polonia. Su ministro de Exteriores, Radek Sikorski, no ha dejado espacio para la interpretación: "Si otro misil o avión entra en nuestro espacio sin permiso, y es derribado, por favor no vengan a quejarse". Así de claro. Polonia activa su defensa aérea con cada indicio de amenaza, especialmente tras la última oleada de ataques rusos sobre Ucrania.

Esta postura contrasta con la de otros miembros que ven necesario agotar todas las vías diplomáticas antes de recurrir a medidas letales. Pero como bien indica la doctrina de la OTAN, la defensa sigue siendo una prerrogativa nacional. Países como Finlandia también han mostrado disposición a actuar por cuenta propia si la situación lo exige.

¿Quién decide cuándo disparar? El peso recae en la cúpula de la OTAN

El comandante supremo aliado en Europa, el general estadounidense Alexus Grynkewich, es quien se encarga de manejar las violaciones del espacio aéreo. Aunque las reglas de enfrentamiento de la OTAN son clasificadas, se sabe que Grynkewich tiene acceso a la lista de armamento, inteligencia sobre intenciones enemigas y más de 30 bases aéreas listas para despegar en minutos.

El problema no es sólo militar. Es político. Disparar contra un avión enemigo significa asumir costos que podrían desencadenar una guerra a gran escala o desatar represalias económicas, como ya ocurrió entre Rusia y Turquía en 2015, cuando un F-16 turco derribó un bombardero ruso cerca de la frontera con Siria.

Un juego de apariencias: ¿hasta qué punto detener a los intrusos?

El dilema de la OTAN es profundo. Según Rafael Loss, analista del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores: "Cada incursión aérea coloca a la OTAN en un aprieto. Si intercepta (e interviene) a los intrusos, se arriesga a que Rusia obtenga información muy valiosa sobre tiempos de reacción. Pero si los ignora, se arriesga a invitar a más violaciones".

Es un equilibrio complicado. Por ejemplo, en el caso de tres aviones rusos que volaron sobre el espacio aéreo de Estonia, la OTAN optó por escoltarlos fuera del área en lugar de derribarlos. Esta opción, aunque más segura a corto plazo, es vista por algunos como una muestra de debilidad.

Presión psicológica y límites humanos

Donde hay tecnología, también hay personas expuestas. Los pilotos de combate soportan una alta carga mental. Pierre-Henri Chuet, antiguo capitán de la marina francesa, advierte: "Aumenta el riesgo de un error de cálculo o confrontación real". Señala que es esencial que los comandantes definan claramente a sus escuadrones qué se considera una agresión real y qué no.

"Disparar debe ser siempre el último recurso. Muy, muy, muy, muy último", enfatiza Chuet, alineándose con la filosofía de evitar conflictos que puedan derivar en escenarios imprevisibles.

El temor a una mala reacción: el altísimo precio de errar

Usar la fuerza sin una evaluación precisa puede ser catastrófico. La historia lo confirma: en 1983, el vuelo 007 de Korean Airlines fue abatido por la URSS al invadir su espacio aéreo. El resultado: 269 civiles muertos y un pico de tensión global solo comparable a los momentos más duros de la Guerra Fría.

Hoy, las advertencias son igualmente escalofriantes. Alexei Meshkov, embajador ruso en Francia, advirtió: "Derribar un avión ruso desataría una guerra". La OTAN, significan sus palabras, tendría que lidiar con un adversario con arsenal nuclear. Moscú, sabiendo esto, juega sus cartas bajo el límite de lo que puede considerarse un casus belli.

Un equilibrio inestable: armas para Ucrania o defensa interna

Y mientras se debaten respuestas firmes en Europa, surge otro conflicto: ¿enviar más baterías antiaéreas a Dinamarca o mantenerlas en Ucrania?. El lanzamiento de la Operación Eastern Sentry por parte de la OTAN movilizó sistemas defensivos hacia el Báltico, lo que podría significar una menor protección para las ciudades ucranianas acosadas.

Esta dicotomía erosiona la estrategia global. Defender el espacio aéreo europeo no puede hacerse a costa de la defensa ucraniana, pero tampoco puede ignorarse si los socios quieren mantener la disuasión como pilar.

El fantasma de Trump y la falta de liderazgo firme

A esto se le suma una postura ambigua de Estados Unidos. Desde su reunión con Vladimir Putin en Alaska en agosto, Donald Trump ha evitado tomar partido directo en los incidentes. De hecho, calificó como “posible error” uno de los ataques con drones sobre Polonia. Luego se limitó a decir que su país seguiría "suministrando armas a la OTAN para hacer lo que quieran con ellas". Como si fuera un proveedor, no un miembro más.

Hasta la fecha, Washington no ha enviado equipamiento específico que refuerce las defensas aéreas contra estas filtraciones en Europa. Esto ha dejado a muchos aliados inseguros. “Putin ha demostrado que no se siente disuadido,” comenta Rafael Loss. “Con tan sólo unas incursiones de bajo costo, ha forzado a Europa a una encrucijada donde ninguna opción parece buena sin respaldo estadounidense sólido.”

¿Un nuevo orden aéreo europeo?

Este panorama está obligando a planteamientos profundos: quizá los cielos europeos necesitan un nuevo protocolo único de defensa aérea. Quizá se necesite desarrollar tecnologías no letales más eficaces o incluso satélites de vigilancia compartida. Pero todo eso requiere inversión, voluntad política y, sobre todo, unidad en la toma de decisiones.

Por ahora, cada violación de espacio aéreo es una partida de ajedrez estratégico. A veces ganada, a veces tolerada, pero siempre con el riesgo latente de que una decisión errónea convierta una provocación en guerra.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press