Explotación en tiempos de guerra: El oscuro costo de la ayuda humanitaria en Gaza

Mujeres en Gaza relatan abusos sexuales por parte de hombres que les prometieron comida, agua o trabajo a cambio de favores sexuales en medio de una desesperada crisis humanitaria

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En medio del horror que supone una guerra, emerge otra violencia invisible y silenciada: la explotación sexual que enfrentan mujeres vulnerables a manos de individuos que se aprovechan del caos. Este es el caso actual en Gaza, donde mujeres desplazadas, viudas o madres solteras han compartido testimonios escalofriantes: supuestos representantes de entidades de ayuda humanitaria les han ofrecido comida, medicinas o empleo a cambio de sexo. Un fenómeno que no solo lacera su dignidad, sino que también expone las profundas fallas del sistema de asistencia en contextos de conflicto.

Un conflicto devastador como telón de fondo

La guerra en Gaza ha provocado más que destrucción material: ha desmembrado el tejido social y forzado a más del 90% de la población al desplazamiento, según organizaciones humanitarias. La cifra de muertos supera los 66,000, conforme al Ministerio de Salud de Gaza, con aproximadamente la mitad de esas víctimas siendo mujeres y niños. En este entorno de hambre, pérdida de vivienda y desesperanza, muchos recurren a ayudantes o supuestos representantes de ONGs con la esperanza de sobrevivir. Pero algunas veces, esa puerta se convierte en una trampa.

Promesas de ayuda que terminan en abuso

Una madre de seis hijos contó cómo se le prometió un trabajo en una ONG. En lugar de eso, terminó en un apartamento vacío donde el hombre que le ofreció ayuda intentó retenerla y tuvo una relación sexual con ella bajo presión. "Tuve que seguirle la corriente porque tenía miedo, quería irme de ahí", dijo.

Tras el encuentro recibió apenas 100 shekels, el equivalente a $30 USD, y una caja de alimentos días después. El empleo prometido solo se materializó un mes más tarde, pero para entonces el daño emocional ya estaba hecho. Ella nunca denunció: "Nadie me creería", confiesa.

Otro caso relatado a medios locales involucra a una viuda de 35 años que comenzó a recibir llamadas indecorosas por parte de un hombre con uniforme de la UNRWA (la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos) tras registrar su número para recibir asistencia. Entre las preguntas estaban detalles de su ropa interior y vida sexual pasada. Cuando se negó a reunirse con él, el alimento prometido nunca llegó.

La dimensión del crimen: ¿la punta del iceberg?

La red PSEA (Protección contra la Explotación y Abuso Sexual), que incluye a varias agencias humanitarias como Naciones Unidas, recibió en 2023 al menos 18 reportes formales de abuso sexual relacionado con ayuda humanitaria en Gaza. Pero expertos advierten que estos datos representan solo la punta del iceberg.

Heather Barr, directora asociada de Human Rights Watch, declaró: “Las crisis humanitarias hacen vulnerables a las personas en muchas formas, y el aumento de la violencia sexual es una consecuencia común”.

Organizaciones locales como el Centro de Asuntos de la Mujer (Women’s Affairs Center) afirman haber tratado docenas de casos similares y señalan que los registros oficiales son ínfimos comparados con la realidad.

Silencio impuesto por el miedo y el estigma

En un entorno profundamente conservador —donde la sexualidad fuera del matrimonio es condenada socialmente— reportar abusos sexuales suele implicar una revictimización. Cuatro psicólogas palestinas que trabajan con mujeres en Gaza coinciden: muchas prefieren guardar silencio.

La psicóloga de una ONG que protege a mujeres y niños dijo: “Algunas aceptaron las propuestas sexuales porque no veían otra salida. Otras se negaron y fueron castigadas, ya fuera con la negación del acceso a la ayuda o con el rechazo de sus propias familias”.

El rol cuestionado de las ONGs y redes de ayuda

Organizaciones como la UNRWA han dicho tener una política de 'cero tolerancia' hacia la explotación sexual, pero sus procedimientos burocráticos a veces se convierten en obstáculos para las víctimas. Una de las mujeres víctimas afirma que, al tratar de denunciar, le exigieron una grabación de las llamadas como prueba. Su teléfono no tenía esa capacidad. La organización más tarde negó que se requiera ese tipo de pruebas para tomar en serio las denuncias.

No obstante, hay un patrón preocupante: los agresores, según los testimonios, son en su mayoría hombres palestinos locales —algunos miembros de organizaciones de ayuda, otros voluntarios o líderes comunitarios— cuya posición les brinda acceso a mujeres desesperadas.

El costo invisible de la ayuda: el cuerpo como moneda de cambio

“Tuve que pedir ayuda porque mis hijos me necesitaban. Si no lo hago yo, ¿quién va a hacerlo?” relató una madre de cuatro hijos que fue hostigada sexualmente por un supuesto trabajador de asistencia. La alternativa para muchas es tragar el orgullo o ver a sus hijos pasar hambre.

Ese es el dilema insostenible que enfrentan muchas mujeres desplazadas en Gaza: exponer su cuerpo como moneda de cambio por alimentos, medicina o simplemente agua. Con campamentos improvisados entre ruinas, sin protección ni privacidad, la impunidad se multiplica.

Algunas mujeres reportan haber sido abordadas más de una vez por diferentes hombres, todos pidiendo favores sexuales a cambio de algo que debería ofrecerse sin condiciones: ayuda humanitaria básica.

¿Dónde está la rendición de cuentas?

Una de las grandes críticas dirigidas a las agencias internacionales es su lentitud para aplicar procesos disciplinarios éticos y eficaces. A pesar de las denuncias, no todos los casos llegan a investigarse ni se comunican los resultados a los afectados.

La falta de infraestructura judicial y acceso a recursos legales adecuados también limita las opciones de las sobrevivientes. Muchas temen denunciar por miedo a ser ridiculizadas o castigadas por sus comunidades o familias.

El escenario bélico complica aún más la posibilidad de implementar protocolos de protección confiables. Las comunicaciones limitadas, el desplazamiento constante y la fragmentación del territorio hacen que detectar y castigar estos crímenes sea casi imposible.

El estigma cultural: una muralla casi infranqueable

En la sociedad palestina, especialmente en Gaza, la violación y el abuso sexual no solo dañan física y emocionalmente: destruyen socialmente. Las víctimas enfrentan una doble condena: la del perpetrador y la de sus propias familias. Algunas han sido incluso expulsadas de sus hogares cuando sus maridos se enteraron de los hechos.

Amal Syam, directora del Women’s Affairs Center, es clara en su análisis: “La guerra nos ha empujado a una situación en la que muchas mujeres no tienen otra opción. ¿Cómo puedes elegir cuando todo te es negado?”.

No es exclusivo de Gaza: una tendencia global

Gaza no es un caso aislado. Durante el terremoto en Haití, en los conflictos de Sudán del Sur, Congo y Burkina Faso, han surgido denuncias similares de explotación por parte de personal de ayuda. Un patrón que confirma una tragedia global: la ayuda puede convertirse en arma cuando cae en manos equivocadas.

Por ello, expertos insisten en la necesidad de establecer mecanismos seguros, anónimos y accesibles para reportar estos abusos, así como políticas de transparencia para que las acciones contra los culpables se hagan públicas.

¿Qué se puede hacer?

  • Fortalecer protocolos de denuncia confidenciales en contextos de crisis.
  • Internacionalizar los procesos judiciales cuando no existan garantías locales.
  • Capacitar a las comunidades sobre sus derechos y ofrecer acceso a atención psicológica.
  • Promover la participación femenina en roles logísticos dentro de ONG para equilibrar el poder.
  • Aplicar auditorías éticas y tecnologías para rastrear sospechas de abuso.

Mientras tanto, las voces de estas mujeres buscan resonar por encima del miedo y la vergüenza. Son testimonios que claman: la dignidad no debería ser el precio de sobrevivir.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press