Matanza en una iglesia mormona de Michigan: ¿Fracaso institucional o señal de una radicalización subestimada?
El ataque de Thomas Sanford, un exmarine, conmovió a Michigan. Pero detrás del incendio y los disparos, se abre un debate sobre salud mental, intolerancia religiosa y mecanismos fallidos de prevención.
Una tragedia anunciada
El pasado domingo, Thomas Sanford, un exmarine de 40 años, estrelló su camioneta contra una capilla de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Grand Blanc Township, Michigan, e inició un incendio que terminó con la vida de cuatro personas. Fue abatido por la policía que respondió a los hechos. La estructura quedó completamente destruida.
Este acto violento, devastador por donde se le mire, no ocurrió en el vacío. Pocos días antes del ataque, Sanford ya había dado señales de una mentalidad radical, arremetiendo contra la fe mormona frente a un candidato al consejo municipal de la ciudad de Burton, Kris Johns, quien lo describió como 'agradable' hasta que comenzó a despotricar contra la religión en cuestión. Su agresividad verbal escaló de forma preocupante.
¿Quién era Thomas Sanford?
Sanford fue sargento del Cuerpo de Marines de EE.UU. entre 2004 y 2008, incluyendo una misión de siete meses en Irak. Durante su servicio, se dedicó a operaciones y mantenimiento vehicular. Desde afuera, parecía un ciudadano más. Su camioneta, con una calavera de ciervo en el frente y dos banderas estadounidenses ondeando en la parte trasera, representaba una imagen patriótica que ocultaba un desequilibrio interno de alto riesgo.
Vivía junto a la iglesia Eastgate Baptist en Burton, aunque nunca asistió a sus servicios. Su pastor, Jerome Taylor, recuerda que la mayoría de sus conversaciones con él eran sobre árboles caídos en la propiedad; una imagen más de 'vecino de a pie' que de potencial asesino. "Tenía libre acceso, era un tipo del vecindario, de clase trabajadora", apunta Taylor. El mismo pastor quedó desconcertado al enterarse de lo sucedido: "Saber que había un peligro tan cruel cruzando la línea de nuestra propiedad es algo que distorsiona la mente".
La obsesión con la fe mormona
No está claro el vínculo de Sanford con la Iglesia mormona. Sin embargo, sus declaraciones ante Johns revelan que creía que ciertos miembros lo presionaban para deshacerse de sus tatuajes. También mencionó el rito de 'sellamiento', una ceremonia fundamental para los Santos de los Últimos Días, donde se unen espiritual y eternamente a esposos y sus hijos. La fijación con estos rituales podría dar pistas sobre una percepción distorsionada o conflictiva que generaba en él una obsesión patológica.
Un historial no registrado formalmente
Uno de los aspectos más perturbadores del caso es que nunca hubo una oración judicial para retirarle el acceso a armas, como lo permite la ley de Michigan a solicitud policial, familiar o médica si existen indicadores de riesgo mental. Según la administradora del tribunal, Barbara Menear, no se presentaron peticiones, lo que evidencia un vacío relevante en la etapa preventiva.
Esto cobra aún más relevancia si consideramos otros de sus comportamientos. Días antes de la masacre, Sanford fue visto conduciendo agresivamente por una zona peatonal, riéndose tras asustar a familias. Kara Pattison, una conocida de la familia, fue testigo directa de ese momento: "¿Cómo llorar la muerte de alguien que hizo algo tan terrible?".
Cuando la salud mental y la violencia se cruzan
El caso de Sanford plantea una pregunta urgente: ¿hacemos lo suficiente para prevenir tragedias cuando notamos señales de desequilibrio emocional? Tras el atentado, la fiscalía del condado de Genesee emitió órdenes para registrar sus vehículos, casa y dispositivos electrónicos, con el objetivo de desentrañar sus motivaciones.
Pero mientras tanto, la comunidad lidia con el dolor y el desconcierto. La aparente estabilidad cotidiana que ofrecía su figura se desmorona con el peso de la violencia realizada.
Exmarines y violencia extrema: ¿una correlación creciente?
No es la primera vez que un militar retirado está involucrado en violencia extrema en EE.UU. Aunque la mayoría de los veteranos reintegrados a la sociedad llevan vidas normales, existen patrones preocupantes. El PTSD (trastorno de estrés postraumático) afecta a más del 15% de los veteranos, según estimaciones del Departamento de Asuntos de Veteranos.
En numerosos estudios, se ha estimado que los índices de suicidio en exmiembros de las Fuerzas Armadas estadounidenses superan significativamente al promedio nacional: 17 veteranos se quitan la vida cada día, de acuerdo con datos de 2022.
En casos extremos, este sufrimiento se traduce no solo en suicidio, sino en actos violentos hacia otros. La falta de seguimiento terapéutico, sumado a estructuras de masculinidad tóxica o grupos ideológicos extremistas, puede catapultar a un veterano inestable hacia escenarios de alto riesgo.
Radicalización local: una amenaza silenciosa
Analistas del terrorismo doméstico alertan desde hace años sobre la radicalización silenciosa que se está produciendo en los márgenes de la sociedad estadounidense, especialmente entre sectores ultraconservadores, resentidos o con experiencia militar.
Sanford no pertenecía a ningún grupo extremista conocido, pero su truck con símbolos patrióticos ostentosos y su odio declarado hacia una religión específica siguen patrones de radicalización individual comunes. De hecho, la portavoz de la Casa Blanca Karoline Leavitt compartió que el FBI descubrió que Sanford “odiaba a los mormones”.
El rol de las redes sociales
Aunque no se tiene evidencia clara aún de su actividad reciente en redes, publicaciones pasadas de Sanford mostraban ciertas inclinaciones políticas y estéticas afines a subculturas ultranacionalistas. Las redes sociales han demostrado ser un verdadero caldo de cultivo para las ideologías de odio, donde algoritmos amplifican contenido atractivo para usuarios emocionalmente inestables.
Debate necesario sobre los sistemas de alerta temprana
Casos como el de Michigan no pueden continuar siendo tratados como meros actos de “lobos solitarios”. Se trata de individuos con historial militar, interacción parcial con comunidades religiosas, señales previas de inestabilidad emocional y discursos cargados de odio. A menudo, estos perfiles no activan ninguna alarma burocrática, porque sus acciones previas no califican como delito o no se denuncian por 'no ser graves'. Y ese margen termina en tragedia.
El sistema judicial no vio ninguna señal en Sanford. El sistema de salud tampoco. Sus vecinos probablemente tampoco supieron leer la preocupación que merecía. ¿Cómo evitamos el próximo ataque si nadie se atreve a accionar a tiempo?
La otra cara de la fe
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha sido durante décadas blanco de burlas, caricaturas y ataques desde fuera. Sin embargo, el nivel de odio explícito que le muestran algunos extremos es alarmante.
Si bien no debemos asumir que pertenecer a una fe específica es una garantía de bondad, sí es preciso reconocer que la libertad religiosa está protegida por la Constitución de Estados Unidos, y amenazas directas a ella configuran crímenes de odio. El ataque de Sanford constituye así un acto terrorista de carácter ideológico, ya que su objetivo iba más allá de meros individuos: era contra una institución religiosa.
Reflexión final: entre el duelo y la responsabilidad
'¿Cómo llorar la muerte de alguien que hizo algo tan terrible?', se pregunta la amiga familiar de Sanford. La respuesta quizá sea imposible de articular del todo. Pero lo que sí podemos –y debemos– es preguntarnos cómo evitar nuevos actos como este.
Mientras miles de lugares de culto se recuperan del miedo, mientras padres explican a sus hijos cómo alguien pudo atacar una iglesia, los sistemas institucionales deben hacer una autocrítica profunda. Porque cualquier comunidad –religiosa o no– merece sentirse segura, más allá del odio anidado en los márgenes de la mente de alguien.