Pan y comunidad: El poder de una red de panaderos contra el hambre en Estados Unidos
Mientras el gobierno reduce los fondos para asistencia alimentaria y los precios se disparan, cientos de voluntarios hornean pan integral para aquellos que más lo necesitan
Un sábado de aroma a pan casero
Un sábado cualquiera en Edmonds, Washington, Cheryl Ewaldsen, una jubilada de 75 años, saca del horno tres hogazas de pan integral cubierto con avena. No las ha preparado para su desayuno, sino para donarlas al banco de alimentos local. Sabe que esos panes terminarán en hogares donde cada rebanada es un alivio a la inseguridad alimentaria.
Cheryl es voluntaria de Community Loaves, una organización sin fines de lucro surgida en Seattle durante la pandemia de COVID-19. Desde 2020, esta red ha donado más de 200,000 panes y 220,000 galletas energéticas elaboradas con granos integrales y sin ingredientes procesados. Con cerca de 900 panaderos en Washington, Oregón, California e Idaho, representa hoy uno de los movimientos de asistencia alimentaria casera más grandes del país.
De la cocina al banco de alimentos
La fundadora de Community Loaves es Katherine Kehrli, exdecana de una escuela de cocina, quien tuvo la idea al quedar desempleada durante la pandemia. "¿Podríamos ayudar desde casa y ofrecer alimentos realmente nutritivos a los bancos de comida?", se preguntó. El pan, al ser un alimento totalmente horneado que no requiere refrigeración, cumple con las normativas sanitarias de varios estados.
A pesar de las reticencias de organizaciones nacionales como Feeding America, que no recomiendan aceptar productos horneados en casa por temas de seguridad, las leyes locales sí permiten la donación de ciertos alimentos caseros. Este vacío legal permitió a Community Loaves crecer rápidamente bajo estrictas normas de higiene y recetas aprobadas.
Un modelo comunitario que nutre por dentro y por fuera
Cada panadero se compromete a preparar una cierta cantidad de panes o galletas quincenalmente, usando harinas comunes, siguiendo recetas preestablecidas (pan de avena con miel, pan integral o pan de centeno con girasol) y entregando sus productos a "hubs" donde son colectados y llevados a los bancos de alimentos.
“Lo gratificante no es solo saber que el pan nutre a otros, sino sentir que formamos parte de algo mayor”, destaca Cheryl, que lleva casi 800 panes horneados. El pan se ha convertido en un símbolo de conexión social. “Es una forma de dejar un mensaje silencioso al otro: hay una comunidad que te quiere y te cuida”.
Más necesidad que nunca: las cifras del hambre aumentan
El número de hogares que recurren al Edmonds Food Bank se ha triplicado en tres años, pasando de 350 a casi 1,000 familias. A nivel nacional, más de 50 millones de personas reciben asistencia alimentaria al año, de acuerdo con Feeding America.
Según estimaciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU., una reciente legislación impulsada por republicanos podría dejar fuera del programa SNAP (cupones de alimentos) a más de 3 millones de personas. Este recorte coincide con aumentos en los precios de alimentos y una disminución en las donaciones a bancos de comida.
El pan que llega al banco vs. el pan de verdad
Los productos de panadería que suelen llegar a los bancos de alimentos son donaciones de supermercados cercanas a su fecha de expiración. Se trata, en muchos casos, de pan blanco ultra procesado o productos azucarados, muy alejados de lo que nutricionalmente necesita una familia.
Por eso, encontrar las hogazas de Community Loaves fue una sorpresa para Chris Redfearn, de 42 años, que recurrió al banco de alimentos mientras él y su esposa buscaban empleo tras mudarse a Everett, Washington. “El pan es denso, tiene fibra y sabor. Se parece al que comprarías en una tienda de productos saludables”, comenta Chris.
El ocaso de los datos oficiales sobre el hambre
Con un Congreso dividido y el Departamento de Agricultura anunciando que eliminará su informe anual sobre hambre tras más de 30 años, expertos temen que el problema se vuelva invisible. “Dejar de medir el hambre no la elimina. La oculta y dificulta su solución”, declaró Crystal FitzSimons, presidenta del Food Research & Action Center.
La medición y visibilidad pública del hambre han sido herramientas esenciales para justificar financiamiento federal y crear políticas públicas eficientes. Sin estos datos, los voluntarios como Cheryl podrían convertirse en uno de los pocos barómetros reales de la necesidad.
¿Es ese pan suficiente?
Para Gina Plata-Niño, asesora jurídica del Food Research & Action Center, este tipo de iniciativas comunitarias son heroicas, pero insuficientes. “Una hogaza de pan ayuda a una persona, pero hay millones esperando en la fila”, afirmó.
No obstante, rechaza que los voluntarios deban relevar al estado. “El problema es estructural. No podemos depender exclusivamente de la caridad para resolverlo”.
Una red de héroes cotidianos
Los panaderos de Community Loaves incluyen desde chefs profesionales retirados hasta jóvenes aprendices. A través del sitio oficial (communityloaves.org), los voluntarios tienen acceso a recetas, videos instructivos y un calendario comunitario para coordinar entregas. Todo está diseñado para replicar fácilmente el modelo.
Es una iniciativa que parte del deseo de compartir lo que se tiene, desde harina hasta tiempo. Para muchos, como Cheryl, se trata de algo más que alimentar: “Estoy alimentando almas, no solo estómagos”.
Hacia una economía de la solidaridad horneada
Community Loaves representa un paradigma de economía solidaria que opera en paralelo a los sistemas públicos, ofreciendo un ejemplo concreto de cómo los ciudadanos pueden organizarse ante las fallas del estado. Aunque sus límites son claros, su impacto humano es enorme.
Las crisis no solo revelan carencias, también iluminan fortalezas. En esta historia, el protagonista es un pedazo de pan: básico, calientito, honesto. Y detrás de cada uno, hay manos y corazones decididos a no perder la esperanza.