Trump, carbón y retroceso climático: ¿una apuesta energética de los años 50 en pleno 2024?

La renovada ofensiva de Donald Trump para resucitar el carbón en EE. UU. choca con la realidad económica, ecológica y geopolítica del siglo XXI

Pocas figuras políticas dominan titulares globales como Donald Trump, y sus decisiones energéticas no son la excepción. En medio de una era donde el cambio climático, la transición energética y la sostenibilidad marcan la pauta de las políticas globales, el expresidente estadounidense impulsa un regreso agresivo a una fuente que, aunque históricamente poderosa, representa uno de los pilares más contaminantes del modelo energético tradicional: el carbón.

Un “renacimiento” del carbón orquestado desde la Casa Blanca

La administración Trump ha anunciado la apertura de 13 millones de acres de tierras federales para la minería de carbón así como la asignación de 625 millones de dólares para modernizar y reactivar plantas termoeléctricas alimentadas por este combustible fósil. Este paso, respaldado por los departamentos de Energía, Interior y la Agencia de Protección Ambiental (EPA), está enmarcado dentro de las órdenes ejecutivas firmadas por Trump en abril. La intención, según la Casa Blanca, es clara: revivir la industria carbonífera.

“Mine, baby, mine”, fue la frase con la que el secretario del Interior Doug Burgum quiso resumir este nuevo enfoque, emulando el famoso “Drill, baby, drill” que popularizó Sarah Palin en 2008. Como parte de esta nueva estrategia, se han reducido las tasas de regalías del 12,5% al 7% para incentivar nuevas licencias de explotación sobre tierras públicas estadounidenses.

¿Retroceso energético o defensa de la economía tradicional?

Trump ha argumentado que su cruzada a favor del carbón busca garantizar la seguridad energética de Estados Unidos, proteger empleos en comunidades mineras y fomentar la independencia de recursos estratégicos como minerales críticos. Pero esta vuelta al siglo XX en materia energética ha encendido todas las alarmas entre ambientalistas, economistas y científicos.

“Subvencionar el carbón es básicamente mantener con respirador artificial a una industria moribunda, contaminante y antieconómica”, aseguró Ted Kelly, director del programa de Energía Limpia del Environmental Defense Fund. Según cifras oficiales, el carbón representó solo el 15% de la generación eléctrica en EE. UU. en 2024, frente al 45% que abarcaba en 2010. En cambio, el gas natural ocupa un 43% del mix energético, y el resto proviene de fuentes limpias como la nuclear, la solar y la eólica.

De hecho, un informe del U.S. Energy Information Administration revela que la energía solar y eólica son actualmente las fuentes más baratas y rápidas de instalar en el mercado energético estadounidense. Mientras tanto, modernizar plantas de carbón implica procesos costosos, lentos y repletos de retos ambientales.

La ofensiva contra las energías limpias

En paralelo al rescate carbonífero, el gobierno de Trump ha congelado permisos para proyectos eólicos marinos, eliminado créditos fiscales a energías limpias y bloqueado varias iniciativas de energía solar y eólica en tierras federales. Para muchos expertos, esto constituye un retroceso ideológico y no económico.

“Estamos cortando nuestras opciones más rentables y fiables mientras apostamos todo a la fuente más sucia y cara de la red. Es un sinsentido”, criticó Kelly. Los analistas coinciden: reactivar el carbón puede ofrecer beneficios temporales en ciertas regiones, pero sacrifica el liderazgo de EE. UU. en innovación energética.

Relajación ambiental: otra pieza del rompecabezas

Otra medida polémica es la decisión de la EPA de retrasar siete normas clave relacionadas con aguas residuales provenientes de plantas de carbón. Estas regulaciones buscaban evitar la contaminación por arsénico y plomo en agua potable, principal factor de enfermedades como el cáncer.

“Dar luz verde a toneladas de desechos tóxicos en nuestros ríos es criminal”, comentó Laurie Williams del programa Beyond Coal del Sierra Club. A esto se suma una posible flexibilización en la normativa de neblina regional, que permitía limitar la contaminación en parques nacionales y tierras tribales.

Coalición industrial versus conciencia ecológica

Desde el sector privado, la CEO de America’s Power, Michelle Bloodworth, defendió las medidas gubernamentales como una forma de preservar la confiabilidad del sistema eléctrico. “Estamos protegiendo la red energética y evitando cortes masivos en momentos de alta demanda”, señaló.

No obstante, los datos dicen lo contrario. Según BloombergNEF, desde 2022 más del 60% de la nueva capacidad instalada en EE.UU. fue de energías renovables, mientras que las inversiones globales en carbón han descendido un 25%. Y aunque hay regiones donde el carbón aún juega un rol, como Appalachia o partes del Midwest, incluso allí los empleos directos han sido reemplazados por inteligencia artificial, automatización y transición industrial.

Trump y la nostalgia energética: ¿visión o negacionismo?

La postura de Trump sobre el carbón no es nueva. Desde su campaña en 2016, prometió rescatar a los “hombres del carbón” y devolver a EE. UU. su protagonismo como productor energético. Sin embargo, su discurso a menudo omite la evolución estructural del mercado, las presiones internacionales en torno al Acuerdo de París y la creciente competitividad del hidrógeno verde, las baterías de iones de litio y otras tecnologías emergentes.

“Trump está tratando de resucitar la energía de hace 80 años para abastecer centros de datos del siglo XXI. La paradoja es brutal”, opina el experto John M. Reilly del MIT Joint Program on the Science and Policy of Global Change.

¿A quién beneficia realmente esta estrategia?

Reducir regalías y facilitar concesiones beneficiará, al menos en el corto plazo, a grandes corporaciones energéticas y fondos de inversión vinculados a carbón y petróleo. Pero se hace a costa de subsidios públicos y salud ambiental. La EPA incluso anunció una ventana de 60 días para debatir cambios a regulaciones climáticas históricas, incluyendo la del 2009 que vinculaba directamente el cambio climático con la salud humana.

Para muchos, estas iniciativas no solo suponen una dádiva a las grandes empresas, sino un grave perjuicio a las comunidades vulnerables expuestas a residuos como las cenizas de carbón. Estudios del EPA indican que el 42% de las plantas a carbón en EE. UU. “filtran metales tóxicos en el subsuelo poniendo en riesgo pozos y fuentes potables”.

¿Podrá el carbón resistir a las fuerzas del mercado?

Fuera de ideologías, el carbón enfrenta un contrincante más poderoso e imparable: las fuerzas del mercado mundial. China, India y otros grandes consumidores están también migrando hacia otras opciones menos contaminantes. Y el propio mercado estadounidense ya ha sancionado al carbón, liderado por Wall Street, aseguradoras climáticas y consumidores jóvenes.

Más de 50 plantas termoeléctricas han cerrado en EE.UU. desde 2020, y se prevé que para 2030 quedarán operativas menos de un tercio de las actuales. La visión proteccionista de Trump podría ralentizar esta disminución, pero difícilmente revertirla sin un costo político, ecológico y económico devastador.

Estado actual del ‘carbón bello’ en números

  • Participación en la matriz energética (2024): 15%
  • Reducción desde 2010: más del 65%
  • Empleos directos en minería de carbón: menos de 38,000 (US Bureau of Labor Statistics)
  • Reducción del uso global de carbón respecto a 2015: 20% (IEA)
  • Subvenciones directas anunciadas bajo Trump: $625 millones
  • Reducción de regalías mineras: de 12.5% a 7%

Estados Unidos se enfrenta a una disyuntiva. Mientras el mundo diseña puentes hacia un modelo energético post-fósil, la administración Trump parece decidida a reconstruir autopistas hacia el pasado. Una jugada arriesgada, con profundas implicancias para el planeta y su población...

Este artículo fue redactado con información de Associated Press