Daniel Day-Lewis regresa con fuerza en 'Anemone': una joya oscura de cine familiar
Después de ocho años retirado, el legendario actor vuelve para protagonizar una intensa exploración de culpa, trauma y redención en el debut cinematográfico de su hijo Ronan Day-Lewis
Una reaparición inesperada
Cuando Daniel Day-Lewis anunció su retiro de la actuación en 2017, parecía definitivo. Sus palabras, en ese momento, fueron tajantes. Nadie imaginaba que ocho años después volvería a la pantalla en una producción que no solo representaría su regreso, sino también un proyecto profundamente personal: "Anemone", dirigida por su hijo Ronan Day-Lewis.
Esta obra sombría, introspectiva y a ratos perturbadora, es una exploración visceral del trauma, la redención y la fragilidad emocional humana. Ambientada en los densos y verdes bosques del Reino Unido, Anemone narra la vida de Ray —interpretado magistralmente por Day-Lewis—, un ermitaño marcado por cicatrices visibles e invisibles.
Una historia íntima entre padre e hijo, dentro y fuera de pantalla
La mayor virtud de Anemone no reside solamente en su complejidad narrativa, sino en el paralelismo casi metaficcional entre actores y personajes. Ray, el protagonista, ha cortado vínculos con su familia tras un pasado militar y personal lleno de violencia. Daniel Day-Lewis, gran ausente de los escenarios desde Phantom Thread (2017), parece canalizar toda una vida de emociones contenidas en este personaje abatido.
Su regreso fue motivado por su hijo Ronan, quien debuta como cineasta con una madurez sorprendente. Juntos coescribieron el guion, dándole voz a una narrativa en la que los silencios importan tanto como los diálogos. Desde ya, Anemone puede considerarse un testimonio único sobre cómo el arte puede sanar relaciones paternofiliales y abrir puertas cerradas tanto por el tiempo como por el dolor.
Minimalismo escénico y cinematografía hipnótica
La cinematografía de Ben Fordesman convierte a la naturaleza en un personaje más. Sus planos lentos, cargados de humedad, densidad y verdor, describen el aislamiento del protagonista mucho antes de que sepamos su historia completa. Una tormenta de granizo —metáfora de la ira reprimida que el personaje de Ray contiene— se convierte en un clímax visual cargado de simbolismo.
Con solo unos pocos personajes en escena y diálogos escasos, el ritmo de la película es deliberadamente pausado, exigiendo paciencia al espectador. Pero esta espera será recompensada con escenas cargadas de emoción cruda, particularmente dos monólogos impactantes que quedarán en la historia de la filmografía del actor.
Un monólogo que sacude
Uno de los momentos álgidos del filme es cuando Ray relata un abuso infantil que sufrió y su escatológica venganza hacia su abusador. La crudeza de la escena no radica tanto en lo explícito del lenguaje, sino en la carga emocional con que Day-Lewis lo interpreta. El actor transforma lo grotesco en algo hipnótico, desgarrador, que mueve las fibras más profundas del espectador.
Posteriormente, Ray confiesa a su hermano Jem (Sean Bean) haber matado accidentalmente a un niño durante su servicio militar. “No necesito tu absolución”, le grita. Pero la verdad es que su confesión se convierte en el primer paso hacia la redención que tanto necesita.
De soldados a sobrevivientes: una historia de hermanos
Jem y Ray son antiguos soldados británicos que combatieron durante los conflictos del Norte de Irlanda. Ambos cargan con pasados dolorosos en hogares de acogida marcados por la violencia. No se han visto en veinte años, y el trauma compartido los ha llevado por caminos distintos: Ray eligió aislarse del mundo, mientras Jem encontró consuelo en la religión y en una nueva familia compuesta, curiosamente, por Nessa (la antigua pareja de Ray) y su hijo Brian.
La película va desgranando lentamente los puntos de fricción entre ellos. No todo está dicho, y mucho se expresa a través de movimientos simples como nadar juntos, cepillarse los dientes o danzar bajo la lluvia. Estas sutilezas son el reflejo más poderoso del cine intimista que Ronan busca potenciar.
Arte que sana, cine que confesiona
Una película como Anemone no está hecha para todos los públicos. No hay acción ni grandes giros argumentales. Lo que hay es autenticidad, dolor y catarsis. Es una obra que encuentra belleza en lo quebrado. Como bien señala el crítico Robbie Collin: “Daniel Day-Lewis parece haber vuelto no solo porque su hijo lo necesitaba, sino porque el personaje de Ray era la única forma de que él pudiera contar una parte de sí mismo”.
¿Se quedará Daniel Day-Lewis?
Queda la gran pregunta: ¿volverá Day-Lewis al retiro o ha retomado el gusto por actuar? Aunque aún no hay confirmación, su regreso en estas circunstancias hace pensar que no fue una decisión comercial, sino puramente emocional y artística. Fue su hijo quien lo sacó del ostracismo, y Anemone, más que una película, es una carta de amor entre un padre y su hijo.
Un debut con herencia
Ronan Day-Lewis demuestra ser mucho más que “el hijo de”. Su estilo, minimalista y visualmente poético, lo coloca ya como una voz prometedora dentro del cine autoral británico. Si bien su apellido pesa, aquí lo utiliza como trampolín para crear una obra donde lo generacional cobra un valor curativo.
Recepción crítica y trayectoria futura
Anemone fue presentada en el Festival de Cine de Nueva York, recibiendo críticas divididas. Algunos la consideran una obra maestra emocional; otros, una película demasiado densa para el gran público. Sin embargo, todas coinciden en un punto: Daniel Day-Lewis sigue siendo un monstruo interpretativo capaz de eclipsar con su sola presencia la pantalla completa.
El actor recibió tres premios Óscar anteriormente —por My Left Foot, There Will Be Blood y Lincoln— y con Anemone, aunque las probabilidades de premios no sean el foco, sí se reafirma como una figura irremplazable en el cine contemporáneo.
Un filme para mirar adentro
Anemone es una película que invita a contemplar el dolor sin filtros. Las secuelas del abuso, la guerra emocional entre hermanos, el silencio entre padres e hijos... Todo esto se entreteje en 121 minutos de pura evocación. Es cine atrevido, incómodo, pero necesario.
Bien lo dijo alguna vez el propio Day-Lewis: “Un actor debe prestarle su alma al dolor de otros”. En Anemone, lo hace con todas las letras.
Calificación: ★★★★
Anemone está clasificada como R por el contenido explícito en el lenguaje. Ya está disponible en cines seleccionados de Reino Unido y Estados Unidos.