El ascenso del nacionalismo en Japón: ¿una respuesta equivocada al envejecimiento y la inmigración?

El discurso de Sohei Kamiya despierta resistencias y apoyos en una nación atrapada entre su identidad cultural, una población que envejece y la necesidad de trabajadores extranjeros

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Un país encrucijada: Japón y la inmigración

En las afueras de una estación de tren en Tokio, la escena es tensa y vibrante. Sohei Kamiya, líder del partido nacionalista Sanseito, habla con fervor frente a una multitud que aplaude cada una de sus palabras contra la inmigración, el globalismo y lo que él llama "liberalismo extremo". Al otro lado de la calle, separados por policías y escoltas, sus opositores lo acusan de racismo. El grita que solo habla "con sentido común". Este no es un episodio aislado. Es el reflejo de una fractura cada vez más visible en la sociedad japonesa.

Japón, uno de los países más homogéneos del planeta, enfrenta un dilema existencial. Su población envejece a un ritmo alarmante, sus tasas de natalidad siguen en mínimos históricos y su economía depende cada vez más del trabajo extranjero. En este contexto, discursos como el de Kamiya están ganando adeptos. ¿Por qué ahora? ¿Y qué consecuencias puede tener esto en el futuro del país?

El ascenso de Sanseito: del YouTube a las urnas

Sanseito, fundado en 2020, comenzó como un canal en redes sociales donde Kamiya, exmiembro de una asamblea municipal cerca de Osaka, difundía teorías conspirativas, posturas revisionistas sobre la historia de Japón y críticas a las vacunas. Con el tiempo, su plataforma evolucionó hacia una propuesta política nacionalista que ha conectado con una parte del electorado desencantado con los partidos tradicionales.

En las elecciones parlamentarias de julio, Sanseito sorprendió al obtener un número inusualmente alto de votos para un partido menor, y con las primarias para elegir al futuro líder del Partido Liberal Democrático a la vuelta de la esquina, sus ideas están influyendo incluso en los políticos del gobierno.

La narrativa del 'Sentido Común Japonés'

Kamiya defiende su discurso como una defensa del "modo de vida japonés". Asegura que respeta a los extranjeros que adoptan las costumbres locales, pero critica a aquellos que, según él, "insisten en imponer sus propias costumbres". En un mítin en Yokohama, ciudad con una importante población extranjera, afirmó: "Nos están diciendo racistas por decir lo obvio: ¿por qué vienen primero los extranjeros cuando los japoneses apenas sobreviven?".

Este marco retórico conecta emocionalmente con muchos ciudadanos que, como Kenzo Hagiya, un jubilado presente en el acto, expresan su frustración: "Muchos japoneses estamos molestos, pero no hablamos. Kamiya dice lo que todos pensamos".

Datos frente a emociones: la otra cara del tema migratorio

A pesar del aumento en la presencia de migrantes, Japón sigue siendo uno de los países del G7 con menor proporción de extranjeros. En 2023, había unos 3.7 millones de residentes extranjeros, un 3% de la población total. El número de trabajadores extranjeros alcanzó los 2.3 millones, tres veces más que una década antes. Muchos de ellos laboran en sectores como manufactura, agricultura, pesca y ventas minoristas, trabajos poco atractivos para la juventud local.

¿Hay un aumento de la criminalidad? No. Según la Agencia Nacional de Policía, solo 12,000 personas extranjeras fueron arrestadas en 2023, lejos de un incremento significativo. Aun así, los rumores en redes sociales sobre supuestos delitos cometidos por inmigrantes alimentan el miedo y justifican propuestas políticas restrictivas.

Populismo y promesas vacías

El discurso de Kamiya se enmarca en una tendencia mundial: usar a la inmigración como chivo expiatorio de problemas complejos. En Japón, los salarios han caído desde 1997 y los hogares enfrentan un aumento del costo de vida. Pero en lugar de responsabilizar a décadas de políticas neoliberales que precarizaron el empleo y estancaron el crecimiento real, políticos como Kamiya canalizan la frustración hacia los migrantes, que suelen ocupar empleos mal remunerados y con escasa protección laboral.

La paradoja más notoria es esta: Japón necesita más inmigrantes, no menos. Un estudio de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) proyecta que serán necesarios al menos 6.7 millones de trabajadores extranjeros para 2040 si se quiere mantener un crecimiento económico del 1.24%. Pero ¿cómo atraer a esa fuerza laboral si el mismo país cultiva rechazo hacia ellos?

El sistema migratorio japonés: una hipocresía estructural

Muchos expertos apuntan al llamado "sistema de inmigración furtiva" de Japón. Según Toshihiro Menju, académico de la Universidad Kansai, el país acepta inmigración bajo la etiqueta de programas de entrenamiento laboral, pero sin políticas de integración ni apertura cultural real. Hay expectativas de sumisión cultural, pero sin ofrecer oportunidades para adaptarse o prosperar.

Esto provoca tensiones y una falta de empatía hacia los migrantes, como denuncia Hoang Vinh Tien, vietnamita residente desde hace 20 años: "Nos pagan poco, nos discriminan. Incluso conseguir vivienda es complicado. Pero yo entiendo a los japoneses. También quiero que se cumplan reglas para todos, incluso para los de mi propio país".

El giro conservador del partido gobernante

En este clima, incluso el Partido Liberal Democrático —partidario tradicional del turismo y el trabajo extranjero— ha endurecido su tono. En la carrera por el liderazgo, los cinco candidatos proponen restricciones migratorias. Uno de ellos, Sanae Takaichi, llegó a culpar a turistas extranjeros (sin pruebas) de abusar de ciervos sagrados en el parque de Nara, alimentando prejuicios nacionalistas.

Una historia de discriminación que no ha sanado

Japón tiene una larga historia de tensión con otras etnias. Minorías como los coreanos y chinos residentes sufrieron décadas de discriminación desde el periodo colonial. Hoy, la retórica contra los kurdos —unos 2,000 en total, muchos refugiados de Turquía— y otras comunidades extranjeras renueva esos viejos estigmas.

El espejo de Occidente y los peligros del extremismo

Kamiya ha expresado admiración por la política de Donald Trump, especialmente su "nacionalismo económico y antimulticulturalismo". Incluso ha establecido vínculos con figuras como Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, y partidos europeos de ultraderecha como AfD (Alemania) y Reform UK (Reino Unido).

Aunque dice no compartir el “estilo” agresivo de Trump, sí adopta sus tácticas: generar emoción en redes sociales, declarar la guerra a los medios, usar enemigos simbólicos (inmigrantes, académicos, globalistas) y presentarse como la “voz del pueblo ignorado”. Esto puede lograr réditos electorales, pero también puede dinamitar la ya frágil cohesión social.

Una sociedad atrapada entre el orgullo y la necesidad

Japón está en un momento crítico. El orgullo de su homogeneidad cultural choca con la necesidad ineludible de diversificarse. El modelo económico que sostuvo su prosperidad en el siglo XX ya no funciona. Si no logran una integración real y humana de los migrantes, la economía y el tejido social se volverán insostenibles.

La solución no está en expulsar a quienes pueden ayudar a construir el futuro, sino en plantear un pacto social nuevo: educativo, cultural y laboral, donde tanto japoneses como extranjeros puedan convivir sin miedo ni resentimientos. Apostar por el nacionalismo excluyente es una receta para el estancamiento. Apostar por la integración, el diálogo y la apertura, aunque desafiante, es el único camino viable.

El destino de Japón dependerá, en parte, de la narrativa que triunfe: la del temor y la supuesta amenaza cultural o la del entendimiento común y la colaboración internacional. En palabras de un proverbio japonés: “Una visión sin acción es un sueño. Una acción sin visión es una pesadilla.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press