Haití bajo fuego: entre la desesperanza y la promesa de una nueva fuerza internacional
Mientras las bandas armadas controlan el 90% de Puerto Príncipe, Haití espera que una nueva misión internacional no repita los errores del pasado
Un país secuestrado por el crimen
Haití está atravesando una de las peores crisis humanitarias y de seguridad de su historia reciente. Desde el magnicidio del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021, las bandas armadas han ocupado espacios de poder que antes pertenecían al Estado. De acuerdo con estimaciones confiables, alrededor del 90% de la capital, Puerto Príncipe, está controlado por estas bandas.
Estas organizaciones criminales no solo imponen su ley en zonas enteras, sino que están expandiendo sus actividades hacia el interior del país. El secuestro, la extorsión, el saqueo, las agresiones sexuales y los asesinatos están a la orden del día. La ciudadanía vive con miedo constante y sin horizonte de mejora.
El fracaso de la misión actual
Hace poco más de un año, la ONU respaldó una misión dirigida por la policía de Kenia para asistir en la estabilización del país. Sin embargo, esta misión ha sido calificada por muchos como ineficaz y carente de recursos.
Solo 1.000 de los 2.500 efectivos prometidos fueron desplegados. Por otro lado, el fondo fiduciario apenas ha recaudado $112 millones de los $800 millones estimados como necesarios para funcionar de manera óptima. El analista Diego Da Rin, del International Crisis Group, declaró: “La comunidad internacional falló con esa misión. No tuvo la oportunidad de desmontar si era efectiva o no”.
Una nueva esperanza en medio del caos
El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó esta semana una nueva fuerza internacional para suprimir a las pandillas en Haití. Esta misión contaría con 5.550 efectivos, un mandato de 12 meses y, crucialmente, el poder de arrestar a miembros de las bandas, capacidad de la que carece el despliegue actual liderado por Kenia.
El anuncio ha generado reacciones encontradas. Muchos se aferran a la idea de que esta vez sí llegue una solución efectiva. Darlene Jean-Jacques, víctima del desplazamiento forzado, comentó: “Espero que esta vez hablen en serio. Una fuerza que venga a apoyar a los haitianos sería algo maravilloso para poder volver a tener una vida”.
Obstáculos económicos y políticos
A pesar de la aprobación, aún no está claro de dónde provendrán los fondos para pagar a los efectivos. Aunque la Oficina de Apoyo de la ONU garantizaría ciertos recursos operativos, los salarios dependerán de contribuciones voluntarias de países aliados.
Los plazos de despliegue también son inciertos. Expertos estiman que podrían pasar hasta doce meses antes de que esta nueva fuerza esté completamente operativa. Mientras tanto, los haitianos continúan atrapados en un limbo entre la violencia de las pandillas y la insuficiencia de la seguridad internacional.
Las heridas abiertas del pasado
Haití tiene una historia compleja en relación con las intervenciones extranjeras. Aunque algunas han logrado calmar la violencia por períodos, otras han dejado cicatrices profundas. La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), desplegada en 2004, fue acusada de introducir el cólera al país y de varios abusos contra los derechos humanos, lo cual sigue alimentando la desconfianza.
Mario Jean-Baptiste, otro desplazado interno, expresó con desdén: “Es bueno que venga una nueva fuerza, pero espero que no sean como los payasos que están aquí ahora. Necesitamos gente que realmente vaya tras esos tipos para que algún día podamos volver a casa”.
Consecuencias devastadoras para la población
La violencia y la inseguridad han generado una crisis humanitaria sin precedentes. Según datos de Naciones Unidas, más de 1.3 millones de haitianos viven actualmente como desplazados internos. Muchos se refugian en albergues improvisados, sin acceso a servicios básicos, educación o empleo.
Las consecuencias psicológicas y emocionales también son devastadoras. Las historias abundan: padres que no pueden alimentar a sus hijos, madres embarazadas en condiciones insalubres, jóvenes que han abandonado la escuela y una generación entera creciendo entre el caos.
Jean-Baptiste narró cómo su único medio de vida —un minibús que utilizaba como taxi colectivo— fue incendiado por una banda que irrumpió en su vecindario. “No tengo ingresos. No puedo mandar a mis hijos a la escuela. No veo de dónde voy a sacar dinero en el corto plazo”, lamentó.
El papel de la comunidad internacional
Estados Unidos ha prometido colaborar con la implementación rápida de esta nueva fuerza. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, declaró que el objetivo será enfrentar los “desafíos inmediatos de seguridad en Haití y sentar las bases para la estabilidad a largo plazo”.
Esta postura refuerza los planes de intervención, aunque la eficacia dependerá de si los principales actores cumplen sus compromisos y si los fondos se materializan. Como advierte Romain Le Cour, jefe del Observatorio de Haití de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional: “La adopción de esta resolución manda un mensaje a los grupos criminales y sus aliados. Los próximos meses serán decisivos para el futuro del país”.
¿Una solución a largo plazo?
La clave del éxito de esta misión radicará en su capacidad de coordinar acciones con sectores de la sociedad civil haitiana, fortalecer instituciones locales como la Policía Nacional Haitiana (PNH) y ofrecer protección directa a la población desplazada.
Además, será crucial fomentar la reconstrucción institucional y trabajar de la mano con actores que busquen una salida política a la situación. Desde 2021 Haití no tiene un presidente electo, lo cual agrava el panorama de vacío de poder y dificulta el diálogo internacional y local.
¿Intervención o injerencia?
Una parte importante de la población mantiene una postura escéptica. Hay quienes consideran que cualquier intervención extranjera puede ocultar agendas políticas y económicas. Otros temen que se repitan los abusos cometidos en el pasado.
“¡No van a venir aquí a hacer nada!”, gritó una mujer que se identificó como Estere desde un refugio improvisado. Su voz se suma a la de muchos que ven con tristeza cómo los años pasan y las promesas se esfuman.
El debate sobre el equilibrio entre el respeto a la soberanía nacional y la necesidad urgente de ayuda internacional está abierto. No hay respuestas fáciles, pero lo que es innegable es que la población haitiana no puede esperar más.
Un futuro en juego
Haití se encuentra en un punto de inflexión. La fuerza internacional propuesta por la ONU podría ser una oportunidad histórica para revertir el deterioro progresivo del país. Pero si fracasa —como lo han hecho misiones anteriores— las consecuencias serán aún más funestas.
Decenas de miles de vidas están en juego. La comunidad internacional, incluidas potencias regionales como EE. UU., Brasil y Canadá, tienen una responsabilidad urgente. Pero deben actuar con sensibilidad, inteligencia y planificación.
Solo así podrá responderse a la pregunta que hoy se hacen millones de haitianos: ¿estamos finalmente ante una solución o ante otro espejismo?