Serbia despierta: Protestas masivas denuncian corrupción e impulsan cambio político
A once meses de una tragedia evitable, miles de estudiantes y ciudadanos piden justicia, transparencia y una renovación democrática en pleno corazón de Europa
Belgrado vive tiempos convulsos. Once meses después del colapso de una marquesina en la estación de tren renovada de Novi Sad —que dejó 16 muertos, incluidos niños—, miles de personas siguen tomando las calles para exigir justicia y reclamar un cambio profundo en el sistema político serbio. Lo que inició como una manifestación por una tragedia evitable, se ha transformado en un grito nacional por democracia y contra la corrupción estructural que afecta a toda la nación.
El accidente que encendió la chispa
El 1 de noviembre de 2024, un techo recién instalado en una terminal ferroviaria colapsó repentinamente. El proyecto de renovación había sido parte de un plan de modernización con la participación de empresas chinas y fondos estatales. Las investigaciones encabezadas por organizaciones ciudadanas sugieren que hubo negligencia grave y corrupción en la ejecución del proyecto.
“Hubo señales claras de irregularidades en las licitaciones y materiales de construcción subestándar fueron utilizados”, aseguró Ivana Milanković, arquitecta y activista del colectivo civil Novi Početak. “Lo que sucedió no fue un accidente, sino el resultado directo de una corrupción descontrolada”.
Una generación que no se deja callar
Los estudiantes universitarios han tomado un papel protagonista en las manifestaciones. Desde Belgrado hasta Novi Sad, pasando por ciudades más pequeñas como Niš y Subotica, miles de jóvenes han organizado protestas silenciosas, vigilias con velas y marchas multitudinarias. Portando mensajes como "Nuestra educación no nos hará ciegos" o "Justicia para los 16", estos jóvenes buscan despertar la conciencia social y política del país.
“El primer paso para cambiar las cosas es que los funcionarios corruptos se aparten del poder y que entendamos que nuestro destino está en nuestras manos”, explicó uno de los estudiantes líderes durante una manifestación reciente en Belgrado.
Un cambio que incomoda al poder
Las protestas representan el desafío más profundo que enfrenta el presidente Aleksandar Vučić desde que asumió el poder en 2012. Aunque inicialmente fue popular por su enfoque reformista, Vučić ha sido acusado creciente y repetidamente de centralizar el poder, cercenar libertades democráticas y permitir la expansión de redes de corrupción y crimen.
La respuesta del gobierno ha sido dura. En las semanas recientes, se desplegaron unidades de choque para disolver marchas pacíficas. Activistas denuncian detenciones arbitrarias, agresiones físicas y despidos masivos de empleados del sector público por participar en las manifestaciones.
El silencio judicial frente al desastre
Una de las principales críticas ciudadanas ha sido la falta absoluta de consecuencias judiciales para quienes estuvieron involucrados en el proyecto ferroviario fallido. No se ha presentado un solo cargo criminal contra funcionarios o empresas involucradas.
Mientras tanto, ciudadanos como Milica Stevović, residente de Belgrado, aseguran que Serbia está cayendo en una “dictadura silenciosa”. “Es inimaginable que personas que marcharon pacíficamente enfrenten procesos penales, mientras que los responsables del derrumbe sigan libres”, afirmó.
El papel de Europa: ¿mirada cómplice o presión futura?
Serbia es formalmente candidata a ingresar a la Unión Europea, pero las negociaciones han estado estancadas desde hace años. Desde Bruselas, se ha expresado en varias ocasiones preocupación por la falta de independencia judicial y la corrupción rampante en el país. Sin embargo, las acciones concretas han sido escasas.
Un informe de la Comisión Europea sobre Serbia (2024) señaló: “Si bien ha habido avances nominales, las instituciones judiciales muestran una alarmante falta de procesos contra crímenes de corrupción de alto nivel”.
Además, el acercamiento continuo de Vučić a gobiernos como el de Rusia y China preocupa a los socios europeos, pues podría significar un desvío del eje democrático hacia modelos más autocráticos.
¿Noviembre de 2025 puede ser un punto de quiebre?
Las manifestaciones actuales cuestan poco en comparación con acciones similares en la región en el pasado. Según datos del Balkan Insight, más de 74% de los ciudadanos serbios apoyan que se hagan nuevas elecciones parlamentarias. Este dato refleja un hartazgo generalizado con el estado actual de las instituciones y el liderazgo del país.
“Ya no tenemos miedo”, comenta Mirko, un joven manifestante. “Nos quitaron 16 vidas por la corrupción, pero eso también nos devolvió el poder de nuestra voz”.
Del duelo a la acción política
Lo más sorprendente del movimiento no es su número, sino su continuidad e inteligencia estratégica. Las protestas han evitado el vandalismo, se han comunicado eficazmente a través de redes sociales y han presionado al poder político desde una lógica democrática. La frase "no somos opositores, somos ciudadanos" se ha vuelto un grito de guerra cargado de simbolismo.
Este despertar también ha desatado la autocrítica. Periodistas, arquitectos, ingenieros, abogados y hasta funcionarios públicos han comenzado a integrar los foros ciudadanos para construir propuestas concretas de cambio sistémico. Algunos de los planteamientos incluyen:
- Creación de una fiscalía independiente para investigar corrupción en infraestructura pública
- Auditorías internacionales a megaproyectos financiados con capital extranjero
- Renovación del sistema de licitaciones gubernamentales basados en méritos y transparencia
- Protección legal a denunciantes (whistleblowers)
La calle como termómetro democrático
Serbia se encuentra en una encrucijada. Lo que parece ser una ola incontenible de indignación popular podría transformar, en el corto plazo, la estructura de poder en el país. Estas manifestaciones no solo buscan justicia para las víctimas de una tragedia, sino reformar un país que muchos sienten secuestrado por intereses políticos, económicos e internacionales que no representan al ciudadano común.
En palabras de una madre que perdió a su hijo en el colapso: “Serbia no puede seguir construyéndose sobre ruinas... ni arquitectónicas ni morales”.