Alemania, una década después: ¿éxito migratorio o sociedad dividida?
A diez años de la crisis de refugiados, el país germano enfrenta su mayor prueba: integrar a quienes llegaron y resistir el auge de la extrema derecha
Por: Redacción Internacional
Un viaje sin retorno desde Siria
Casi una década atrás, Rahaf Alshaar y su familia tomaron una decisión de vida o muerte: abandonar Siria en plena guerra civil para buscar refugio en Alemania. Salvaron a sus hijas de una infancia entre bombardeos y miedo –una de ellas sobrevivió al impacto de una bomba en su escuela primaria en 2012– y emprendieron una travesía desde Damasco hasta Berlín, pasando por Líbano y Egipto.
Hoy, desde su casa en las afueras de Berlín, Rahaf bebe café árabe condimentado con cardamomo y afirma, con orgullo: “Somos alemanes”. Y no es para menos: la familia aprendió el idioma, encontró empleo, compró vivienda y se naturalizó alemana. Pero la integración no fue gratuita: enfrentaron frialdad, vivieron la exclusión y perdieron parte de su identidad.
La gran apertura de Merkel y sus consecuencias
El 31 de agosto de 2015, Angela Merkel pronunció una frase que quedó en la historia: “Wir schaffen das” (lo lograremos). Alemania abría las puertas a más de 1 millón de personas llegadas de Siria, Irak, Afganistán y otras zonas en guerra. Fue el mayor movimiento migratorio en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Más allá del caos organizativo en las ciudades y del colapso inicial de los albergues, la sociedad alemana reaccionó con una solidaridad masiva: familias alojaron a refugiados, nacieron miles de clases de integración, activistas colaboraron voluntariamente. La población alemana creció un 1,2% –la mayor alza desde 1992– consecuencia directa de la migración, según la Oficina Federal de Estadística.
Integrarse cuesta: educarse, trabajar, adaptarse
Rahaf es ingeniera civil; su esposo, trabajador industrial. Al llegar a Alemania, sus títulos no fueron reconocidos y debieron comenzar desde abajo. Aprendieron alemán, tomaron pasantías, se formaron en nuevas áreas. Hoy ella trabaja en el Ministerio de Transporte y sus hijas destacan en la escuela: Rajaa quiere estudiar arte, Razan cursa último año de secundaria y Raneen, con solo 13 años, es delegada de su clase.
“Fue mucho trabajo, pero hubo buena gente alrededor que creyó en nosotros”, recuerda Rahaf. Uno de los factores clave fue el acompañamiento de ciudadanos alemanes que decidieron convertirse en redes de apoyo informal ante un Estado desbordado.
Alemania cambió, pero también se fracturó
El mismo fenómeno que abrió la puerta a millones también activó el resorte del miedo y la hostilidad. El partido Alternativa para Alemania (AfD), de ultraderecha, pasó de ser marginal a convertirse en la segunda fuerza política, con una agenda basada en cerrar las fronteras y deportar masivamente a quienes no tengan derecho de asilo. En las elecciones regionales y federales, han obtenido cifras récord.
Una encuesta de Forsa para RTL reveló que solo un 21% de los alemanes cree que el país “lo hizo bien” con la ola de refugiados entre 2015 y 2020. Otro 41% opinó que se gestionó de manera “menos buena” y un preocupante 37% dijo que fue “un fracaso”.
El actual gobierno, encabezado por el canciller conservador Friedrich Merz, endureció controles en fronteras y agilizó deportaciones, alineándose parcialmente con el discurso de la extrema derecha.
Discriminación cotidiana en un país desarrollado
Pese a los logros personales, Rahaf enfrentó discriminación por usar el hiyab. Recibió miradas acusadoras, preguntas recurrentes sobre si era obligada a llevarlo e incluso insultos en obras donde trabajaba como ingeniera. Tras más de 30 años usando velo, decidió dejar de usarlo hace dos años. “Fue difícil. Lo había llevado buena parte de mi vida, pero sentí que debía priorizar mi tranquilidad”.
Sus hijas, completamente adaptadas al estilo de vida alemán, no usan velo y muchas de sus amistades desconocen su origen sirio. Hablan alemán sin acento y se proyectan en profesiones creativas y científicas.
Un hogar doble: entre gratitud y nostalgia
La familia Wahbeh celebra ramadán, ve novelas sirias y preserva el idioma árabe en casa. Aunque Alemania les ofreció paz y oportunidad, el sentimiento de nostalgia es persistente. Rahaf y Basem no planean regresar, a pesar del fin de la guerra y la caída del régimen de Bashar al-Asad. “Siria fue nuestro comienzo, y siempre vamos a extrañarla”, dicen.
Rahaf tiene claro que la integración de sus hijas no debe ir acompañada de añoranza ni de sentirse incompletas: “No quiero que se críen con el corazón dividido. Germania es su casa, pero nuestra historia, nuestras raíces, deben ir con nosotros”.
Una historia familiar, un espejo europeo
La narrativa de la familia Wahbeh es un testimonio más del reto que representa integrar profundamente a los nuevos ciudadanos. Se calcula que desde 2015 más de 1.5 millones de personas han solicitado asilo en Alemania. Aunque muchos encontraron trabajo y estabilidad –algunos incluso abrieron negocios o se convirtieron en funcionarios públicos–, otros viven aún en campos temporales o al borde de la marginación.
Jonas Wiedner, sociólogo del Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung, afirma que “la política reaccionó rápido, pero no todo fue efectivo. La sociedad civil sí fue clave para el éxito en muchos casos”. Agrega que entre los migrantes los niveles de empleo hoy son similares a los de los alemanes nativos.
¿Lecciones para el futuro?
- El éxito migratorio no se mide solo en estadísticas, sino en proyectos de vida reconstruidos.
- Integrar no es asimilar: preservar cosmovisiones y culturas debe ser compatible con el respeto a las leyes y valores del país receptor.
- El auge de la xenofobia puede retroalimentarse con discursos simplistas. La inclusión requiere una narrativa más potente desde los estados y la ciudadanía.
Hoy, diez años después de la frase “lo lograremos” de Merkel, Alemania sigue gestionando sus heridas y aciertos migratorios. Es una nación más diversa y, quizá por eso mismo, más polarizada. Pero en cada historia como la de Rahaf hay una promesa latente: que una sociedad se transforma para mejor cuando no deja a nadie atrás.