Protestas juveniles sacuden Marruecos: juventud, represión y una demanda por dignidad
Miles de jóvenes marroquíes toman las calles en al menos una docena de ciudades para exigir reformas en salud y educación; las manifestaciones dejan muertos y heridos y revelan una crisis de legitimidad del gobierno
Las ciudades alzan la voz: un movimiento sin precedentes
Desde el pasado domingo hasta el jueves, Marruecos ha vivido una ola de protestas como pocas veces en su historia reciente. Miles de personas, en su mayoría jóvenes, salieron a protestar en ciudades como Rabat, Casablanca, Salé y otras tantas, exigiendo mejoras en los sistemas de atención médica y educación, así como el fin de la corrupción endémica.
Las imágenes son contundentes: vehículos policiales ardiendo en las calles, jóvenes siendo detenidos, pancartas clamando por “dignidad” y “futuro”. En medio de la represión, que dejó varios muertos y numerosos heridos, el clamor popular no ha menguado. Lejos de intimidarse, las protestas siguen sumando voces cada día.
¿Por qué protestan los jóvenes marroquíes?
Marruecos, un país conocido por su estabilidad relativa en la región del norte de África, enfrenta una grave crisis social. Aunque ha habido esfuerzos por modernizar sectores clave, amplios sectores de la población —especialmente la juventud— sienten que el desarrollo no ha sido equitativo.
El desempleo juvenil se sitúa en un alarmante 35%, según datos recientes del Haut Commissariat au Plan, y las oportunidades para los recién graduados son escasas. Las condiciones en hospitales públicos son precarias, con una alarmante falta de personal y equipos. Las escuelas, sobre todo en zonas rurales, carecen de infraestructura básica. Todo esto ha creado un caldo de cultivo para el descontento generalizado.
Un grito que resuena: salud, educación y justicia
Los gritos coreados en las calles son claros y sencillos: “Queremos hospitales, no palacios”, “Educación para todos”, “El pueblo quiere dignidad”.
Uno de los lemas más destacados, retomado en varias ciudades, es: “Jil Jadid, la yureed al-fasad!” (La nueva generación no quiere corrupción). Este lema refleja una profunda desconfianza hacia las instituciones y una exigencia transversal: transformaciones estructurales que garanticen servicios públicos de calidad.
Violencia policial y represión: una estrategia que agrava el conflicto
La respuesta del Estado ha sido principalmente represiva. En las imágenes captadas en ciudades como Salé o Casablanca se puede ver a la policía antidisturbios dispersando a manifestantes con gases lacrimógenos y porras. Se reportaron al menos cinco muertos y decenas de heridos durante los enfrentamientos.
Además, múltiples organizaciones de derechos humanos denunciaron la detención arbitraria de menores y el uso excesivo de la fuerza. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) declaró que las autoridades están violando los derechos de los ciudadanos consagrados en la Constitución de 2011 y tratados internacionales.
“Esta situación pone en evidencia una crisis de legitimidad del gobierno y refleja el divorcio entre los gobernantes y los gobernados”, señaló Khadija Ryadi, activista de derechos humanos y expresidenta de la AMDH.
El trasfondo político: ¿caída del primer ministro?
Una de las demandas que va tomando fuerza en las calles es la salida del primer ministro Aziz Akhannouch. Acusado de enriquecerse con contratos públicos gracias a sus vínculos empresariales —es propietario del conglomerado Akwa Group—, Akhannouch ha sido blanco de protestas desde hace más de un año. Sin embargo, el auge actual ha puesto su continuidad en entredicho.
Varios sectores, incluidos intelectuales y miembros de sindicatos, han pedido la formación de un nuevo gobierno más sensible a las demandas sociales. El rey Mohammed VI, que ha mantenido silencio hasta ahora, podría verse obligado a tomar una postura en los próximos días.
Una nueva generación politizada y conectada
Las protestas marroquíes de este año tienen una particularidad clave: son lideradas por jóvenes nacidos después del año 2000, una generación digitalmente conectada, politizada y creativa. A través de plataformas como TikTok, Instagram y Twitter, los manifestantes han difundido videos, llamado a movilizaciones y documentado la represión.
Ya no se trata solamente de protestas físicas en plazas y avenidas, sino también de una guerra narrativa que ocurre en paralelo en Internet. Este fenómeno recuerda los inicios de la “Primavera Árabe”, pero con una estrategia más descentralizada y espontánea.
El factor económico: una olla a presión
Marruecos enfrenta también una presión económica sin precedentes. La inflación ha alcanzado cifras de dos dígitos, afectando especialmente a los productos alimenticios básicos. Las remesas de la diáspora marroquí han caído debido a un contexto global más incierto, mientras el gasto público ha sido recortado en sectores sensibles.
Según el Banco Mundial, más del 18% de la población vive por debajo del umbral de pobreza multidimensional, un indicador que combina salud, educación e ingresos. Esta combinación de desigualdad, descontento y represión ha generado una tormenta perfecta.
¿Estamos ante un nuevo 2011?
En 2011, durante la oleada de protestas conocida como la Primavera Árabe, Marruecos evitó una crisis profunda gracias a una rápida reforma constitucional encabezada por el rey. Sin embargo, muchos de los cambios prometidos quedaron en papel. La represión selectiva a disidentes, el control de medios y el sostenimiento de una élite empresarial cercana al poder han limitado el proceso de democratización.
Hoy, catorce años después, el escenario parece más complejo. Aunque el monarca conserva un alto grado de legitimidad, el movimiento actual no apunta solo al gobierno, sino a las estructuras de poder en su conjunto. Y su principal motor es una juventud que se siente traicionada por promesas incumplidas.
Reformas o ruptura: el dilema del régimen
Ante esta coyuntura, el régimen marroquí enfrenta un dilema difícil: emprender reformas profundas que redistribuyan poder y recursos, o intensificar la represión con el riesgo de sufrir una escalada de violencia popular.
El politólogo marroquí Abderrahim El Maslouhi afirma:
“La represión puede apagar la chispa por un momento, pero la frustración regresará si no se hacen cambios. Marruecos necesita un nuevo contrato social basado en derechos y deberes compartidos. La juventud no quiere caridad, quiere participación.”
Perspectivas: ¿qué sigue para Marruecos?
Aunque es pronto para saber si estas protestas derivarán en una transformación profunda, lo cierto es que Marruecos ha entrado en una etapa nueva. Ya no se trata solo de manifestaciones contra alzas de precios o decisiones puntuales, sino de una exigencia más orgánica: la de vivir con dignidad, tener acceso a oportunidades, y poder confiar en las instituciones.
Si algo queda claro tras esta semana intensa es que Marruecos no volverá a ser como antes. Las calles lo han dicho fuerte, y habrá que ver si el poder escucha o reprime una vez más.