El ocaso de Marineland: ¿Quién salvará a las belugas de Canadá?

Un parque marino en bancarrota, 30 ballenas atrapadas y un país que enfrenta el dilema ético del cautiverio animal

Una súplica al gobierno canadiense

En una carta que mezcla desesperación con denuncia, el parque temático Marineland, situado cerca de las majestuosas cataratas del Niágara, pidió esta semana al gobierno de Canadá un rescate financiero urgente. El motivo: alimentar y cuidar de sus ballenas beluga, las cuales podrían enfrentarse a una eutanasia masiva si no se encuentra una solución inmediata.

Este grito de auxilio surge tras la negativa del gobierno canadiense, por parte de la ministra de Pesca, Joanne Thompson, de permitir la exportación de 30 belugas al Chimelong Ocean Kingdom, un parque marino en China. La decisión se basa en una ley de 2019 que prohíbe el uso de cetáceos en espectáculos o su mantenimiento en cautiverio con fines de entretenimiento.

En palabras del propio parque: “Chimelong era nuestra única opción viable. No existe ningún santuario adecuado y ningún otro acuario con espacio suficiente para estos animales”.

¿Un conflicto legal o un drama ecológico?

El asunto pone sobre la mesa un conflicto complejo entre legislación de bienestar animal, intereses económicos, y responsabilidad ética. La ley canadiense no se aplica retroactivamente a los cetáceos ya en cautiverio antes de 2019, pero sí prohíbe estrictamente su reproducción. Si bien esto pretendía evitar que parques como Marineland perpetuaran una población de animales destinados a espectáculos, hoy se convierte en una trampa legal para animales que ya no pueden reproducirse, pero tampoco ser trasladados a otros recintos.

Desde 2019, un total de 20 ballenas —incluyendo una orca y 19 belugas— han muerto en Marineland, una estadística alarmante que fue revelada en una investigación de The Canadian Press.

Entre la bancarrota y la venta

Marineland, que fue fundado en 1961, había anunciado su intención de ponerse a la venta a comienzos de 2023. Cerró sus puertas al público a finales del verano de 2024, mientras busca un comprador tanto para el parque como para la extensa parcela de terreno que posee cerca de Horseshoe Falls.

Sin embargo, no se ha concretado ninguna venta aún, lo que agrava la situación financiera. En su carta al gobierno, Marineland sostuvo que está totalmente endeudado y quedándose sin fondos rápidamente. Sin apoyo del gobierno ni lugar a donde enviar a las belugas, sugiere que la eutanasia masiva sería la única alternativa.

La trágica historia de los cetáceos en cautiverio

El debate sobre la ética del cautiverio animal no es nuevo. En 2013, el documental Blackfish expuso el caso de la orca Tilikum, que vivió durante años en el SeaWorld de Orlando y estuvo implicada en la muerte de tres personas. Aquel documental detonó una reacción global: SeaWorld anunció en 2016 que dejaría de criar orcas y reduciría sus espectáculos. Canadá fue más allá y en 2019 prohibió por ley la posesión y reproducción de cetáceos en cautiverio.

La ley es clara: los cetáceos ya en cautiverio no serán liberados, pero no pueden ser reemplazados ni reproducidos. El objetivo era, en forma práctica, que la industria de cetáceos en espectáculos muriera por inanición generacional. Sin embargo, nadie anticipó qué sucedería si uno de estos parques —como Marineland— se enfrentara a una quiebra masiva y no existiera un plan alternativo de emergencia para transicionar los animales a santuarios naturales.

¿Santuarios posibles o cuentos de hadas?

Marineland argumenta que no existe ningún santuario disponible para recibir a las 30 belugas bajo su cuidado. Esto también es verdad a medias. Aunque varios proyectos de santuarios para cetáceos han surgido en los últimos años —como The Sea Life Trust Beluga Whale Sanctuary en Islandia—, estos espacios tienen capacidad limitada y criterios estrictos de acceso.

Además, trasladar belugas no es una tarea sencilla. Requiere procesos logísticos extremadamente costosos, personal veterinario, transporte especializado y garantizado bienestar del animal. Algunos santuarios han mostrado interés, pero no para albergar 30 ballenas simultáneamente.

Turismo versus conservación: la historia de Marineland

Marineland se construyó originalmente como un parque de entretenimiento familiar que mezclaba atracciones mecánicas con espectáculos animales. Durante décadas fue una de las principales atracciones turísticas de Ontario, pero todo cambió a partir de los 2000 cuando se intensificaron las preocupaciones por el bienestar animal.

El parque fue duramente criticado por organizaciones ambientales como PETA y Animal Justice, y se convirtió en blanco frecuente de protestas. La presión pública, sumada a leyes restrictivas, impactó directamente en su actividad comercial.

Hoy, lo que antes era símbolo de puro entretenimiento, se ha convertido en una cápsula del tiempo de malas prácticas de conservación.

¿Qué hará el gobierno?

Hasta ahora, la ministra Thompson no ha respondido públicamente al nuevo pedido de ayuda económica ni ha ofrecido opciones alternativas de reubicación. Desde el ámbito político, la resistencia a actuar puede deberse al temor de abrir la puerta a subsidios estatales para negocios privados que violaron estándares éticos.

No obstante, los críticos argumentan que el gobierno tiene la responsabilidad de cuidar a estos animales, ya que ahora se encuentran atrapados en un limbo legal creado por las mismas leyes que se propusieron defenderlos.

Es inadmisible que una ballena deba morir porque el Estado no previó una ruta de salida para estas situaciones”, dijo Camille Labchuk, directora ejecutiva de Animal Justice.

Canadá y el futuro del bienestar animal

El problema de Marineland puede considerarse un caso emblemático de lo que podría suceder si nuevas leyes no contemplan el cuidado a largo plazo de la fauna ya cautiva. En países como Francia, Reino Unido y Nueva Zelanda, se ha debatido la opción de respaldar económicamente la transformación de parques marinos en espacios educativos sin espectáculos, con apoyo municipal o estatal.

Canadá tiene ahora esta disyuntiva: permitir el uso de recursos públicos temporales para garantizar el bienestar animal, o seguir una línea dura sin excepciones, aunque ello implique decisiones irreversibles como la eutanasia.

¿Repatriar antes de exportar?

Aunque enviar belugas a China parece inviable, algunos expertos han propuesto otra alternativa: crear un santuario nacional o expandir instalaciones existentes en América del Norte. Irónicamente, Canadá —un país con vasto territorio costero— carece actualmente de infraestructuras listas para recibir cetáceos liberados o desplazados, algo que podría haberse prevenido con mejor planificación legislativa.

La idea de repatriar a la fauna o crear una red de santuarios nacionales no es nueva. Estados Unidos y Australia han discutido modelos similares. La diferencia está en quién aporta los fondos iniciales y cómo se realiza la transición.

El dilema moral

Marineland nos obliga a preguntarnos: ¿Cuál es nuestro deber hacia los animales que han crecido en nuestras estructuras y que, producto de políticas recientes, ya no pueden subsistir sin nuestra ayuda?

La situación demanda una solución urgente basada en ética, responsabilidad compartida y visión futura. La eutanasia no puede ser la única respuesta posible en un país que lidera en legislación animal a nivel mundial.

La historia de Marineland es quizá el capítulo final de una era. Una era en la que creíamos que domesticar a la naturaleza era entretenimiento. Ahora resta definir si el cierre de esta página se hará con la dignidad y el respeto que los animales merecen.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press