Las noches de Damasco: Resistencia cultural y libertad bajo tensión islamista

A pesar de los nuevos gobernantes islamistas tras la caída del régimen de Assad, los bares y clubes nocturnos de Damasco siguen llenos de vida

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Una ciudad atrapada entre la represión y la celebración

Mientras los titulares del mundo hablan sobre el cambio de poder en Siria tras la caída del régimen de Bashar al-Assad, la vida nocturna en Damasco —paradójicamente— parece estar viviendo un auge. La capital del país, símbolo de la resistencia histórica y cultural de Oriente Medio, es hoy epicentro de una contradicción fascinante: una sociedad que celebra la vida con música y copas pese al dominio impuesto por grupos islamistas armados.

Hoy, bajo el gobierno provisional liderado por Ahmad al-Sharaa, y con presencia dominante del grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS), las reglas islámicas estrictas tiñen de restricciones el escenario social. Sin embargo, las calles de Damasco cuentan una historia diferente cuando cae la noche. En bares del centro histórico y clubes de moda, una juventud vibrante, marcada por años de guerra y desesperanza, elige bailar, brindar y resistir.

Desde burkinis obligatorios hasta cócteles en la costa

En junio de 2025, las nuevas autoridades emitieron una directiva llamando al uso obligatorio del burkini para mujeres que quisieran nadar, excepto en complejos turísticos de lujo. Pero las playas privadas en la costa mediterránea siria siguen ofreciendo escenas que rozan con la rebeldía: hombres y mujeres tomando el sol en traje de baño, intercambiando risas y copas de vino.

Este contraste pone de manifiesto una nación en transición. Mientras en las ciudades del norte y en algunas zonas interiores dominadas por narrativa religiosa se aplican restricciones estrictas, en Damasco continúa latiendo una pulsación cultural occidentalizada que no ha logrado ser apagada del todo.

Golpes nocturnos y represión simbólica

La libertad, eso sí, no está garantizada. Videos que circularon en redes durante el verano mostraban a hombres armados, barbudos y vestidos con ropas tradicionales, golpeando a jóvenes que bailaban en clubes nocturnos de Damasco. Estos ataques, aunque esporádicos, causaron un clima generalizado de temor, dejando claro que el nuevo poder religioso no tolera del todo la efervescencia cultural todavía visible en algunos bolsillos urbanos.

“El miedo siempre está presente”, dice Rana, una estudiante de literatura de 26 años que frecuenta un bar escondido en el barrio de Bab Sharqi. “Pero ¿qué otra opción nos queda? Nos negamos a mutilar nuestras vidas por miedo a ellos. Esta es nuestra forma de resistir”.

La herencia secular de Siria y la lucha por preservarla

Siria, desde los tiempos del mandato francés hasta la era republicana dirigida por Hafez y luego Bashar al-Assad, mantuvo una apariencia secular, al menos en su visión estatal del islam. La libertad religiosa era, si bien no absoluta, protegida dentro de amplios parámetros. La composición étnica y cultural diversa de Siria —que incluye cristianos ortodoxos, católicos, alauitas, suníes y drusos— siempre impuso un equilibrio frágil, pero funcional. En ese pluralismo se arraigó también una cultura social rica: fiestas, música autóctona y occidental, consumo de alcohol moderado y otros aspectos de la vida moderna.

Este legado secular es hoy una afrenta para quienes controlan la capital. La tensión entre esta identidad urbana moderna y las interpretaciones rígidas del islamismo político es palpable, no solo en las decisiones gubernamentales, sino en los cuerpos y almas de los ciudadanos.

La noche como vía de escape (y de poder)

Para muchos jóvenes, las salidas nocturnas no son solo una forma de ocio: son un acto político y cultural. En un país donde el espacio público se reduce día tras día, los bares, cafés y clubes funcionan como burbujas de expresión. Tal como lo describió un periodista extranjero durante una visita guiada a la ciudad en 2024, “entrar a un bar en Damasco es como atravesar un portal hacia el mundo anterior a la guerra”.

Estos espacios emergen con la logística propia de la clandestinidad. Algunos bares cambian sus horarios o ubicación semanalmente, mientras otros adoptan entradas disfrazadas, vigilancia privada y códigos de acceso para garantizar la seguridad de sus clientes. Pero lo que ofrecen dentro es siempre lo mismo: humanidad, comunidad y espacio para respirar.

La música: antídoto contra el miedo

El sonido del oud se mezcla con los bajos de la música electrónica. La noche en Damasco sirve como cruce de culturas. En algunos clubes se tocan versiones electrónicas de canciones tradicionales árabes junto a éxitos de reguetón internacionalizados. DJs locales como Samer M., quien ha ganado notoriedad en SoundCloud pese a la censura digital, lideran una generación comprometida con mostrar que el arte trasciende las fronteras del dogma.

“Cada una de mis presentaciones es una protesta silenciosa”, dice Samer. “Aquí no se gritan consignas, pero hacemos algo más fuerte: bailamos.”

Resistencia en femenino

Tal vez quienes más arriesgan en esta suerte de gesta cotidiana son las mujeres. No solo por las políticas retrógradas que buscan limitar su vestimenta y comportamiento, sino porque el foco de los ataques suele posarse sobre ellas, como cuerpos portadores de una supuesta moral nacional.

Sin embargo, en cada brindis, en cada paso de baile que dan las mujeres en los clubes de Damasco, hay una declaración de independencia. Organizaciones emergentes de derechos humanos han documentado más de una docena de incidentes violentos contra mujeres en estos espacios desde junio de 2025. Aun así, la afluencia femenina continúa creciendo.

“Volver a casa viva es a veces una lotería”, confiesa Nour, diseñadora gráfica que cada viernes se reúne con su grupo de amigas en un bar semioculto. “Y aun así lo hacemos, porque estar encerrada también es morir de otra forma”.

Entre la represión y el deseo de libertad: ¿hacia dónde va Siria?

Mientras el mundo analiza el impacto político-militar de la caída del régimen de Assad, poco se habla del tejido social que permanece. Damasco es hoy emblema de esa complejidad: una ciudad que quiere volver a vivir mientras se le impone otra cara de la religión. Los clubes llenos, las noches vibrantes y los brindis entre extraños son hoy un testimonio vivo de que, aunque las circunstancias cambien, la resistencia cultural encuentra formas de perseverar.

Los riesgos son reales, las amenazas constantes y el futuro tan incierto como siempre. Pero en cada DJ que sube el volumen, en cada mujer que brinda con cerveza en mano y en cada joven que danza con los ojos cerrados mientras afuera el país reconstruye su rumbo, hay un recordatorio poderoso: la libertad no siempre empieza en las urnas, a veces comienza en la pista de baile.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press