Tragedia ecológica: El alza de muertes de ballenas jorobadas en Nueva York y su conexión con el auge del comercio marítimo
El resurgimiento de la fauna marina en aguas neoyorquinas ha traído un fenómeno inquietante: ballenas jorobadas atraídas por alimento, pero mueren por colisiones con barcos. ¿Cómo evitar que el progreso industrial conduzca a una catástrofe ambiental?
Un nuevo visitante en aguas neoyorquinas: la ballena jorobada
Hasta hace una década, ver una ballena jorobada en las aguas del puerto de Nueva York era un hecho extraordinario. Hoy, esos majestuosos mamíferos marinos se han convertido en visitantes habituales de la Gran Manzana. Esta presencia creciente ha sido directa consecuencia de dos factores clave: la limpieza de las aguas del puerto y el repunte de la población de menhaden, un pequeño pez que sirve de alimento esencial para las ballenas.
Pero esta historia de recuperación ambiental se ha visto abruptamente enturbiada. Desde 2016 se ha observado un aumento alarmante de muertes de ballenas jorobadas en la costa atlántica de Estados Unidos, especialmente en zonas como Nueva York y Virginia. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA Fisheries), entre 2012 y 2015 se registraron solo 51 varamientos entre Maine y Florida. Comparado con los 257 varamientos documentados entre 2016 y 2025, el crecimiento es vertiginoso.
Los gigantes del mar y los colosos de acero
¿A qué se debe esta ola de mortalidad? La respuesta está en el tráfico marítimo.
El Puerto de Nueva York y Nueva Jersey, administrado por la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey (PANYNJ), es el más activo de la costa Este y el tercero más grande de Estados Unidos. En 2024, movilizó casi 9 millones de TEUs (contenedores equivalentes de 20 pies), una sustancial alza respecto a los 5.8 millones hace una década.
Esta intensificación del tráfico, junto al cambio pospandemia en rutas comerciales —que ahora priorizan el Este sobre el Oeste— ha propiciado el paso de buques de gran tamaño por zonas costeras previamente menos transitadas. El resultado es una crisis ambiental silenciosa.
Investigación científica: cifras que alarman
Una investigación liderada por Lesley Thorne, decana de Investigación de la Escuela de Ciencias Marinas y Atmosféricas de la Universidad de Stony Brook, concluyó que las áreas con mayor densidad de tráfico marino coinciden con las zonas de mayor mortalidad de ballenas jorobadas.
“Encontramos que los lugares con mayores aumentos en varamientos y mortalidad por colisiones con embarcaciones eran también los que más habían incrementado su actividad naviera”, explicó Thorne.
La NOAA confirmó que de las 129 necropsias realizadas a ballenas muertas hasta julio de 2025, al menos 45% mostraban evidencia de interacción humana, ya sea por colisión con embarcaciones o enredos con redes de pesca.
NYC0393: un símbolo de la tragedia
Entre los casos más conmovedores está el de NYC0393, una ballena jorobada hembra y juvenil registrada en el catálogo de Gotham Whale, una organización sin fines de lucro que estudia mamíferos marinos en Nueva York.
NYC0393 fue vista 14 veces en 2024, identificada por su singular comportamiento acrobático. Pero a finales del año fue hallada muerta en la playa de Roosevelt, en Long Island. Una necropsia reveló fracturas en el cráneo consistentes con un impacto por barco.
“Una vez llegamos a la cabeza, notamos decoloración y microfracturas en los huesos. Un patólogo confirmó que fue una colisión con una embarcación”, detalló Kimberly Durham del Atlantic Marine Conservation Society.
Menhaden y la cadena alimenticia que los atrae
Pero, ¿por qué están aquí las ballenas? La respuesta está en los menhaden.
Los menhaden, peces pequeños que forman grandes cardúmenes, son un festín para ballenas jorobadas. Estos peces, abundantes frente a las costas neoyorquinas, se han multiplicado desde que la Comisión de Pesca Marina del Atlántico limitó su captura en 2012. Entre 1950 y 2012, solo una empresa —Omega Protein— extrajo 47 mil millones de libras de menhaden del Atlántico.
“El número de menhaden se disparó tras la regulación, y eso trajo a las ballenas”, explicó Paul Eidman, director de conservación de Gotham Whale.
Adicionalmente, el Puerto de Nueva York es hoy el más limpio en 100 años, según mediciones medioambientales, lo cual también favorece el retorno de delfines, focas y otras especies.
Medidas de mitigación en marcha
Varias agencias han implementado medidas para proteger a estos cetáceos:
- Zonas de gestión estacional: barcos de más de 65 pies deben reducir su velocidad a 10 nudos en áreas identificadas como rutas migratorias de cetáceos.
- Programa de Incentivos a Embarcaciones Limpias (Clean Vessel Incentive): implementado por PANYNJ, ofrece recompensas financieras para naves que incorporen tecnología o prácticas más seguras y limpias.
- Lineamientos de observación segura: embarcaciones deben mantener al menos 100 pies de distancia de ballenas normales y 500 pies de las ballenas francas del Atlántico norte, en peligro de extinción.
A pesar de estas iniciativas, los expertos advierten que no son suficientes.
“Incluso si un marinero ve una ballena desde la proa de un portacontenedores, le tomaría más de una milla frenar o cambiar de curso. Es muy riesgoso”, señaló Eidman.
Gotham Whale: ciencia ciudadana en acción
Desde 2012, Gotham Whale lidera una revolución en la forma de rastrear ballenas jorobadas. Su catálogo pasó de registrar 5 ballenas en 2012 a más de 470 avistamientos individuales en 2025. Gracias a esta organización, cada año aumenta el conocimiento de las rutas, hábitos y amenazas para estos gigantes oceánicos.
Su labor dio visibilidad a historias como la de NYC0393 y ha movilizado esfuerzos desde inspectores portuarios hasta estudiantes universitarios.
¿Progreso o catástrofe?
El auge económico y la recuperación ambiental parecen ir en direcciones opuestas. El desarrollo portuario ha convertido a Nueva York en un nodo logístico clave, mientras que el regreso de fauna marina es celebrado por ambientalistas. Pero los datos dejan algo claro: sin una regulación más estricta y efectiva, el ecosistema marino urbano de Nueva York podría enfrentar una catástrofe ecológica irreversible.
Si bien el comercio marítimo global es un motor económico indispensable, proteger la biodiversidad es tanto una responsabilidad ética como una necesidad para garantizar sostenibilidad a largo plazo. La muerte de cada ballena —especialmente de ejemplares juveniles— representa más que una estadística: es un llamado de atención sobre cómo equilibrar naturaleza e industria en tiempos donde ambas colisionan más que nunca.