La Flotilla de la Verdad: represión, activismo y el asedio a Gaza desde el mar

Una mirada crítica al trato a activistas internacionales por parte de Israel, las reacciones globales y el mensaje oculto detrás de la misión humanitaria Global Sumud Flotilla

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El mar como escenario de protesta

En octubre de 2025, un grupo de 450 activistas internacionales intentó romper el bloqueo naval impuesto por Israel sobre la Franja de Gaza. A bordo de 42 embarcaciones que formaban la Global Sumud Flotilla, el objetivo era entregar una simbólica pero poderosa carga de ayuda humanitaria al territorio palestino, que enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes debido al hambre, los bombardeos y el aislamiento prolongado.

La palabra “Sumud” en árabe significa “resistencia” o “perseverancia”, un nombre que refleja el espíritu del movimiento. Sin embargo, la iniciativa fue interceptada en altamar por la marina israelí y culminó en la detención de cientos de activistas, incluidos líderes de derechos humanos, parlamentarios europeos y figuras públicas notables como Greta Thunberg y Mandla Mandela, nieto de Nelson Mandela.

Acusaciones de abuso y tratos inhumanos

Los testimonios que han comenzado a surgir tras la liberación y repatriación de algunos activistas revelan un panorama alarmante. Saverio Tommasi, periodista italiano, denunció desde el aeropuerto de Roma que fueron tratados “como monos” y se les negó el acceso a medicamentos. Otro periodista italiano, Lorenzo D’Agostino, describió intimidaciones severas: soldados apuntando con láseres de rifles a los prisioneros y perros utilizados como métodos de coerción psicológica.

Paolo De Montis, otro activista, narró haber sido forzado a estar de rodillas durante cuatro horas con las manos sujetas por bridas plásticas, y azotado cuando se atrevía a levantar la mirada. "Estrés constante y humillación", resumió su experiencia en la prisión israelí de Ketziot, ubicada en el desierto del Negev.

Greta Thunberg: símbolo y blanco

La presencia de Greta Thunberg fue especialmente simbólica. La joven activista climática fue arrestada y, según Tommasi, se la mostró con una bandera israelí a su lado —una acción interpretada como burlesca e intimidatoria. El gobierno israelí, por su parte, afirmó en redes sociales que “todos los derechos legales de los detenidos fueron respetados” y tachó las acusaciones de “mentiras descaradas”.

Además, la Cancillería israelí sostuvo que Thunberg no presentó quejas formales, lo que fue interpretado por medios oficiales como “prueba” de que los abusos nunca ocurrieron. Una declaración que contrasta con los múltiples relatos recopilados por medios europeos.

La reacción del gobierno israelí

Lejos de mostrar preocupación, el ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben-Gvir, celebró abiertamente el trato dado a los activistas: “Estoy orgulloso de que los tratemos como terroristas, quienes apoyan el terrorismo deben recibir el trato de terroristas”, dijo refiriéndose a los detenidos.

Ben-Gvir incluso afirmó que si los activistas esperaban una recepción con “alfombra roja y trompetas”, estaban equivocados. Este discurso fue duramente criticado por varios países, que consideraron sus palabras una validación explícita de maltrato.

Reacciones internacionales

  • Turquía, Colombia y Pakistán condenaron lo ocurrido, exigiendo explicaciones de parte de Israel.
  • Grecia, con 27 ciudadanos detenidos, presentó una protesta diplomática oficial por el “comportamiento inaceptable” del ministro israelí.
  • El Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia confirmó haber desplegado acciones diplomáticas para proteger los derechos legales de sus ciudadanos, incluyendo Thunberg.

Las imágenes de activistas siendo retirados por la fuerza, con las manos atadas y caras cubiertas, circularon ampliamente en redes sociales. La indignación llegó a las calles: en varias capitales —desde Estocolmo hasta Ciudad de México— se realizaron manifestaciones exigiendo la liberación de los prisioneros y el fin del bloqueo sobre Gaza.

El trasfondo político y humanitario

Esta no es la primera vez que una flotilla intenta romper el cerco marítimo impuesto por Israel desde 2007, cuando Hamas asumió el control de Gaza. Aunque Israel alega razones de seguridad, las organizaciones humanitarias internacionales y la ONU han repetido en múltiples ocasiones que el bloqueo impone un “castigo colectivo” a los más de 2.2 millones de ciudadanos palestinos que viven en Gaza.

Según un informe del Programa Mundial de Alimentos (PMA, 2025), cerca del 80% de la población de Gaza depende de ayuda internacional para sobrevivir, mientras que un 65% sufre inseguridad alimentaria severa.

“Gaza está al borde de una hambruna provocada por humanos. Lo que vimos fue un intento global de solidaridad, bloqueado por una brutalidad fría y sistemática.” — Médicos Sin Fronteras

La incursión también coincidió con un nuevo intento del entonces presidente estadounidense Donald Trump de negociar un alto al fuego entre Israel y Hamas. Aunque ambas partes se mostraron dispuestas a discutir algunos puntos, el ataque naval puso en duda la viabilidad del proceso en curso.

Más allá de la frontera marítima: ¿interferencia o solidaridad?

El gobierno israelí sostiene que las flotillas no son más que ejercicios de propaganda orquestados para deslegitimar al Estado israelí. No obstante, para cientos de ciudadanos comprometidos con la justicia social —desde parlamentarios hasta voluntarios anónimos— estas acciones son expresiones legítimas de desobediencia civil, destinadas a visibilizar la situación que sufre Gaza y ejercer presión sobre la comunidad internacional.

El hecho de que figuras de la talla de Greta Thunberg o Mandla Mandela decidieran arriesgar su libertad refuerza el carácter ético de esta protesta marítima. Thunberg publicó antes de su arresto:

“No es suficiente hablar sobre justicia climática sin hablar de justicia social. Gaza nos necesita. Ahora.”

La narrativa en disputa

Israel afirma que ofreció deportaciones voluntarias para quienes no quisieran someterse a proceso judicial, y que quienes aún están detenidos en Ketziot lo están por elección legal. Una narrativa que contrasta con los testimonios de activistas, quienes indican que se vieron obligados a elegir entre aceptar culpabilidad o enfrentar semanas —o meses— de encarcelamiento.

Mientras tanto, medios israelíes difundieron imágenes que buscaban retratar a los activistas como “terroristas de salón”, mientras funcionarios como Ben-Gvir avivaban el discurso de odio. Ya no es solo una disputa sobre control territorial o seguridad fronteriza, sino sobre el control moral del relato.

En busca de voces libres

Frente al silencio de muchos gobiernos occidentales y al eco ensordecedor de declaraciones estandarizadas, son las voces desde abajo —las de quienes se atrevieron a cruzar el mar en barcos pequeños con la esperanza de justicia— las que arrojan luz sobre la complejidad actual del conflicto israelí-palestino.

Esta operación de represión sobre la Global Sumud Flotilla no solo dejó detenidos, sino que abrió una grieta moral en la ya deteriorada imagen de Israel en sectores humanitarios. Lejos de silenciar el mensaje, estas acciones parecen haber amplificado las denuncias de opresión, abuso y censura.

Una lucha que no se detiene

Desde las orillas de Gaza hasta los aeropuertos de Estambul, Roma y Atenas, el eco de los testimonios todavía resuena. Activistas como Tommasi, D’Agostino y Thunberg no solo hablaron de detenciones, maltratos o humillación, sino de la necesidad urgente de validar la dignidad humana sin fronteras ni pasaportes. Y quizá, esa es la verdadera esencia de esta protesta flotante: recordar que la humanidad no puede mantenerse neutral ante el sufrimiento ajeno.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press