Moda en transformación: Valentino y Celine apuestan por la nostalgia controlada en París
Alessandro Michele y Michael Rider redefinen el lujo y la herencia en una Semana de la Moda marcada por la moderación estilística
La Semana de la Moda de París ha sido históricamente una plataforma para las declaraciones más audaces en diseño, pero este octubre de 2025 nos muestra un giro hacia la introspección y la sofisticación moderada. Con las casas de moda Valentino y Celine como protagonistas, dos diseñadores destacados —Alessandro Michele en Valentino y Michael Rider en Celine— han optado por recopilar e interpretar el pasado con delicadeza, en lugar de subvertirlo con estridencia. Este análisis busca desentrañar esa tensión entre memoria y modernidad, reafirmando que la moda también puede rugir en voz baja.
El regreso sobrio de Alessandro Michele en Valentino
Tras haber revolucionado Gucci con una estética maximalista y profundamente nostálgica, Alessandro Michele llegó a Valentino en una nueva era de desafíos. Para muchos, representaba una reinvención necesaria en una casa asociada a la elegancia clásica, el rojo icónico del fundador Valentino Garavani y el refinamiento impoluto de Pierpaolo Piccioli. Sin embargo, en lugar de repetir su firma de excesos teatrales, Michele ha mostrado una nueva faceta: más silenciosa, más matizada y, sin duda, más madura.
En su colección Primavera/Verano 2026, presentada en el marco de la Semana de la Moda de París, vimos una síntesis impecable entre lo clásico y lo experimental: siluetas de los años 70 con moños y fruncidos, faldas de terciopelo y un vestido dorado drapeado con un cuello de plumas que evocaba tanto a los mitos griegos como a la Roma de Fellini. Michele no abandonó su toque ecléctico —hubo camisas de lunares, paneles divididos en color amarillo vibrante y bloqueos de color— pero todo fue aplicado con una moderación sorprendente.
Como él mismo dijo en una entrevista reciente: “Manipular el pasado para hacerlo presente”. Con esto, parece haber entendido que rescatar la herencia de Valentino no significa encorsetarla en ornamentos. Su colección fue una muestra de cómo el minimalismo puede ser emotivo y cómo un diseñador conocido por su exceso puede igual conmover desde el balance.
Valentino entre la elegancia y la cultura pop
Durante su etapa en Gucci, Michele introdujo una estética ampliamente referencial que abrazaba desde el Glam Rock hasta lo barroco eclesiástico. Su desfile de alta costura de enero fue una orgía visual de crinolinas, referencias al cine clásico de Hollywood y algún guiño a la iconografía papal. Esto puso sobre el tapete el debate clásico del mundo de la moda: ¿cuándo termina el vestuario y comienza el disfraz?
Con su última propuesta para Valentino, Michele da una respuesta tácita: la teatralidad no está reñida con lo cotidiano. Encontramos prendas muy usables: pantalones de tweed, jerséis en cuello V, chaquetas de pelo sintético, e incluso una colaboración con Vans. Pero junto a ellas, convivían piezas caprichosas como bolsos con forma de gato de porcelana o vestidos con motivos felinos. Una dicotomía que encarna el desafío eterno de cualquier diseñador: equilibrar comercialidad y concepto.
Michael Rider resucita el foulard en Celine
Mientras en Valentino se palpa una evolución contenida, en Celine observamos una reinterpretación desprejuiciada del archivo. Michael Rider, en su segunda colección para la casa presentada en el Parc de Saint-Cloud, ofreció un desfile basado en un elemento icónico y aparentemente modesto: el foulard.
Pero no se trataba de simples pañuelos al cuello. El diseñador los convirtió en la arquitectura visual de la colección: vestidos largos y fluidos construidos con retazos de pañuelos vintage, camisas sedosas moldeadas a partir de ellos, forros decorativos que asomaban estratégicamente en gabardinas minimalistas. Hasta los bolsos llevaban fragmentos de foulards como nuevas insignias.
Celine, que ha pasado de la sobriedad de Phoebe Philo al drama burgués de Hedi Slimane, ahora encuentra en Rider una suerte de punto intermedio en el que cada pieza parece debatir sobre su lugar en el legado de la casa. En lugar de imponer un nuevo lenguaje, Rider prefiere componer un collage con los dialectos de sus antecesores.
La nostalgia como lenguaje generacional
La moda actual vive una paradoja: estamos en una época de renovación constante y, sin embargo, el sentimiento dominante es la nostalgia. ¿Por qué la generación actual de diseñadores está tan interesada en mirar hacia atrás? Quizás por la propia inestabilidad del mundo moderno, donde mirar al pasado es una forma de buscar seguridad estilística y emocional.
Rider lo entiende perfectamente. En su desfile mezcló la psicodelia floral de los años 70 con trajes masculinos de confección precisa, evocando lo clásico sin imponerse al presente. Una falda larga abotonada dejaba entrever otra capa debajo, una metáfora visual de la moda como palimpsesto, una tela que contiene estratos de memorias e innovaciones.
Un París cambiante, muchos debuts
Esta temporada, París ha sido epicentro de múltiples debuts creativos: Jonathan Anderson en Dior, Jack McCollough y Lazaro Hernandez en Loewe, Miguel Castro Freitas en Mugler y próximamente Matthieu Blazy en Chanel. En este contexto, Rider podría parecer menos revolucionario, pero su valor está precisamente en eso: en construir una nueva identidad para Celine sin traicionar su legado.
La discusión crítica gira ahora en torno al concepto de autoría: ¿debe un diseñador borrar todo lo anterior para afirmar su visión? ¿O puede tejer una nueva narrativa integrando múltiples hilos identitarios? Michele y Rider, cada uno a su modo, responden con una afirmación poética de la memoria.
El lujo de lo reconocible
Ambas colecciones demuestran un giro significativo en el lujo contemporáneo: menos centrado en la provocación y más en la coherencia. En palabras del crítico inglés Tim Blanks, “la verdadera audacia hoy es ofrecer belleza sin disfrazarla de escándalo”. Frente a un panorama saturado por la aceleración digital, el espectáculo continuo en redes sociales y la fatiga visual del consumidor, comienza a cobrar valor aquello que antes era subestimado: una camisa bien cortada, una falda que fluye con gracia, una silueta que susurra en lugar de gritar.
París no ha perdido su magia ni su poder evocador. Solo que ahora, en lugar de encender fuegos artificiales, prefiere encender velas aromáticas. Y eso también es revolución.