Aliados al borde del abismo: lo que revela la visita de Mark Carney a Trump sobre la relación Canadá-EE. UU.
Tensiones comerciales, amenazas de anexión y renegociaciones del USMCA: ¿puede salvarse una de las más firmes alianzas del mundo occidental?
Un vínculo que cruje bajo presión
La amistad entre Canadá y Estados Unidos ha sido desde hace décadas uno de los pilares más estables en el orden occidental, pero en los últimos años ha sufrido sacudidas que la ponen en entredicho. La reciente visita del primer ministro canadiense Mark Carney al presidente estadounidense Donald Trump no fue una mera cita protocolaria: fue un intento desesperado por recomponer una relación estratégica rota por la retórica beligerante y las políticas mercantilistas de la administración estadounidense.
El USMCA en la cuerda floja
En el centro de las tensiones se encuentra el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC o USMCA), cuya revisión está prevista para 2026. A pesar de que más del 77% de las exportaciones canadienses tiene como destino Estados Unidos, la administración Trump ha amenazado con renegociaciones desfavorables e incluso con el retiro del acuerdo si su país no obtiene mejores condiciones.
Según Carney, "el USMCA representa una ventaja fundamental para Canadá", especialmente frente a la creciente presión proteccionista de su vecino del sur. Actualmente, el 85% del comercio bilateral Canadá-EE. UU. está exento de aranceles, una cifra significativa que demuestra la interdependencia económica de ambas naciones.
La amenaza de anexión: ¿retórica o provocación?
Si bien muchas de las polémicas declaraciones de Trump pueden catalogarse como provocadoras, su sugerencia de hacer de Canadá el “estado número 51” ha hecho saltar las alarmas en Ottawa. Aunque dicha idea parece más un instrumento de presión política, ha calado hondo entre una población canadiense cada vez más escéptica respecto a los propósitos de su aliado histórico.
Frank McKenna, ex embajador canadiense en EE. UU., declaró que “no tiene recuerdo de otro momento más bajo en las relaciones bilaterales.” Añadió además que “hay una rebelión silenciosa” entre los ciudadanos y empresarios canadienses que evitan viajes, negocios y acuerdos con Estados Unidos como señal de protesta.
Los aranceles como arma política
El arma elegida por Trump para presionar a su socio ha sido la implementación de aranceles específicos de la Sección 232, que incluyen un 50% sobre el acero y el aluminio canadiense. Aunque Carney busca alivio en estas tarifas, las expectativas de éxito son bajas.
Estados Unidos es altamente dependiente de Canadá en muchos sectores: el 60% del crudo que importa, el 85% de la electricidad extranjera que consume, y todos los minerales estratégicos que alimentan al Pentágono provienen de su vecino del norte.
McKenna ha insinuado que podrían encontrarse concesiones como reducciones del 50% al 25% en acero, o cuotas de importación sin aranceles que reflejen los volúmenes del año pasado. Sin embargo, el daño simbólico ya está hecho.
Un comercio bilateral de dimensiones gigantescas
Más de 2,5 mil millones de dólares canadienses (unos 1,8 mil millones de USD) cruzan la frontera cada día en bienes y servicios. Canadá es el principal mercado de exportación de 36 estados estadounidenses.
Las conexiones van más allá de lo económico: defensa, fronteras, cultura, deportes y múltiples ámbitos sociales y ambientales son parte del tejido conjunto que desde hace décadas une a estas dos naciones.
¿Cambio de rumbo o callejón sin salida?
Políticamente, Carney está entre la espada y la pared. Sectores de la oposición canadiense lo acusan de tibieza frente al lenguaje agresivo de la Casa Blanca, pero la realidad geopolítica le impone negociar con pragmatismo.
Daniel Béland, politólogo de la Universidad McGill, advierte que cualquier resultado inferior a una reducción arancelaria será leído “como una derrota” en Ottawa, aunque internamente el objetivo central es garantizar estabilidad hasta la revisión del tratado en 2026.
¿Están los canadienses perdiendo la paciencia?
Las consecuencias no son solo diplomáticas. Empresas y turistas canadienses están reconsiderando sus relaciones con EE. UU.. Según McKenna, las compañías están cambiando sus conferencias de destinos estadounidenses a europeos o domésticos. El turismo, un pilar económico en muchos estados del sur, está sufriendo cancelaciones impulsadas por un sentimiento de traición.
En redes sociales y foros ciudadanos, se multiplican las campañas que llaman a boicotear productos estadounidenses o reducir la dependencia del sistema financiero del país vecino. Esto podría ser una señal de que la sociedad canadiense busca redefinir su relación bilateral, más allá de lo que sus líderes políticos puedan lograr en el corto plazo.
Más allá del comercio: cooperación militar y geopolítica
El vínculo entre ambos países tiene una dimensión militar y estratégica fundamental. Canadá es proveedor clave de uranio, aluminio y tecnología para la infraestructura de seguridad estadounidense. Asimismo, ambos países comparten responsabilidades en defensa aérea en el NORAD (North American Aerospace Defense Command), siendo ejemplos evidentes del grado de interdependencia en sectores vitales.
A pesar de ello, la actual administración estadounidense ha priorizado una postura de "América Primero", debilitando sistemas multilaterales y acuerdos bilaterales que habían sido intocables.
¿Puede recomponerse la relación?
Aunque Carney ha sido cauto en sus palabras frente a la prensa, fuentes del gobierno canadiense señalan que su viaje es tanto una medida de reconciliación como una búsqueda de garantías mínimas previo al año de revisión del tratado. En otras palabras, intenta evitar que Trump active la cláusula de seis meses de aviso para apartar a EE. UU. del acuerdo, una posibilidad que causaría estragos en la economía canadiense.
“El mayor logro de esta visita sería acordar un marco mutuo para negociar con transparencia y previsibilidad”, según McKenna. “Si Washington usa el mecanismo de terminación anticipada, sería un choque económico para toda América del Norte.”
Una relación antigua, pero no inmune al desgaste
Históricamente, Canadá y Estados Unidos han transitado altibajos, pero nunca se había registrado un nivel de fricción como el actual. Ni siquiera las disputas por el Tratado de Libre Comercio original (TLCAN) o el conflicto del madero blando en los 80s generaron una ruptura tan emocional a nivel ciudadano.
La actual coyuntura muestra el riesgo de apoyarse demasiado en una alianza que, bajo ciertas condiciones políticas, puede volverse inestable. Para Canadá, esto implica una oportunidad de diversificar su comercio e inversión; para EE. UU., el riesgo de perder uno de sus socios más confiables estratégicamente.
Hoy, ambas naciones están a tiempo de recomponer la relación, pero el reloj corre. La visita de Carney a Washington pasará a la historia como un punto de inflexión, para bien o para mal.