El último bastión del hockey canadiense: la resistencia de Roustan Hockey frente a la globalización y la guerra comercial
La última gran fábrica de palos de hockey de madera en Canadá lucha contra la corriente tecnológica, los aranceles de EE.UU. y la erosión industrial para defender una parte esencial del alma canadiense
El legado de la madera: una historia que empezó antes que Canadá
En una nave industrial de 12,000 metros cuadrados en Brantford, Ontario —a apenas una hora al suroeste de Toronto— un grupo de 15 trabajadores mantiene viva una tradición de más de siglo y medio: la fabricación artesanal de palos de hockey de madera. Esta es la historia de Roustan Hockey, la última gran fábrica de su tipo en Canadá, y también en toda Norteamérica, que todavía produce palos de madera a escala comercial.
Fundada en 1847, dos décadas antes de que Canadá se convirtiera oficialmente en país y 70 años antes de que naciera la NHL, la fábrica arrancó como un taller agrícola. Con el correr de las décadas, mutó en centro de producción para el deporte que llegaría a definir la identidad nacional del país: el hockey sobre hielo.
La era dorada y la caída: de emblema nacional a especie en extinción
En las décadas de 1970 y 1980, el hockey era sinónimo de madera. La producción de palos era un negocio boyante en Ontario, Quebec y varios estados del Medio Oeste estadounidense. La mayoría de los jugadores, incluso profesionales, usaban palos de madera múltiple con refuerzos de fibra de vidrio. Pero todo cambió cuando la revolución tecnológica abrió paso al composite.
Hoy se fabrican aproximadamente 5 millones de palos de hockey al año en todo el mundo, pero sólo el 10% de ellos son de madera. En la NHL, ningún jugador ha usado palos de madera de forma regular desde hace más de 10 años. El resto se han pasado a costosos y ligeros modelos hechos de fibra de carbono u otros materiales compuestos.
Roustan Hockey: una fábrica bajo presión
Bajo la dirección de Graeme Roustan —empresario que también fue dueño de la revista Hockey News y que incluso intentó comprar los Montreal Canadiens—, la fábrica se trasladó en 2019 desde Hespeler hasta Brantford, ciudad natal de Wayne Gretzky. La nueva instalación conserva la esencia casi artesanal de antaño: trabajadores cortan, ensamblan, pintan y barnizan alrededor de 400,000 palos de madera al año bajo reconocidas marcas como Christian, Northland y Sherwood.
Unos 100,000 palos se exportan a Estados Unidos, lo que representa un componente crítico del negocio. El problema es que esa exportación ahora enfrenta obstáculos imprevisibles: guerras comerciales, aranceles sorpresivos e incertidumbre administrativa que erosionan la ya delgada rentabilidad del sector.
El efecto Trump: cuando el hockey se vuelve política internacional
La llegada de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. reconfiguró las reglas del comercio continental. Al eliminar gran parte de las exenciones aduaneras y rediseñar el NAFTA en el nuevo USMCA, su gobierno generó un nivel de volatilidad nunca antes visto para fábricas como Roustan.
“Nunca sabes qué va a hacer Trump”, afirma Bo Crawford, gerente de la fábrica. “Puede cambiar de opinión en una hora. Es frustrante, pero tenemos que seguir adelante como podamos”.
El ejemplo más reciente llegó en agosto de 2025, cuando la administración estadounidense eliminó la exención para envíos internacionales menores de $800 USD. Ahora, incluso pequeños clientes que compran 5 o 10 palos enfrentan aranceles inesperados, detenciones en aduanas y trámites adicionales.
No son solo palos. Roustan también fabrica equipos de portero como pads y sticks de espuma en Toronto, los cuales fueron golpeados con un inesperado arancel del 200%. Afortunadamente, el equipo legal de la empresa logró revertirlo, pero no sin múltiples gestiones y papelería adicional.
Una economía que tambalea
El problema de Roustan es también el de Canadá. En el segundo trimestre de 2025, la economía del país se contrajo un 1.6%, su mayor caída desde la pandemia de COVID-19. Las exportaciones cayeron un 7.5%, principalmente hacia su socio comercial más importante: Estados Unidos.
Un informe reciente del National Bank of Canada confirmó lo que muchos ya intuían: durante el último año, se perdieron 37,800 empleos manufactureros en el país. La inversión en maquinaria industrial alcanzó en ese mismo periodo su punto más bajo desde que existen registros, en 1981.
“Años de regulación excesiva y falta de ambición han erosionado la base industrial canadiense”, escribieron los economistas Stéfane Marion y Matthieu Arseneau. “Y el proteccionismo de Washington sólo ha empeorado las cosas”.
Más allá del negocio: el alma del hockey canadiense
Para Graeme Roustan, este emprendimiento es más que cifras. Es una cuestión de identidad cultural: “Fabricar palos de hockey en Canadá tiene dos propósitos: contribuir económicamente y preservar el legado emocional del deporte que amamos”.
El proceso es casi ceremonial: se seleccionan bloques de madera, se insertan cuñas en las ranuras previamente cortadas, se lijan y ensamblan las piezas. Luego se barniza con epoxi y se pinta a mano. Finalmente, los logos se aplican mediante una técnica clásica de serigrafía.
En medio de la automatización y la globalización, cada palo de Roustan Hockey parece gritar: “aquí estamos todavía”.
¿Futuro o nostalgia?
Los desafíos son múltiples. La demanda de palos de madera se reduce año tras año. Los niños que aprenden hockey hoy prefieren los modelos high-tech. Además, es difícil competir con fábricas en Asia y México cuyos costos de producción son menores.
“Nos mantenemos por la calidad”, dice Crawford. “Es un mercado en contracción, pero todavía hay espacio para la excelencia”.
Actualmente, Roustan controla apenas un 5-10% del mercado, pero su valor está en algo menos cuantificable: el espíritu. Cada palo fabricado es una pequeña cápsula de cultura. Una herencia tangible. Una expresión de resistencia frente a los vientos agitados de la globalización.
¿Vale la pena seguir?
Para Roustan, la respuesta es un rotundo sí. “Todos los países necesitan fabricar al menos algunos elementos que consumen”, dice. “Y si ese producto además representa nuestro corazón y patrimonio, no hay mucho más que pensar”.
Tal vez el hockey canadiense ya no necesite palos de madera en la NHL, pero en una fábrica de Brantford, siguen haciendo historia. Una historia con aroma de barniz, con manos curtidas y con la resiliencia de quienes entienden que algunos símbolos no se pueden importar.