Infancia bajo fuego: los rostros olvidados de la violencia en Cisjordania
Más de 18 niños palestinos han sido asesinados en 2025 por disparos israelíes en la ocupación de Cisjordania. Cada caso, una historia de tragedia y ausencia.
Una generación truncada por la violencia
En medio del prolongado conflicto entre Israel y Palestina, las estadísticas dejan entrever una realidad aún más desgarradora: la pérdida constante de vidas infantiles. En lo que va de 2025, al menos 18 niños palestinos menores de 15 años han muerto por disparos del ejército israelí en Cisjordania ocupada, según datos recopilados por Naciones Unidas. Esta es la tercera vez consecutiva que las cifras alcanzan dígitos dobles, reflejando una normalización del horror que pesa como una losa sobre una región ya marcada por décadas de conflicto.
Lo que estas cifras no pueden explicar son las historias individuales detrás de cada pequeña vida truncada. Desde Jenin hasta Tulkarem, padres y madres muestran con ternura los objetos que sus hijos dejaron atrás: mochilas escolares, teléfonos rotos, ropa ensangrentada y fotografías ya ambarinas que conservan como reliquias de una infancia abortada por el estruendo de las balas.
La muerte de Layla, símbolo de la impunidad
Layla Al-Khatib tenía apenas 2 años cuando una bala israelí le perforó el cráneo mientras reposaba en las piernas de su madre en el salón de su casa en Muthallath ash-Shuhada, cerca de Jenin. Era el 25 de enero de 2025. Las marcas de los proyectiles aún pueden verse en la ventana. Su madre, Tayma Asous, de 26 años, sostiene una fotografía de su hija junto a una camisa ensangrentada con la que la pequeña fue trasladada. “Estábamos en casa, a salvo, o eso creíamos”, dice entre sollozos.
Layla no fue la única víctima inocente. Saddam Rajab, de 10 años y residente de Tulkarem, fue asesinado mientras sostenía el teléfono de su padre. Amer Rabee, de 14 años y nacionalidad estadounidense, fue alcanzado mientras recolectaba almendras. Ayman al-Heimouni, de 12 años, murió frente a la casa de su abuelo en Hebrón. Rimas Amouri, de 13, fue abatida mientras jugaba en el campamento de refugiados de Jenin. La lista continúa.
Una guerra sin infancia
Desde enero de 2025, más de 300 palestinos han muerto en Cisjordania —muchos de ellos en operaciones militares israelíes, que oficialmente tienen como objetivo desmantelar células armadas. Sin embargo, las circunstancias en que mueren los niños ponen en tela de juicio las declaraciones oficiales israelíes. “El ejército israelí no dispara contra civiles, mucho menos contra menores”, sostienen las Fuerzas de Defensa Israelíes. No obstante, las fotografías de coches acribillados, las habitaciones perforadas por fuego automático y los juguetes salpicados de sangre cuentan otra historia.
Según Defence for Children International - Palestine (DCIP), organización dedicada a documentar abusos contra menores en territorios ocupados, más del 70% de las muertes infantiles entre 2020 y 2024 ocurrieron lejos de choques armados, y muchas veces sin que se reportara actividad paramilitar en la zona.
Duelo sin justicia
Los familiares de las víctimas buscan consuelo entre los objetos cotidianos que dejaron sus hijos. Algunos preservan la ropa con la que fueron interceptados por la muerte; otros abrazan almohadas impregnadas con su aroma. Anwar al-Heimouni, madre de Ayman, conserva aún los guantes que su hijo usaba para jugar fútbol. Los huele cada tarde. “Es como si volviera a casa por un instante”, susurra. Su esposo, Nasser, no recibe respuesta sobre quién disparó aquel 26 de marzo.
Cada historia revive el trauma en su forma más cruda. Ahmad Jazar, de 14 años, fue asesinado en Sebastia. Su madre, Wafa, expone los pantalones ensangrentados con los que lo despidieron, exigiendo al menos una explicación oficial. “No pedimos venganza, pedimos verdad”.
Cuando un colgante con su foto es todo lo que queda
En muchas casas del norte de Cisjordania, los retratos de estos menores están por doquier. Hermano menores suelen llevar medallones con el rostro de sus hermanos asesinados. Algunos presumen esos colgantes como si estuvieran mostrando placas de honor. No es un homenaje, es una especie de resistencia afectiva. “Él era mi mejor amigo”, dice un niño de 9 años en Jenin, acariciando la foto de Ayman, su primo.
En estadística comparativa, desde el año 2020, más de 150 niños palestinos han muerto a manos del ejército israelí únicamente en Cisjordania. El Comité de los Derechos del Niño de la ONU ha calificado la situación como una crisis continuada de derechos humanos, y ha instado repetidamente a Israel a implementar protocolos estrictos para minimizar la violencia sobre civiles.
Silencio internacional y reclamos colectivos
La comunidad internacional reacciona con declaraciones esporádicas, pero las organizaciones humanitarias locales exigen algo más que palabras. B'Tselem, un centro de información israelí para los derechos humanos en los territorios ocupados, ha criticado abiertamente la falta de procedimientos legales eficaces cuando se trata de víctimas palestinas. En su último informe afirmaron: “Las investigaciones militares israelíes raramente conducen a cargos penales”.
Las familias, mientras tanto, no esperan justicia sino reconocimiento. Quieren que el mundo escuche sus historias y que la imagen de sus hijos sirva para interpelar al silencio. A menudo, cubren las paredes con afiches de sus hijos, leen versos del Corán o poemas populares, y cada viernes oran, no solo por ellos, sino por los que aún viven entre la incertidumbre.
Las cicatrices visibles e invisibles
Más allá de los funerales, existen heridas que no sangran pero que permanecerán por generaciones: la normalización del trauma, la deshumanización del otro y el miedo constante a morir simplemente por vivir en una zona de conflicto. En lugares como Jenin o Hebrón, los juegos infantiles se desarrollan entre escombros, y muchas veces terminan interrumpidos por ráfagas de metralleta o la orden de quedarse en casa por “razones de seguridad”.
Las consecuencias psicosociales son alarmantes. Unicef ha señalado que más del 80% de los niños palestinos en territorios ocupados presentan signos de trastorno de estrés postraumático. Pesadillas, retraimiento, mutismo selectivo y agresividad son algunos de los efectos detectados por médicos y trabajadores sociales. Esos niños crecen sin infancia.
¿Qué sigue?
En una región donde la justicia parece congelada por intereses geopolíticos y la impunidad, los rostros de Layla, Saddam, Ahmad, y Ayman nos recuerdan que la infancia no debería ser una baja colateral. Cada bala que atraviesa un cuerpo joven deja una herida inabarcable en todo un pueblo.
Quizá la pregunta correcta no sea si habrá más muertes, sino cuánto más estamos dispuestos a tolerar como espectadores. En una era de transparencia tecnológica y acceso global, ignorar estas tragedias también es tomar partido.