Trump, refugiados y Sudáfrica: ¿humanitarismo selectivo o cálculo político?

La controvertida propuesta de Donald Trump para priorizar a sudafricanos blancos como refugiados en EE.UU. reabre viejos debates sobre discriminación inversa, política migratoria y justicia histórica.

Una política de refugiados volcada a un nuevo eje racial

La administración de Donald Trump ha vuelto a colocar a Sudáfrica en el centro del debate internacional con una polémica propuesta: priorizar a afrikáners sudafricanos—una minoría blanca—dentro de una cuota drásticamente reducida de refugiados permitidos en Estados Unidos para el nuevo año fiscal. Según fuentes cercanas al gobierno, el cupo podría reducirse a tan solo 7.500 personas, comparado con las 125.000 aceptadas durante la administración Biden.

Esta decisión llega con una narrativa que sugiere que los afrikáners son víctimas de discriminación racial invertida por parte de un gobierno mayoritariamente negro que los marginaliza, los expone a violencia y les expropia tierras.

¿Quiénes son los afrikáners?

Los afrikáners son descendientes de colonos europeos—principalmente holandeses y franceses—que llegaron a Sudáfrica en el siglo XVII. Hablan afrikáans, una lengua derivada del neerlandés, y conforman una población de aproximadamente 2.7 millones dentro de los 62 millones de habitantes del país. Aunque representan una minoría, muchos de ellos son altamente visibles en los ámbitos empresarial, político y deportivo.

Durante el sistema del apartheid (1948-1994), desempeñaron un papel dominante en el gobierno, y hoy en día su historia sigue marcando sensibilidades dentro del complejo entramado de reconciliación nacional de Sudáfrica.

Las acusaciones de Donald Trump

Trump ha alegado que los afrikáners sufren persecución por motivos raciales, violencia sistemática y una política gubernamental que busca despojarlos de su tierra bajo el pretexto de la reforma agraria. Incluso ha firmado una orden ejecutiva acusando al gobierno sudafricano de acciones "atroces" contra esta comunidad, y ordenado a varias agencias federales priorizar su reasentamiento en EE.UU.

Adicionalmente, el expresidente estadounidense ha suspendido temporalmente el acceso al programa de refugiados para otras regiones, con el objetivo de acelerar el traslado de afrikáners granjeros, en lo que describe como una urgencia humanitaria.

La respuesta sudafricana

El gobierno sudafricano ha reaccionado con firmeza, calificando las acusaciones de Trump de “completamente infundadas”. Aclara que ni existe una política de violencia sistemática contra los blancos, ni las expropiaciones sin compensación son una práctica concreta y extendida. “Todos los sudafricanos sufren por igual las consecuencias de la criminalidad”, ha declarado el Ministerio de Relaciones Internacionales.

Sobre la ley de expropiación de tierras, el gobierno sostiene que pretende revertir siglos de desigualdad, redistribuyendo terrenos que no están en uso y beneficiando a las comunidades negras más empobrecidas.

¿Discriminación inversa o justicia transformativa?

Desde una perspectiva histórica, la discriminación positiva o acción afirmativa en Sudáfrica es una medida correctiva implementada tras el apartheid, similar a lo que ocurre en otros países que buscan reducir inequidades estructurales. En este caso, se trata de proporcionar oportunidades laborales, educativas y sociales a millones de sudafricanos negros marginados durante décadas.

Sin embargo, agrupaciones conservadoras dentro y fuera de Sudáfrica argumentan que estas políticas ahora marginan a los blancos. Elon Musk, el multimillonario nacido en Pretoria, ha acusado abiertamente al gobierno de "racismo anti-blanco" y ha respaldado las afirmaciones de persecución.

El debate global en tiempos de populismo

Lo que inquieta a muchos críticos es cómo Trump podría estar instrumentalizando esta narrativa para favorecer su retórica anti-inmigrante y al mismo tiempo complacer a su base más conservadora. Mientras reduce la admisión de refugiados de Siria, Somalia o Venezuela, abre rutas preferenciales para inmigrantes blancos provenientes de una nación democrática.

Esta disparidad ha sido calificada por analistas y activistas como "humanitarismo selectivo". Mark Hetfield, de HIAS (una organización humanitaria judía), comentó que “cambiar las reglas para beneficiar a un grupo basado en el color de piel, y no por la urgencia de su situación, atenta contra la ética fundamental de los programas de refugiados”.

¿Cuántos afrikáners quieren irse realmente?

Otra variable que complica el debate es que la mayoría de los afrikáners no buscan emigrar. De hecho, varios de los principales grupos representantes de esta comunidad han llamado a sus miembros a permanecer en Sudáfrica y a contribuir al país. Solo un pequeño sector ha expresado interés en salir bajo la figura de “refugiado”.

El gobierno estadounidense ha informado que ya ha recibido una “cantidad significativa de solicitudes”, sin especificar cuántas. A mediados de año, Estados Unidos reubicó a 70 afrikáners en dos grupos como parte de un programa piloto.

¿Y el resto de Sudáfrica?

El proyecto de Trump también menciona la posibilidad de incluir a otras minorías raciales en Sudáfrica –como personas de ascendencia india o mestiza– si logran demostrar que han sido afectadas por políticas discriminatorias. Sin embargo, nuevamente el foco recae en una élite visible y no necesariamente más vulnerable.

Hay preguntas clave que quedan sin respuesta: ¿Dónde quedan los millones de sudafricanos negros que aún viven en pobreza extrema, sin acceso a servicios básicos y con un sistema educativo fragmentado? ¿Por qué el discurso no contempla su situación como urgencia humanitaria?

Un caso que refleja desigualdad a nivel global

El caso de los afrikáners como refugiados revela la persistente influencia del racismo estructural en las dinámicas globales. Mientras naciones devastadas por guerras o hambrunas ven sus peticiones restringidas, un grupo minoritario, integrante de una clase media-alta en una democracia estable, es priorizado.

Históricamente, los programas de refugio fueron diseñados para socorrer a quienes huyen de conflictos armados, persecuciones políticas o catástrofes humanitarias. La reinterpretación actual de esa narrativa corre el riesgo de debilitar la confianza en el sistema internacional de derechos humanos y de proliferar acciones similares en otros países con discursos populistas.

¿Presión internacional o propaganda electoral?

Para muchos observadores, la jugada de Trump responde más a un cálculo político que a una preocupación genuina por la situación de los afrikáners. El tratamiento de este grupo como refugiados, a pesar de no cumplir con los criterios internacionales comúnmente aceptados, lo ayuda a reforzar su narrativa antiinmigrante mientras proyecta una imagen de defensor de los "oprimidos blancos".

Esta doble moral ilustra cómo los derechos humanos, cuando se politizan, pueden ser manipulados para fines electorales en lugar de ser herramientas de justicia global y solidaridad.

Una advertencia para el futuro

Lo que está ocurriendo con este programa podría sentar precedentes peligrosos. Si una potencia como Estados Unidos decide redefinir "refugiado" conforme a criterios políticos o raciales, ¿qué garantía tienen las víctimas de genocidios reales, guerras civiles o dictaduras, de ser escuchadas?

Además, abre un debate necesario dentro del propio movimiento por los derechos de las minorías: ¿cómo abordar las quejas de discriminación cuando provienen de antiguos sectores dominantes? ¿Es posible hablar de racismo inverso sin trivializar la injusticia histórica?

Estos dilemas seguirán marcando las conversaciones internacionales en los próximos años. Por ahora, lo cierto es que la propuesta de Trump ha encendido una mecha que mezcla política interna, relaciones bilaterales, narrativas raciales y la siempre delicada cuestión de quién merece ser considerado refugiado.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press