El combustible del caos: cómo los bloqueos terroristas están asfixiando a Mali
Una mirada profunda a la crisis energética en Bamako provocada por militantes vinculados a al-Qaida, poniendo al país al borde del colapso
Una capital paralizada por la escasez
Las calles de Bamako, la capital de Malí, se han convertido en un escenario de desesperación. Desde principios de septiembre de 2025, interminables filas de vehículos esperan, muchas veces durante horas, frente a estaciones de servicio vacías. ¿La razón? Un bloqueo a la importación de combustible impuesto por el grupo terrorista Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin (JNIM), afiliado a al-Qaida. Este embargo ha dejado a la ciudad prácticamente sin gasolina, generando una crisis humanitaria y logística sin precedentes recent.
El testimonio de la impotencia
“He visitado más de 20 estaciones de servicio y aún no logro conseguir una gota de gasolina,” lamenta Amadou Berthé, empleado bancario que viajó 20 kilómetros en taxi moto con la esperanza de llenar su tanque. Como él, miles de malienses repiten este viacrucis diariamente, usando envases vacíos, bicicletas, incluso caminando grandes distancias, para intentar acceder al bien que les permita trabajar, alimentar a sus familias o simplemente moverse.
Radiografía económica de un país en crisis
Malí es uno de los principales productores de oro del África subsahariana, pero eso no se traduce en prosperidad para su población. Según el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, Malí ocupa el sexto lugar entre los países menos desarrollados del mundo. Cerca del 50% de su población vive bajo la línea de pobreza nacional. En este contexto, la dependencia del combustible importado es aún más crítica, y el actual embargo no solo paraliza la movilidad, sino también sectores clave como la construcción, el transporte de alimentos y la atención médica.
Quién es JNIM y por qué su estrategia es peligrosa
El grupo yihadista JNIM se formó en 2017 a partir de la fusión de varias facciones armadas, incluyendo Ansar Dine y Al-Mourabitoun. Desde entonces ha ganado terreno en el Sahel. Su objetivo declarado es establecer un estado islámico basado en su interpretación extrema de la Sharia. En lugar de atacar sólo estructuras militares, JNIM lleva ya varios años recurriendo a tácticas de corte insurgente, impactando directamente al tejido civil, económico y social. El embargo de combustible es una herramienta estratégica: busca socavar la autoridad del gobierno militar instaurado tras el golpe de Estado en 2021, generando descontento popular y presionando para aislar a la junta del respaldo social.
Combustible: la nueva arma de guerra
Más de 100 camiones cisterna han sido incendiados durante los ataques, según la Asociación de Importadores de Petróleo de Malí. Algunos videos, compartidos masivamente en redes sociales, muestran a conductores de camiones secuestrados por milicianos yihadistas suplicando su liberación. Aunque estas imágenes no han sido verificadas de forma independiente, el temor es palpable.
“Mis primos trabajaban para una empresa marfileña de construcción. No eran soldados, ni políticos. Sencillamente estaban transportando materiales. Los emboscaron cerca de Sikasso y los mataron sin piedad”, denuncia Lamine Kounta, residente de Bamako, quien perdió a dos familiares a manos de JNIM en septiembre de 2025.
Ruta de la gasolina: peligrosa y costosa
Con las principales rutas de acceso desde Senegal e Ivory Coast bajo ataque, los importadores han improvisado métodos alternativos para salvar su negocio.
“Transporto el combustible desde Dakar hasta la frontera y allí lo dejo en manos de comerciantes locales, quienes arriesgan sus vidas para llevarlo a Bamako,” indica un distribuidor que prefirió permanecer en el anonimato por temor a represalias. “No gano mucho, pero es la única forma de garantizar la seguridad de mis empleados y de los camiones cisterna.”
El rol del ejército y la fragilidad institucional
Como respuesta, el Ejército de Malí ha comenzado a escoltar convoys de combustible en las rutas más peligrosas. Aunque han reportado operaciones exitosas, como la destrucción de escondites de JNIM cerca de Kolondiéba, es evidente que el control territorial y de las rutas de suministro aún está lejos de consolidarse. Esta situación deja mal parado al gobierno militar, que había prometido “restaurar la seguridad” tras llegar al poder en 2021, sustituyendo a los anteriores líderes civiles. En vez de lograr ese objetivo, los ataques han aumentado, y la insurgencia se ha diversificado tanto en número como en estrategia.
Alerta de impacto humanitario y económico
- El Banco Mundial estima que un corte prolongado en la cadena de suministros básicos podría generar una contracción del PIB de hasta el 5% para el cierre de 2025.
- Según cifras del Programa Mundial de Alimentos, el 65% de los alimentos básicos en Bamako son transportados vía terrestre desde puertos costeros, todos ellos ahora afectados por el bloqueo.
- Los costos del transporte informal han aumentado en más del 300%, obligando a muchos comercios a cerrar o reducir operaciones drásticamente.
Manipulación psicológica y guerra de legitimidad
Para Beverly Ochieng, analista de la firma consultora Control Risks Group, el objetivo de JNIM no es sólo físico o económico, sino psicológico: “Están utilizando el combustible —un bien esencial— como un arma de control. Si logran que la población cuestione la capacidad del gobierno militar para protegerlos, habrán ganado sin necesidad de tomar Bamako con armas.”
¿Es posible una solución?
Los expertos coinciden: eliminar esta amenaza requerirá más que fuerza militar. El problema en Malí es estructural. La combinación de pobreza extrema, mal gobierno crónico, corrupción y tensiones étnicas ha creado un entorno fértil para grupos como JNIM. Además de mejorar la seguridad, es vital que el gobierno invierta en infraestructura alternativa, abra canales diplomáticos regionales y refuerce su sistema legal y económico.
El futuro inmediato
A medida que se acercan los meses más cálidos y secos, la presión sobre las reservas de combustible se incrementará. Las recientes medidas del ejército han logrado estabilizar pequeñas zonas, pero el acceso al combustible sigue siendo errático.
El desenlace aún es incierto, pero una cosa está clara: mientras el combustible siga siendo rehén de intereses terroristas, la cotidianidad de millones de malienses seguirá marcada por la escasez, el miedo y la desesperanza.
La comunidad internacional, que alguna vez consideró a Malí como un caso de éxito en materia de transición democrática, ahora observa impotente cómo el país se ahoga en una marea de insurgencia letal y crisis humanitaria.