Chinampas y Mujeres Guardianas: Rescate Femenino de los Paraísos Flotantes de México

Entre la lucha por la tierra, la equidad de género y la sostenibilidad, las agricultoras del sur de Ciudad de México restauran un legado milenario

La historia sumergida en los canales

En el corazón de la Ciudad de México, entre los sonidos del tráfico y el concreto, existe un universo paralelo que resiste silenciosa pero decididamente. Son las chinampas, islas flotantes construidas por los mexicas —más conocidas como aztecas— hace más de 1,000 años. Originalmente diseñadas como un prodigio agrícola, estas parcelas artificiales formadas por capas de barro, vegetación y materia orgánica aún ofrecen cultivos frescos en un entorno hídrico ancestral.

Hoy en día, estas instalaciones agrícolas sobreviven rodeadas de desafíos: cambios climáticos, agresiva urbanización, contaminación hídrica y abandono sistemático. Pero en medio de esta compleja realidad, ha emergido un grupo inesperado de guardianas: mujeres como Jasmín Ordóñez y Cassandra Garduño, decididas a recuperar el equilibrio entre producción sostenible, equidad de género y restauración ambiental.

El retorno a un paraíso olvidado

Esa fue la primera vez que vi mi hogar con otros ojos,” recuerda Cassandra Garduño. Luego de años de trabajar en investigación marina en Ecuador, regresó a San Gregorio Atlapulco, solo para encontrarse con un ecosistema herido. Canales secos, basura, chinampas abandonadas. Movida por el amor a su tierra y una vocación ambiental, Cassandra decidió pasar de la ciencia a la acción: compró una chinampa.

“Cuando empecé, nadie creía que duraría. Me veían como ‘la muchacha que juega a la agricultura’, pero no sabían que llevaba todo esto en la sangre desde niña”, comenta Garduño. Su experiencia de vida, combinada con el conocimiento ancestral transmitido por su abuelo, le ha permitido restaurar su chinampa: desde limpiar los canales colmatados hasta recuperar cultivos tradicionales como quelites, maíz y flor de calabaza.

Red de mujeres y tierra fértil

Tradicionalmente, las chinampas eran heredadas por hombres. La falta de títulos legales y normas de sucesión excluía a las mujeres. “A mi abuela nunca le tocó nada. Así eran las cosas”, indica Jasmín Ordóñez. Pero esa lógica está cambiando.

Hoy, tanto Ordóñez como Garduño forman parte de un colectivo informal de mujeres chinamperas que no solo cultivan, sino que regeneran el entorno y educan a las nuevas generaciones. A través de la colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), han promovido prácticas agroecológicas que rescatan saberes prehispánicos y evitan el uso de agroquímicos.

“Chinampas pueden tener hasta ocho ciclos de cultivo al año, más del triple que en otros sistemas agrícolas,” explica Garduño. Bajo este modelo, la tierra se aprovecha de modo intensivo, sin necesidad de insumos industriales, y con el barro del canal como fertilizante orgánico.

La 'Etiqueta Chinampera' y un nuevo valor de mercado

En 2016, la UNAM creó un proyecto para certificar cultivos sostenibles en Xochimilco y San Gregorio: la Etiqueta Chinampera. Esta certificación distingue a los productos que cumplen con ciertos estándares ecológicos, y permite a las agricultoras vender a mejor precio.

De los 16 productores certificados hasta hoy, cuatro son mujeres. Puede parecer poco, pero en una zona donde hace una década la participación femenina era casi nula, representa una revolución silenciosa. Diana Laura Vázquez Mendoza, del Instituto de Biología de la UNAM, señala: “Este proyecto es también una herramienta de empoderamiento femenino. Incentiva a que más mujeres recuperen sus tierras y produzcan con conciencia ambiental.”

Chinampas: legado prehispánico, solución climática

Consideradas una de las formas más sostenibles de agricultura en el planeta, las chinampas son hoy foco de estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación). Además de su rendimiento productivo, actúan como filtro natural de agua, corredor biológico, sumidero de carbono y regulador climático.

Según estudios del biólogo Luis Zambrano (UNAM), de desaparecer este sistema agroecológico, la temperatura de la Ciudad de México podría aumentar hasta 2°C en promedio. Esto sin contar su papel vital durante la temporada de lluvias, cuando mitiga inundaciones, y su función en la preservación de especies endémicas como el ajolote (Ambystoma mexicanum), una salamandra icónica y hoy en peligro de extinción.

Biofiltros contra la hecatombe ecológica

Para contrarrestar la contaminación, las chinamperas han instalado biofiltros vegetales, capaces de purificar el agua canal por canal. Estas barreras naturales también bloquean el paso de especies invasoras como carpas y tilapias, introducidas en la década de 1980. Éstas han destruido gran parte del ecosistema local, poniendo en jaque al ajolote y otras especies nativas.

“Agua clara es sinónimo de vida. Y de respeto a lo que somos”, dice Ordóñez, mientras recoge barro del canal que utilizará como abono. Desde su chinampa, donde ya brotan quelites y betabeles, puede ver garzas y ranas Tlaloc regresar poco a poco, como símbolo vivo de que sus esfuerzos tienen impacto.

Turismo vs. agricultura: una balanza desequilibrada

El Xochimilco moderno convive entre dos mundos: el de las chinampas agrícolas y el del turismo festivo. Cada fin de semana, cientos de personas alquilan trajineras para celebrar cumpleaños, soltar música a todo volumen y consumir bebidas alcohólicas. Muchas de las antiguas chinampas han sido transformadas en canchas deportivas, salones de eventos o espacios de esparcimiento.

Esta actividad genera residuos sólidos, exceso de ruido y vertidos químicos —aceites, detergentes y restos de agroquímicos. De acuerdo con estudios de la Universidad Autónoma Metropolitana, se han encontrado metales pesados (como plomo y cadmio) en varios puntos críticos de Xochimilco. La presión sobre el ecosistema es alarmante.

El futuro nace en femenino

“Lo que se conserva se ama, y lo que se ama se defiende”, concluye Garduño mientras observa cómo baja el sol en su campo de flores. Sabe que no está sola. Mujeres como ella y Jasmín están sembrando algo más profundo que hortalizas: están cultivando el derecho a habitar, cuidar y transformar un territorio históricamente masculino.

En apenas tres años, han habilitado sistemas de compostaje, recuperación de semillas locales, intercambio de saberes y creación de huertos urbanos. Planean abrir próximamente una escuela de chinamperismo femenino para formar nuevas lideresas productivas y ambientales.

“Nuestro conocimiento viene de la tierra, no de libros. Somos parte de esta historia; no vamos a dejar que se pierda,” afirma Jasmín, mirando cómo sus lechugas vibran al viento mientras navega por el canal. Sonríe. En el espejo de agua, una garza levanta vuelo. Y con ella, también la esperanza.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press