¿Negociador o incendiario? Trump, Petro y la geopolítica en torno al Caribe y Gaza
El protagonismo diplomático del exmandatario estadounidense y el presidente colombiano desenmascara tensiones ocultas, estrategias polarizadas y riesgos compartidos en zonas de conflicto
El nuevo tablado del Caribe: Petro versus la fuerza militar estadounidense
El presidente colombiano Gustavo Petro, de visita en Bruselas, lanzó una propuesta sorpresiva que agitó las aguas diplomáticas del continente americano: que Qatar actúe como mediador para lograr que Estados Unidos retire su despliegue militar de las aguas internacionales frente a las costas de Venezuela. Lo hizo tras denunciar, sin pruebas, que ciudadanos colombianos iban a bordo de un bote destruido recientemente por las fuerzas estadounidenses bajo acusaciones de narcotráfico.
El llamado de Petro a la mediación qatarí está revestido de varios niveles de significado. Por un lado, presenta una visión del conflicto que prioriza la diplomacia por sobre la fuerza. Por otro, cuestiona abiertamente el papel que han tenido los Estados Unidos en el uso de misiles contra botes presuntamente cargados de drogas. Según Petro, estos ataques —que han dejado muertos— constituyen "asesinatos" y podrían evitarse si se implementaran métodos de captura en operaciones antidrogas.
La reacción estadounidense no se hizo esperar. Un funcionario de la Casa Blanca, en calidad de anonimato, rechazó la idea de que hubiera colombianos a bordo y pidió al presidente colombiano retractarse públicamente. Sin embargo, el mismo funcionario dejó claro que, a pesar de las diferencias de enfoque, Colombia sigue siendo un socio estratégico para EE.UU.
¿Qatar como mediador del hemisferio occidental?
Qatar ha sido reconocido internacionalmente por su rol como facilitador discreto en conflictos de alta tensión. Ejemplos notables incluyen la mediación entre facciones palestinas, las negociaciones de paz afganas con los talibanes, y más recientes acercamientos con actores latinoamericanos como el Clan del Golfo, grupo criminal con el que el gobierno de Petro ya inició diálogos en Doha.
¿Podría Qatar, con su historial neutral y creíble, tener injerencia en la presencia militar de EE.UU. en el Caribe? Aunque suena improbable desde una visión tradicional de la geopolítica, la opción no deja de tener mérito como símbolo de una nueva diplomacia multipolar que se desmarca de la hegemonía global estadounidense.
Trump y Gaza: una jugada de alto impacto
En paralelo a las tensiones en América Latina, el expresidente Donald Trump ha logrado captar titulares en Medio Oriente. Recién anunció un acuerdo que podría poner fin a la guerra entre Israel y Hamas —la cual ha dejado decenas de miles de muertos desde el ataque original de Hamas en territorio israelí hace poco más de dos años.
“Algo que todos decían que nunca se lograría”, dijo Trump, celebrando el acuerdo en una reunión de su gabinete. El exmandatario planea incluso viajar a Egipto para una ceremonia de firma, lo que marcará un intento por capitalizar su rol como "pacificador" global. Su equipo de negociadores incluye a su yerno Jared Kushner y, curiosamente, al empresario inmobiliario Steve Witkoff, figuras sin una formación diplomática formal.
El acuerdo implica la liberación de rehenes por parte de Hamas y la entrega de prisioneros palestinos por Israel, con la participación clave de Egipto y Qatar como garantes. Aun así, críticos como Aaron David Miller, veterano asesor de Medio Oriente en varias administraciones, aclaran: “No es un tratado de paz, pero sin duda marca un quiebre en el conflicto”.
Del Caribe a Gaza: paralelismos incómodos y estrategias diametralmente opuestas
Lo que une a ambos escenarios, y en particular a los actores Petro y Trump, es la creciente importancia de actores secundarios y no tradicionales en foros diplomáticos. Ya no se trata solo de cancilleres o diplomáticos veteranos: expresidentes, empresarios, y hasta negociadores de grupos ilegales tienen asiento en la mesa.
La diferencia crucial está en la naturaleza del enfoque. Petro impulsa el desmantelamiento negociado de las redes criminales, como mostró con el Clan del Golfo, mientras Trump legitima el uso de la fuerza incluso contra embarcaciones sin identificación clara, calificando a narcotraficantes como “combatientes ilegales”.
Ambos casos han generado reacciones mixtas en la comunidad internacional. Petro ha sido acusado por sectores de la oposición colombiana de “debilitar la soberanía” por involucrar a Qatar en asuntos regionales. Trump, pese a ser elogiado por algunos líderes europeos como Macron y Erdogan, enfrenta escepticismo por parte de voces más moderadas como la del canciller alemán Friedrich Merz.
Riesgos compartidos, consecuencias distintas
Que Estados Unidos haya hundido al menos cuatro embarcaciones sospechosas de tráfico en aguas próximas a Venezuela desde que Trump volvió a la presidencia, dice mucho sobre una línea de acción unilateral que genera inquietud en países vecinos.
Según Human Rights Watch y otras ONG, estas acciones representan un uso excesivo de la fuerza y sientan un precedente peligroso sobre cómo se realiza la interdicción de drogas. La muerte de tripulaciones que —según algunas denuncias— no ofrecían resistencia, y la falta de transparencia sobre la identidad de los fallecidos, refuerza estos temores.
En Gaza, mientras tanto, la incertidumbre continúa. El acuerdo respaldado por Trump aún debe ser ratificado formalmente por el parlamento israelí y por Hamas. Además, persisten retos gigantes como la entrega de ayuda humanitaria, la reconstrucción y, sobre todo, el establecimiento de un eventual gobierno de transición palestino.
Colombia, EE.UU. y la diplomacia de los extremos
La coincidencia temporal entre ambas historias revela un patrón preocupante: tanto Petro como Trump están redefiniendo lo que significa hacer diplomacia en el siglo XXI, apelando a métodos que oscilan entre lo disruptivo y lo temerario.
Colombia, como país históricamente golpeado por el narcotráfico y ahora en un proceso de construcción de “paz total”, intenta posicionarse como laboratorio global de una nueva visión de seguridad. En tanto, Trump reconfigura su imagen pública buscando rehacerse del mote de torpe diplomático para emergir como el artífice de una de las mayores pacificaciones en Medio Oriente de la última década.
¿Quién gana esta batalla narrativa? Aún es pronto para decirlo. Pero lo claro es que ambos líderes están jugando en tableros superpuestos. Y en ambos, la mediación de Qatar —ya sea en Doha o en El Cairo— no parece ser solo una coincidencia geográfica, sino el símbolo de una diplomacia en plena mutación.