Crisis, poder y esperanza en Haití: ¿puede el gobierno recuperar el control de Puerto Príncipe?
Una mirada profunda al simbolismo, los riesgos y las posibilidades del intento estatal por vencer a las pandillas en Haití
Un acto de valentía o una ilusión peligrosa
El 13 de junio de 2024, el corazón político de Haití volvió a latir en el Palacio Nacional de Puerto Príncipe. El primer ministro Alix Didier Fils-Aimé y miembros del Consejo Presidencial de Transición hicieron algo inusual: se reunieron en el Palacio Nacional, un edificio simbólicamente poderoso pero durante años tomado por bandas criminales. Su retorno fue una proclamación explícita: “Estamos recuperando nuestro país”. Pero la pregunta persiste: ¿es esto un gesto heroico o un espejismo en medio del caos?
El contexto: una nación asediada por pandillas
Haití, el primer país negro independiente en el mundo moderno (1804), ha vivido una historia marcada por la resistencia, pero también por las crisis políticas y la violencia. En la actualidad, alrededor del 90% de Puerto Príncipe está bajo control de pandillas, según informes de Human Rights Watch y Naciones Unidas.
El grupo conocido como Viv Ansanm es una de las alianzas criminales más poderosas, dominando vastas zonas urbanas, incluyendo áreas estratégicamente importantes como el Champ de Mars, donde se encuentra el Palacio Nacional. Esta expansión criminal ha paralizado instituciones del estado, ha desplazado a más de 200,000 personas (según cifras del Consejo Noruego para Refugiados) y ha generado niveles de violencia comparables con zonas de guerra.
La ocupación simbólica del Palacio Nacional
Previo a la reunión, los líderes hicieron un gesto altamente simbólico: se presentó una banda de la policía, se izó la bandera haitiana y se desplegaron francotiradores en los techos del recinto para proteger el lugar. Uno de los portavoces del gobierno dijo:
“Esta reunión de gobierno marca un paso simbólico y decisivo en la reanudación gradual del control estatal sobre el centro de Puerto Príncipe.”
Sin embargo, el estruendo de disparos no tardó en opacar el momento. Varios camiones oficiales fueron atacados, y un convoy tuvo que evacuar rápidamente por la salida trasera. El enfrentamiento evidenció lo frágil del dominio estatal en zonas urbanas de importancia vital.
La respuesta internacional: ¿suficiente o tardía?
La aprobación reciente del Consejo de Seguridad de la ONU de una nueva fuerza internacional de represión contra pandillas es la más reciente medida internacional para contener la violencia. Esta misión reemplazaría a la anterior liderada por Kenia, que fracasó por falta de recursos y personal.
Desde Estados Unidos, un mensaje con tono entusiasta fue publicado en redes sociales:
“¡Juntos derrotaremos a las pandillas que aterrorizan a la región!”
Sin embargo, la población haitiana se muestra dividida: muchos critican la dependencia de fuerzas externas, temiendo repetir fiascos como la MINUSTAH, la misión de la ONU señalada por múltiples escándalos de abusos y considerada por muchos como responsable del brote de cólera que mató a más de 10,000 personas entre 2010 y 2019.
¿Es viable recuperar el control territorial?
La estrategia de “recuperación simbólica” podría tener algún efecto momentáneo, pero expertos señalan que sin una reestructuración real del sistema de seguridad y justicia en Haití, este tipo de gestos serán solamente temporales.
Según estadísticas del Instituto Igarapé, hay tan solo cerca de 9,000 oficiales policiales activos para una población de más de 11 millones de personas. A eso se suma la escasez de equipamiento, la corrupción y la infiltración de criminales en las instituciones.
El exsenador haitiano Steven Benoît declaró recientemente:
“Sin una voluntad firme de limpiar nuestras estructuras internas, ninguna fuerza extranjera podrá restablecer el orden en Haití.”
La esperanza popular y los límites del simbolismo
Curiosamente, el evento ha tenido eco entre muchos ciudadanos que lo consideran una muestra de resistencia estatal y un intento por reconectar a la población con instituciones que durante años fueron percibidas como ausentes o cómplices del colapso social.
En redes sociales haitianas como Tripotay Lakay, decenas de personas comentaron: “Es la primera vez en años que veo una bandera ondeando en el Palacio sin temor”. Pero también hubo críticas: “¿De qué sirve una reunión si minutos después hay disparos?, se necesita acción real, no sólo palabras”.
El papel de la diáspora haitiana
Más de tres millones de haitianos viven en la diáspora, principalmente en Estados Unidos, Canadá y República Dominicana. Muchos han encabezado campañas para enviar fondos, presionar a sus gobiernos de residencia e incluso organizar brigadas médicas y proyectos de desarrollo comunitario.
Pero también han sido muy críticos. Desde organizaciones como Haitian Bridge Alliance se ha condenado tanto la inacción del gobierno haitiano como las soluciones militarizadas sugeridas por actores externos.
Crónica de una ciudad sin noche ni descanso
Puerto Príncipe se ha convertido en una ciudad sitiada sin guerra oficial. Las noches están marcadas por tiroteos, secuestros, apagones drásticos y constantes toques de queda no anunciados de facto. La población vive en un estado de hipervigilancia, residiendo muchas veces en escuelas, iglesias o hasta parques techados, por miedo a regresar a sus hogares en zonas disputadas.
Según cifras de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), más de 4 millones de personas en Haití enfrentan inseguridad alimentaria severa. La violencia ha interrumpido el paso de ayuda médica y humanitaria, haciendo de la vida cotidiana un desafío en sí misma.
¿Qué sigue?
El retorno simbólico al Palacio Nacional podría abrir una nueva etapa con dos posibles conclusiones:
- Una estrategia integral de seguridad – combinando intervención internacional, gestión política interna y reformas judiciales – que recupere poco a poco las estructuras del Estado.
- O un fracaso más que refuerce la narrativa del Estado ausente, profundizando la fragmentación de Haití.
Por ahora, el gesto ya ha tenido su impacto: el mundo vuelve los ojos a Haití; los haitianos discuten si es el inicio de algo diferente o una repetición adornada de fracasos pasados. Solo el tiempo y la voluntad política –probada no por discursos sino por hechos– dirán si la nación más antigua del Caribe pudo resucitar desde su Palacio reconstruido.
“Le passé est lourd, mais l’avenir n’est pas écrit.” (“El pasado es pesado, pero el futuro no está escrito.”) – Frase común en los círculos reformistas haitianos.