Del aula al exilio: la historia del profesor estadounidense que enfrenta a la ultraderecha por enseñar antifascismo
Mark Bray, profesor universitario y autor sobre movimientos antifascistas, huye con su familia a España tras recibir amenazas de muerte y ser blanco de campañas de acoso por parte de grupos conservadores
Una cátedra incómoda: enseñar antifascismo en tiempos polarizados
Mark Bray no es un desconocido para quienes estudian o militan en movimientos sociales modernos. Historiador de formación, profesor en la Universidad Rutgers (Nueva Jersey) y autor del libro “Antifa: The Anti-Fascist Handbook”, Bray se ha convertido sin quererlo en una figura central de los debates estadounidenses sobre libertad de cátedra, extremismo político y el papel de las universidades en la defensa del pensamiento crítico. Su caso plantea preguntas urgentes sobre hasta qué punto es posible ejercer la docencia con autonomía en medio de una cultura política cada vez más hostil hacia las ideas incómodas.
Ahora, Bray y su familia huyen rumbo a España. La razón: una avalancha de amenazas de muerte, acoso en redes sociales y una campaña promovida por el grupo ultraconservador Turning Point USA para expulsarlo de la universidad. El detonante fue su supuesto vínculo con el movimiento antifa —una conexión que él niega rotundamente.
¿Quién es Mark Bray y por qué incomoda tanto?
Bray, quien ha impartido cursos sobre resistencia antifascista y terrorismo desde 2019, se describe como un académico dedicado al estudio del activismo político de izquierda en Europa y Estados Unidos. En su obra, analiza orígenes, tácticas e ideología de los grupos antifascistas militantes, muchos de los cuales tienen raíces en la lucha contra los nazis en el siglo XX.
“No tengo ninguna afiliación con grupos antifa y no planeo tenerla”, declaró Bray desde un hotel de Nueva Jersey, donde aguardaba el vuelo que lo llevaría a un exilio forzoso junto a su esposa —también profesora universitaria— y sus dos hijos pequeños.
Sin embargo, esto no impidió que lo etiquetaran como “Dr. Antifa”, que su dirección fuera publicada en foros anónimos y que su familia recibiera amenazas explícitas. Más allá de su libro, parte de la indignación ha estado relacionada con donaciones que ha realizado a organizaciones legales que defienden a manifestantes antifascistas arrestados.
Turning Point USA: un nuevo actor político en las universidades
El acoso hacia Bray se intensificó después de que el expresidente Donald Trump firmara una orden ejecutiva declarando a los grupos antifa como organizaciones terroristas domésticas. Lo que siguió fue una tormenta en redes sociales, alimentada por influencers de derecha y Turning Point USA —organización fundada por Charlie Kirk, que busca promover ideas conservadoras entre jóvenes.
La filial del grupo en Rutgers distribuyó una petición en línea exigiendo el despido de Bray. Alegaban que su supuesta promoción de la violencia política ponía en riesgo a estudiantes conservadores. Fox News amplificó la historia, otorgándole una plataforma nacional a los detractores. Bray se enteró de la petición solo cuando fue contactado por el medio conservador. Ya para entonces —confiesa— había recibido múltiples amenazas y estaba considerando reevaluar su estadía en Estados Unidos.
Una universidad bajo presión y silencio institucional
Mientras la presión crecía, la Universidad de Rutgers mantuvo una postura ambigua. Aunque su vocera reafirmó que la institución está comprometida a ofrecer “un entorno seguro donde los miembros de la comunidad puedan intercambiar ideas sin temor a intimidación”, Bray no recibió apoyo público. La decisión de abandonar el país fue suya, motivada principalmente por la seguridad de su familia. “Esta situación es parte de un esfuerzo sistémico por silenciar el discurso crítico en los campus”, declaró.
También señaló que su experiencia refleja una estrategia más amplia del conservadurismo estadounidense actual: “confundir protesta con terrorismo y asociar académico con extremismo”. En su opinión, esta táctica pretende desacreditar movimientos estudiantiles, protestas sociales y al mismo tiempo, toda investigación que cuestione las estructuras de poder tradicionales.
¿Censura o consecuencia? El debate sobre el papel del docente en la era digital
Bray ya había sido el foco de polémicas antes. En 2017, cuando trabajaba como profesor en Dartmouth College, sostuvo en una entrevista con NBC que, en ciertos contextos, la autodefensa física contra supremacistas blancos podía ser legítima. Este comentario provocó críticas similares, aunque en ese entonces no alcanzaron el nivel de violencia actual.
La viralidad que caracteriza el debate político actual —donde redes sociales funcionan como armas de señalamiento— exacerba los riesgos para cualquier figura pública. Académicos que tocan temas sensibles como racismo, fascismo, género o migración son especialmente vulnerables.
Un informe del PEN America publicado en 2022 alertó sobre el aumento de campañas para silenciar o despedir a docentes por sus opiniones políticas, ideológicas o investigativas. Solo en ese año, documentaron más de 300 intentos de censura en universidades estadounidenses.
Más allá de Bray: amenazas a la libertad académica en EE.UU.
El caso del historiador se inserta en un entorno educativo marcado por tensiones ideológicas. Según la profesora Joan Wallach Scott, una de las principales teóricas de la historia del pensamiento crítico, esta ola conservadora apunta a deslegitimar todo lo que suene a disidencia: “La educación pública se convierte en un campo de batalla donde se redefinen los límites de lo aceptable.”
En estados como Florida, Texas y Tennessee se han aprobado leyes que prohíben ciertos enfoques curriculares, entre ellos temas relacionados con derechos LGBT+, historia afroamericana o teorías críticas del racismo. Muchos observadores ven estos cambios como intentos deliberados de moldear una narrativa histórica nacionalista y excluyente.
Como resultado, cada vez más académicos se enfrentan al dilema de censurarse o abandonar sus puestos. Algunos lo hacen en silencio; otros, como Bray, deciden denunciar públicamente el hostigamiento. Pero en ambos casos, el daño a la libertad académica es evidente y duradero.
España como refugio y las posibilidades del aula remota
Mientras tanto, Bray planea seguir impartiendo sus cursos a distancia desde su nuevo hogar en España. Prefirió ese país por afinidades culturales, familiares y porque considera que existe allí un contexto social más tolerante hacia heterodoxias políticas. De momento, Rutgers ha aprobado su propuesta de enseñanza remota hasta final del año lectivo actual. Bray espera poder regresar al campus en otoño del próximo año.
Su historia plantea otros interrogantes: ¿puede un académico ejercer su profesión exiliado? ¿Dónde termina la responsabilidad institucional ante amenazas digitales? ¿Cómo afecta esto la percepción del estudiante sobre el pensamiento crítico como algo “peligroso”?
En un Estado que se precia de proteger la libertad de expresión, estar en el punto de mira por enseñar historia resulta no solo ofensivo, sino alarmante. Como señala el propio Bray: “El objetivo no es solo intimidar a personas como yo. Es enviar un mensaje a cualquiera que dude del discurso hegemónico”.
Una advertencia para la democracia
Si algo queda claro de la historia de Mark Bray, es que el riesgo no es solo académico. Lo que está en juego es la capacidad de una sociedad para confrontar sus contradicciones, su pasado y sus estructuras de poder a través del conocimiento libre. Académicos como él son canarios en la mina: cuando sus voces se silencian, el aire democrático empieza a enrarecerse para todos.
Hoy, desde España, Bray continúa con su labor intelectual. Pero lo hace llevando consigo una verdad incómoda: en ciertos rincones de Occidente, enseñar antifascismo puede ser tratado como un acto criminal.