El nuevo ajedrez geopolítico de Asia: Corea del Norte, China, Rusia y el regreso de la diplomacia nuclear
Kim Jong Un celebra 80 años del Partido de los Trabajadores reforzando alianzas con Rusia y China y dejando abierta una puerta al diálogo con Estados Unidos
Una celebración con mensaje: el 80º aniversario del Partido de los Trabajadores
Pyongyang se vistió de gala y militarización para celebrar el 80º aniversario del Partido de los Trabajadores de Corea del Norte. Con una plaza repleta de miles de personas y liderada por Kim Jong Un, la ceremonia tuvo como trasfondo algo más que fuegos artificiales y desfiles militares: un claro mensaje de desafío a Occidente y, a la vez, un intento de reintegración diplomática con rostros clave como China y Rusia sentados en primera fila.
Acompañado por el primer ministro chino Li Qiang y el expresidente ruso Dmitry Medvédev, Kim volvió a mostrar músculo militar en un desfile que suele exhibir sus armas estratégicas más avanzadas, incluyendo misiles balísticos intercontinentales (ICBM) y posibles innovaciones nucleares. Pero esta vez lo hizo apostando también por el discurso ideológico: construir “el mejor paraíso socialista del mundo”.
Entre desfiles, armas nucleares e invitados especiales
De acuerdo con medios estatales norcoreanos, Kim justificó el desarrollo continuo de armas nucleares señalando la constante “amenaza de guerra nuclear por parte de los imperialistas estadounidenses”. Aunque podría sonar como retórica repetitiva, el contexto actual le da otro matiz. Corea del Norte está intentando fortalecer lo que ya algunos analistas llaman el eje antioccidental, compuesto por China, Rusia, Irán y, en algunos casos, hasta Venezuela.
“Nuestro partido y gobierno continúan enfrentando los feroces movimientos políticos y militares de presión de nuestros adversarios, aplicando políticas más firmes, principios inquebrantables y contramedidas valientes”, sostuvo Kim ante decenas de miles en el Estadio del Primero de Mayo.
China y Rusia: más que aliados ideológicos
La presencia de Li Qiang y Medvédev no fue ceremonial. Las reuniones bilaterales que Kim mantuvo con ambos líderes confirman una estrategia: acercarse más a Beijing y Moscú no solo por una cuestión de afinidad ideológica, sino también como respaldo económico y diplomático ante el aislamiento persistente desde Occidente.
Recordemos que desde el colapso del intento de desnuclearización liderado por Donald Trump en 2019, Pyongyang ha intensificado su programa armamentístico. Desde entonces, se han registrado más de 100 pruebas de misiles. A su vez, informes de inteligencia apuntan que Corea del Norte podría estar exportando municiones a Rusia, presumiblemente para ser utilizadas en el conflicto en Ucrania.
Este giro geopolítico no es nuevo, pero se ha acelerado. En 2023, Kim Jong Un asistió a un desfile en Moscú junto a Vladimir Putin y realizó una gira por fábricas militares rusas. Mientras tanto, las visitas de alto nivel entre funcionarios norcoreanos y chinos se han intensificado.
La puerta (a medio abrir) del diálogo con Estados Unidos
Aunque el tono fue desafiante, Kim también mencionó la posibilidad de reanudar conversaciones con EE.UU., siempre que Washington abandone su exigencia de una desnuclearización completa como precondición. Esta es una novedad.
En palabras de Kim: “Superaremos las dificultades y convertiremos a esta nación en una tierra más próspera y hermosa, el mejor paraíso socialista del mundo”. Y en esta visión, una distensión parcial con Washington podría jugar un rol esencial para aliviar las sanciones que ahogan la economía norcoreana desde hace más de una década.
No es descabellado pensar que la actual administración demócrata podría ver con buenos ojos explorar alguna vía de diálogo indirecto, especialmente si se tiene en cuenta cómo la proliferación de nuevas alianzas militares entre Rusia, Irán, China y Corea del Norte puede acelerar dinámicas de decoupling tanto comerciales como de poder global.
La economía: promesas contra la realidad
Kim también habló de una mejora económica “drástica” en el futuro cercano. Esto resulta difícil de creer si se consideran los datos del Banco Mundial y otros organismos que indican que el PIB del país cayó un 4.5% en 2020 y apenas se ha recuperado tras la pandemia. El cierre total de fronteras, las sanciones continuas y desastres climáticos han llevado a una contracción constante del consumo y al aumento de la pobreza extrema.
Sin embargo, existe una leve expectativa de mejora si Corea del Norte logra aplicar algún tipo de apertura controlada o integración estratégica con Rusia (vía exportaciones de armas o minería) o China (turismo y comercio reducido). El problema es que, como en décadas pasadas, cualquier intento de apertura implica un alto riesgo de inestabilidad interna.
Nacionalismo, ideología y propaganda
El aniversario estuvo acompañado por una editorial conjunta en los tres periódicos estatales más importantes: Rodong Sinmun, Minju Joson y Chongnyon Jonwi, algo que no ocurría desde 2012 tras la muerte de Kim Jong Il. El texto exaltó a Kim como “el gran representante de la dignidad del Partido y el brillante futuro de la nación”. Esto refuerza lo que desde hace tiempo viene siendo una tendencia consolidada: el culto a la personalidad.
La figura de Kim ya no es simplemente autoritaria. Se ha construido como el “líder supremo” bajo una narrativa de resistencia global frente al imperialismo. En tiempos donde muchos países cuestionan el orden liberal occidental, este discurso encuentra eco no sólo internamente, sino también en naciones que sufren el aislamiento diplomático o económico impuesto por EE.UU.
¿Un nuevo orden multipolar en gestación?
Expertos como Victor Cha, exasesor para asuntos de Asia Oriental en la Casa Blanca, sostienen que “si bien Corea del Norte no tiene el peso para dictar el curso de la geopolítica, donde sí importa es como pieza clave del juego de Rusia y China para entorpecer la hegemonía occidental”.
En este sentido, las recientes celebraciones muestran algo más: un bloque en consolidación. Mientras países como Alemania o Francia muestran signos de fatiga estratégica frente a guerras prolongadas o migraciones masivas, potencias del Este están reconstruyendo alianzas con herramientas distintas a las del siglo XX: energía, territorio, soberanía nacionalista y, por supuesto, armamento nuclear.
¿Y ahora qué?
La situación en la península coreana podría entrar próximamente en una nueva fase de tensión, o de apertura parcial, dependiendo de diversos factores: elecciones presidenciales en EE.UU. en 2024, negociación indirecta vía Beijing o Moscú y la situación económica doméstica de Corea del Norte.
Por lo pronto, Kim Jong Un parece decidido a lanzar su país a una nueva etapa donde el pragmatismo geopolítico, la proyección nuclear y la consolidación ideológica se entrelazan en una apuesta que desafía no solo a Washington, sino también al orden establecido después de la Guerra Fría.
Y quizás, en medio de las banderas rojas y misiles desfilando en Pyongyang, esté naciendo un nuevo capítulo del siglo XXI: uno donde potencias emergentes y autocracias encuentren en Corea del Norte no solo un aliado, sino un modelo.