Pakistán en llamas: ¿Marcha solidaria o desafío político?
El movimiento islamista Tehreek-e-Labbaik desafía al gobierno rumbo a Islamabad en nombre de Palestina, mientras crecen los disturbios, los bloqueos y la censura.
Una marcha que enciende Pakistán
Este viernes, la ciudad de Lahore, en el este de Pakistán, fue escenario de violentos enfrentamientos entre la policía y miles de seguidores del partido islamista Tehreek-e-Labbaik Pakistan (TLP). El motivo: una marcha convocada para expresar apoyo al pueblo palestino tras el anuncio de un cese al fuego entre Hamas e Israel. Sin embargo, lo que comenzó como una manifestación de solidaridad terminó por convertirse en una crisis política interna de gran escala.
La TLP, liderada por Saad Rizvi, tiene un historial de protestas masivas, muchas de ellas violentas. Esta vez, sus miembros intentaron marchar desde Lahore hacia Islamabad, la capital del país, con el objetivo de llegar hasta la embajada de Estados Unidos. La respuesta del gobierno fue una represión contundente: gas lacrimógeno, bastonazos, arrestos, interrupción de servicios móviles y cierre de rutas.
¿Solidaridad genuina o jugada política?
La convocatoria por parte de la TLP se produjo apenas horas después del anuncio de una tregua impulsada por Estados Unidos entre israelíes y palestinos. Aunque el contexto internacional pudiera entenderse como una causa legítima para expresar apoyo al pueblo palestino, la verdadera motivación del TLP es mucho más compleja y posiblemente interna.
“El martirio es nuestro destino”, proclamó Saad Rizvi frente a miles de seguidores, según testigos presenciales. Y agregó: “Balas, arrestos o gases lacrimógenos no nos disuadirán”. Este tipo de retórica no es nueva en el discurso político del TLP, que ha sabido capitalizar eficazmente la indignación popular sobre asuntos exteriores como pretexto para retar al poder gubernamental.
La pregunta que flota en el aire es: ¿la marcha fue realmente por Palestina o una estrategia bien calculada para recuperar protagonismo político?
El rol del Gobierno de Shehbaz Sharif
La respuesta oficial fue implacable. Según informes, las autoridades colocaron contenedores de carga como barricadas en las principales rutas hacia Islamabad. Asimismo, suspendieron el servicio de internet móvil en la capital y en Rawalpindi, una medida que recuerda las tácticas de control de gobiernos autoritarios.
El vice ministro del Interior, Talal Chaudhry, declaró que la TLP no había solicitado permiso para su manifestación, argumento que el grupo islamista desmintió categóricamente. La gobernadora de Punjab, Maryam Nawaz Sharif —sobrina del primer ministro y una figura política de peso en el partido gobernante PML-N—, aún no ha emitido un comunicado oficial sobre los choques.
Las repercusiones de la violencia fueron inmediatas. Se reportaron al menos dos muertos y 50 heridos entre los miembros de la TLP, mientras que miles de ciudadanos en Lahore enfrentaron dificultades para desplazarse debido a los bloqueos y el uso extensivo de gases lacrimógenos.
Una historia de confrontación repetida
Desde su fundación en 2015, la TLP ha sido un actor disruptivo en la política pakistaní. Sus mayores protestas han surgido de controversias en torno a la blasfemia o como reacción a políticas percibidas como prooccidentales.
- En noviembre de 2017, la TLP paralizó Islamabad durante 21 días. El gobierno terminó cediendo a sus demandas.
- En 2021, sus protestas terminaron con la designación del grupo como organización terrorista por un breve periodo.
- Rizvi, quien sucedió a su padre Khadim Hussain Rizvi como líder, fue encarcelado tras las protestas y liberado luego bajo presión popular.
El estilo combativo del TLP, su capacidad de movilización y su uso del islam político como instrumento de presión lo convierten en un grupo poco convencional, pero innegablemente influyente.
El papel de Occidente y el sentir popular
La presencia de la embajada de EE. UU. en Islamabad como destino de la marcha no es casual. El antiamericanismo es un sentimiento latente en amplios sectores de la población pakistaní, en especial entre los simpatizantes del TLP.
Los acuerdos de paz o treguas impulsados por Washington, como el anunciado esta semana, son vistos con escepticismo por muchos, quienes los interpretan como maniobras geopolíticas. “¿Por qué vienen a Islamabad si ya hay paz?”, cuestionaba Mohammad Ashfaq, un residente frustrado por los bloqueos, en declaraciones recogidas por medios locales.
Para muchos ciudadanos comunes, atrapados en el fuego cruzado entre intereses políticos, religiosos y estatales, la pregunta no gira en torno a la causa, sino a las consecuencias inmediatas: caos vial, cancelación de clases, pérdida de servicios básicos, miedo.
La política del bloqueo: entre contenedores y censura
La imagen de contenedores gigantes apilados bloqueando autopistas se ha vuelto simbólica en Pakistán. La práctica comenzó con las protestas del PTI (partido de Imran Khan) y ha sido adoptada por todos los gobiernos subsiguientes.
El gobierno actual parece preferir la política de aislamiento físico antes que la negociación directa. Pero recurrir al cierre de rutas y suspensión del internet móvil, aunque efectivo a corto plazo, también enciende alarmas sobre el respeto a las libertades civiles.
Según datos de Access Now, Pakistán ha bloqueado el acceso a internet en al menos 55 ocasiones desde 2016 por razones de “seguridad”. De esos bloqueos, casi el 50 % ha estado vinculado a protestas contra el gobierno.
Islamismo en el poder: entre el TLP y los talibanes
La creciente visibilidad del islam político en la región no debe analizarse en compartimentos estancos. Lo que ocurre en Pakistán con la TLP tiene resonancias más amplias, especialmente si se considera el contexto regional.
Por ejemplo, los vínculos económicos y diplomáticos del Gobierno de Emiratos Árabes Unidos con el régimen talibán en Afganistán generan un ecosistema favorable para la normalización del islamismo radical. La aceptación de un embajador talibán por parte del EAU y los vuelos programados por Etihad Airways hacia Kabul son señales de esta transición.
Desde esta óptica, la TLP intenta posicionarse no sólo como un actor religioso, sino geopolítico. Si en el pasado los talibanes fueron considerados criminales por el occidente, hoy son interlocutores. ¿Podría estar la TLP buscando una legitimación similar?
Una encrucijada para la democracia pakistaní
Pakistán se enfrenta a una disyuntiva angustiante. Reprimir marchas islamistas masivas puede interpretarse como un acto en favor de la ley y el orden, pero también corre el riesgo de exacerbar todavía más la radicalización. Dejar marchar sin límites al TLP, en cambio, podría socavar la autoridad del Estado y arriesgar la percepción de laicidad institucional.
Lo que está en juego va más allá de un rally proderechos palestinos. Se trata de quién tiene el poder de ocupar las calles, influir en la narrativa nacional y torcer el brazo del gobierno. En este conflicto, los ciudadanos comunes siguen siendo las víctimas silenciosas.
Lo que dice la calle y lo que calla el poder
Una lectura en redes sociales revela una polarización clásica: quienes se solidarizan con la causa palestina ven en la marcha un acto heroico; quienes critican al TLP lo acusan de oportunismo. Pero en ambas posturas subyace una realidad: la calle sigue siendo el termómetro político más preciso en Pakistán.
A falta de canales institucionales fuertes, la protesta masiva —sea islamista, laica, nacionalista o económica— es el lenguaje mediante el cual la población comunica su sentir. De ahí que cualquier represión sea calibrada no solo estratégicamente, sino también emocionalmente.
¿Puede Pakistán construir un modelo democrático que permita la protesta legítima sin empujar constantemente al borde del colapso social? ¿Hasta dónde se sostienen los pactos de paz cuando se rompen todos los pactos sociales?
Las respuestas, por ahora, siguen ocultas tras los gases lacrimógenos.