Malinche: De esclava olvidada a figura reivindicada por la historia moderna
Con un legado entre la traición y la resistencia, Malintzin vuelve al centro del debate histórico en México, impulsada ahora por un enfoque reivindicativo encabezado por la primera presidenta del país
La figura en disputa: ¿traidora o heroína?
Durante siglos, el nombre de Malinche ha sido sinónimo de traición, esclavitud e incluso mezcla cultural forzada. Pero en los últimos años, académicos, activistas e incluso presidentes han comenzado a revisar su legado desde una óptica más justa, humana y contextualizada.
Conocida originalmente como Malintzin por los pueblos mesoamericanos, rebautizada como Marina por los españoles y finalmente apodada Malinche, su historia transcurre entre los momentos más dramáticos del encuentro europeo con América, marcando profundamente la memoria histórica de México.
Un contexto brutalmente complejo
Nacida alrededor del año 1500, Malintzin dominaba el náhuatl y otras lenguas vernáculas. Fue vendida como esclava por los mexicas a un pueblo maya, y luego entregada —como botín de guerra— a Hernán Cortés tras una batalla. Para entonces, ya hablaba al menos cuatro lenguas, lo que la convirtió en una pieza invaluable en el aparato de conquista español.
Su habilidad lingüística le permitió convertirse en intérprete, intermediaria y consejera del propio Cortés. Fue ella quien le dio voz frente a Moctezuma en la grandiosa Tenochtitlan y quien tradujo los imposibles entre los dos mundos.
Pero esta posición también implicaba peligros y dilemas morales. Como lo describe la historiadora Camilla Townsend de la Universidad de Rutgers, Malinche estaba “a merced de los conquistadores” y muchas veces “fue intermediaria forzada en contextos de violación y sometimiento”.
¿Traición o supervivencia?
La narrativa oficial impuesta tras la independencia de México en 1821 empezó a consolidar la imagen de Malinche como traidora nacional. En 1826 apareció una novela anónima donde fue retratada como una mujer lasciva y manipuladora —visión que se perpetuaría culturalmente.
El poeta y ensayista Octavio Paz, premio Nobel de Literatura, solidificó aún más esa percepción en su emblemático ensayo El laberinto de la soledad, donde afirma que los mexicanos “no le han perdonado su traición”.
Sin embargo, esta perspectiva ha sido ampliamente cuestionada desde mediados del siglo XX por voces académicas y feministas. Según Federico Navarrete, historiador de la UNAM, “es imposible verla de forma objetiva” debido a que su figura toca fibras vivas de los conflictos de clase, raza y género que persisten hoy.
La Malinche feminista y resiliente
En paralelo al análisis histórico, movimientos feministas, especialmente entre las chicanas en Estados Unidos a partir de los años 70, empezaron a reivindicar a Malinche como una mujer que sobrevivió en un mundo brutal. Una mujer que negoció, influyó y tomó alguna forma de control en circunstancias de suma vulnerabilidad.
La lingüista mixe Yásnaya Aguilar sostiene que Malintzin “pasó de ser esclava a una figura respetada y poderosa en su tiempo”. De hecho, su nombre se aplicaba también a Cortés en la época: ambos eran conocidos como “Malinche”, lo que sugiere que ella era más que una simple intérprete; era su voz y, hasta cierto punto, su igual.
Incluso hay evidencia de que Cortés la “casó” con uno de sus capitanes, como forma de garantizarle protección legal y social. Malinche tuvo un hijo con Cortés y una hija con su esposo.
Proyectos de reivindicación desde el Estado
Hoy, con la llegada al poder de Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México, ha surgido un fuerte interés en devolverle dignidad a Malinche. Sheinbaum ha lanzado una serie de actividades culturales en su honor, coincidiendo con las conmemoraciones del 12 de octubre, fecha simbólica en la historia del mestizaje latinoamericano.
“Tenemos un grupo de trabajo de antropólogos, historiadores y filósofos estudiando esta figura tan importante y maltratada por la historia. Es fundamental reivindicarla”, señaló Sheinbaum.
Entre las actividades hay exposiciones, publicaciones, debates públicos y recorridos históricos en lugares vinculados a Malinche, como en Veracruz y Ciudad de México.
El mito traspasa fronteras
El nombre de Malinche se ha convertido en símbolo no sólo en México, sino en toda América Latina. La activista boliviana Toribia Lero menciona que en su propio país le llaman Malinche por colaborar con hombres blancos en luchas contra la minería extractiva. “Es una etiqueta que usan para anularnos, para decir que somos traidoras, como a ella”, afirma.
Pero fuera del rechazo, en regiones indígenas de México la figura de Malinche es recordada con respeto. Se le dedican danzas tradicionales, niñas reciben su nombre ritual al nacer y montañas son nombradas en su honor —incluido el volcán Malinche, símbolo doble de grandeza cultural e identidad geográfica.
Las Malinches del siglo XXI
En la era de las redes sociales y el crecimiento de identidades híbridas, Malinche se ha convertido en una figura compleja y poderosa para nuevas generaciones. Representa la fuerza de las mujeres indígenas, la resiliencia ante la violencia patriarcal y la capacidad de influir desde la periferia.
“Ser Malinche hoy puede ser una forma de resistencia”, sostiene la antropóloga mexicana María del Carmen Ávila. Para ella, resignificar su nombre es también un acto de sanación histórica.
¿Qué nos dice Malinche de nosotros?
Hablar de Malinche no es solo hablar del pasado. Es hablar del presente mexicano y latinoamericano, donde persisten los rezagos de la colonización, la marginación de los pueblos originarios y la violencia de género.
Replantear su imagen implica mirar críticamente las narrativas nacionales construidas tras la independencia, y reconocer que la historia no la escriben solo los vencedores, sino también las voces que lograron sobrevivir, resistir e incluso traducir mundos enteros.
Un final aún sin escribir
Malinche murió joven, quizás a los 30 años, víctima de alguna epidemia. Fue madre, sobreviviente y figura política en un tiempo en el que ninguna mujer podía asumir ese rol. Reivindicar su legado es, en última instancia, un desafío a nuestras formas de contar la historia. Y una invitación a vernos en el espejo de nuestras complejidades.