Cuando la naturaleza no da tregua: El impacto devastador del tifón Halong en Alaska y la amenaza de las tormentas en la Costa Este

Más de 30 personas rescatadas, hogares arrasados y comunidades costeras al borde del colapso en una semana marcada por fenómenos climáticos extremos en EE. UU.

Un tifón que no se fue en silencio: Alaska golpeada por los remanentes de Halong

Los remanentes del tifón Halong han desatado una de las peores emergencias climáticas del año en la costa occidental de Alaska. Vientos con fuerza de huracán y una marejada ciclónica inusitada arrasaron comunidades aisladas como Kipnuk y Kwigillingok, arrastrando casas completas y obligando a cientos de personas a buscar refugio en las escuelas locales.

Jeremy Zidek, portavoz de la División de Seguridad Nacional y Gestión de Emergencias del estado, lo resumió con una frase directa: "Tenemos reportes de que casas flotaron con personas dentro”. La situación es tan crítica que al menos 34 personas fueron rescatadas entre ambas poblaciones, mientras que tres aún se encuentran desaparecidas, según los últimos reportes de la Policía Estatal de Alaska.

Comunidades bajo asedio: aislamiento, vulnerabilidad y la naturaleza como enemigo

Kipnuk y Kwigillingok albergan poblaciones pequeñas, con menos de 1000 personas en total. Son comunidades alejadas, con limitados accesos viales y dependientes de pasarelas de madera, botes y motonieves para transportarse. Esta infraestructura vulnerable las convierte en blancos fáciles para las tormentas intensas.

Cerca de 600 personas en Kipnuk y otras 300 en Kwigillingok están actualmente a resguardo en las escuelas locales. “Cada esfuerzo se está haciendo para ayudar a quienes fueron golpeados por esta tormenta. La ayuda está en camino”, aseguró el gobernador Mike Dunleavy en un comunicado.

Tormenta tras tormenta: la Costa Este tampoco se salva

Mientras Alaska lucha contra el legado del tifón Halong, la Costa Este enfrenta su propio enemigo meteorológico: un nor’easter, una tormenta invernal que ha dejado su huella con vientos superiores a 90 km/h, marejadas, corrientes peligrosas y erosión costera.

Desde Virginia hasta Nueva Jersey, se emitieron alertas de inundación costera, mientras que ciudades como Nueva York y Delaware declararon estado de emergencia. El desfile del Columbus Day en Nueva York fue cancelado, y la Guardia Nacional fue activada en Delaware ante la crecida de ríos como el Murderkill.

El Servicio Meteorológico Nacional pronosticó que las condiciones mejorarían lentamente hacia la mañana del martes, pero la erosión causada por las marejadas ya ha sido significativa, especialmente en puntos como Buxton, en Carolina del Norte, donde varias casas colapsaron al océano.

Las consecuencias invisibles: el costo humano

Más allá de la devastación material, estas tormentas dejan una huella difícil de medir: el trauma psicológico y social que arrastran las comunidades afectadas. En Alaska, muchos hogares no sólo fueron destruidos, sino que también se perdió el rastro de sus ocupantes. La incertidumbre y el dolor se extienden como una segunda ola, igual de peligrosa.

“El clima extremo ya no es una excepción, es la nueva norma”, apuntó el climatólogo Michael Mann en una entrevista reciente sobre fenómenos meteorológicos extremos en América del Norte. “Estas tormentas son más intensas debido al cambio climático, y quienes viven en comunidades vulnerables lo están pagando con sus vidas”.

El panorama más amplio: ¿estamos preparados para esta nueva era climática?

Las tormentas como Halong y los nor’easters no son fenómenos nuevos, pero sí lo es su intensidad y frecuencia. La combinación de aguas más cálidas y un sistema climático desestabilizado ha creado una tormenta perfecta para eventos catastróficos más recurrentes.

Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), solo en 2023 hubo 28 desastres climáticos importantes en EE. UU., con pérdidas superiores a los 100 mil millones de dólares. En 1980, eran apenas tres por año.

La resiliencia empieza en lo local: lecciones desde Alaska

Lo ocurrido en pueblos como Kwigillingok sirve de advertencia. Estas comunidades, muchas de ellas habitadas por pueblos indígenas, enfrentan el doble desafío de un clima despiadado y una infraestructura poco preparada. La justicia climática es central en estos casos: la inversión en resiliencia, refugios sostenibles y sistemas de alerta temprana no puede ser postergada.

Además, necesitamos una reforma en la estrategia de gestión de emergencia, especialmente en zonas rurales. Equipos de rescate especializados, acceso a información meteorológica en tiempo real y rutas de evacuación claras podrían haber hecho la diferencia.

Mirando hacia el futuro: alertas, política y conciencia ciudadana

Estos fenómenos naturales nos enfrentan a una realidad urgente: no basta con reaccionar, hay que anticiparse. La política climática debe dejar de ser un tema abstracto para convertirse en prioridad nacional.

El gobernador de Nueva York, Kathy Hochul, emitió una orden ejecutiva para ocho condados del sur del estado ante el avance del nor’easter e instó a la ciudadanía a evitar desplazamientos. “Las decisiones que tomamos ahora salvarán vidas”, declaró. Una frase que debería ser guía en cada rincón afectado.

Mientras tanto, en Carolina del Norte, miles de personas enfrentan interrupciones de camino a sus trabajos, sus familias y sus hogares. Carreteras cortadas como la famosa Highway 12, en los Outer Banks, son símbolo de una infraestructura insuficiente.

La memoria del desastre: reconstrucción emocional y comunitaria

Cuando las cámaras se apagan y los equipos de rescate se marchan, quienes siguen allí enfrentan el reto mayor: reconstruir su vida. Más allá de los escombros, quedan niños sin escuela, adultos sin casas y comunidades fracturadas. El Estado debe tener un plan de recuperación a largo plazo: vivienda temporal, atención psicológica y programas de empleo adaptados.

Los eventos recientes son un recordatorio crudo de que, en la era del cambio climático, ya no podemos permitirnos la indiferencia. Ni un sistema político tibio. La catástrofe de Alaska no es un simple evento aislado: es la advertencia que muchos líderes insisten en ignorar.

Si queremos evitar más pérdidas humanas y económicas, la inversión en resiliencia y mitigación climática debe ser hoy, no después.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press