Los Acuerdos de Abraham: ¿una ruta compartida hacia la paz o una herencia disputada?
Exploramos los desafíos, contradicciones e impactos históricos de los Acuerdos de Abraham en el corazón político y espiritual del Medio Oriente
El peso de un nombre: Abraham, figura de unidad y conflicto
En 2020, durante su primer mandato, el expresidente estadounidense Donald Trump anunció con bombos y platillos un hito diplomático en Medio Oriente: los Acuerdos de Abraham. Este término, cargado de simbolismo religioso e histórico, fue elegido estratégicamente. Abraham —o Ibrahim— es una figura reverenciada en las tres religiones monoteístas más importantes del mundo: islam, cristianismo y judaísmo. Para más de 4.000 millones de personas en el planeta, él representa un punto de partida espiritual.
No obstante, esta figura también ha sido motivo de disputa teológica y política. Porque si bien muchos lo ven como un puente entre culturas, otros se aferran a él para reivindicar territorio, fe y legitimidad.
Los Acuerdos de Abraham: ¿paz o estrategia política?
Los Acuerdos de Abraham consisten en una serie de tratados diplomáticos firmados en 2020 entre Israel y cuatro países árabes: Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos. Estos pactos, promovidos por Estados Unidos, particularmente bajo la administración de Trump, tenían como objetivo fortalecer los lazos diplomáticos y económicos en una región marcada por décadas de conflicto.
Sin embargo, es importante preguntarnos: ¿fue una solución real a tensiones religiosas y políticas centenarias, o se trató de una jugada geoestratégica?
Según datos del Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar en Medio Oriente representa cerca del 5% del PIB regional, uno de los más altos del mundo. El comercio tecnológico y armamentístico ha crecido significativamente desde la firma de los Acuerdos.
"Los Acuerdos de Abraham no solo fueron diplomacia; fueron geopolítica pragmática con aroma a paz religiosa." — Shira Efron, RAND Corporation
La historia compartida y dividida de Abraham
El personaje bíblico de Abraham aparece en el Génesis como el receptor de una promesa divina: convertirse en padre de una gran nación. Con su esposa Sara no podía tener hijos, por lo que engendra a Ismael con Agar, una esclava egipcia. Posteriormente, contra toda expectativa, Sara da a luz a Isaac, quien es considerado por la tradición judía como el heredero legítimo.
Esta narrativa, ideológicamente, separa las ramas proféticas: el judaísmo y el cristianismo trazan su origen en Isaac, mientras que el islam lo hace en Ismael. Esta división originaria ha sido ampliamente explotada por sectores radicales para legitimar diferencias políticas y territoriales.
En la tradición islámica, Abraham es también quien erige la Kaaba en La Meca, y el episodio del sacrificio lo protagoniza Ismael, no Isaac. En el cristianismo, Abraham simboliza fe y obediencia total a Dios, mientras que en el judaísmo representa la alianza del pueblo judío con Yahvé.
¿Unidad religiosa o apropiación simbólica?
Con el auge de los conflictos contemporáneos —como el recrudecimiento del conflicto israelo-palestino o el aumento del antisemitismo en Europa—, la referencia a Abraham como figura común ha sido tanto una iniciativa reconciliadora como un arma retórica.
El politólogo Bruce Feiler resume este dilema:
"Todos quieren a Abraham como propio, pero Abraham en realidad pertenece a todos." — Bruce Feiler, autor de “Abraham: A Journey to the Heart of Three Faiths”
Desde los inicios de la humanidad registrada, pocas figuras han sido tan invocadas con fines tan dispares: desde justificación bélica hasta pacto de paz.
La Casa de la Familia Abrahámica: símbolo moderno de diálogo
En 2023, Emiratos Árabes Unidos inauguró la Casa de la Familia Abrahámica en Abu Dabi, un complejo arquitectónico que incluye una mezquita, una iglesia y una sinagoga. Es una expresión contemporánea de la hermandad interreligiosa y del espíritu que dicen encarnar los Acuerdos de Abraham.
Sin embargo, hay críticas de que este simbolismo no es acompañado por mejoras reales en términos de derechos humanos y participación democrática en países firmantes. Por ejemplo, en algunos de esos Estados firmantes, las minorías religiosas aún enfrentan restricciones para ejercer su fe libremente.
Trump y su ambigüedad discursiva
Incluso dentro de la trayectoria política de Donald Trump, el uso de Abraham como estandarte de unidad contrasta radicalmente con sus otras posturas.
- En 2015, abogó por un “bloqueo total” a musulmanes que quisieran entrar a Estados Unidos tras atentados terroristas.
- En 2020, impulsó acuerdos entre países musulmanes e Israel, uso del nombre "Avraham Accords" incluido.
Estas contradicciones generan escepticismo sobre el verdadero objetivo de tales pactos. ¿Es realmente Abraham un símbolo de unidad o se ha convertido en una marca diplomática occidental para repensar Medio Oriente bajo intereses estratégicos?
La visión crítica desde Palestina
Desde el punto de vista palestino, muchos ven estos acuerdos como una traición al consenso árabe anterior, que condicionaba la normalización con Israel a la creación de un Estado palestino soberano.
Hanan Ashrawi, destacada diplomática palestina, dijo en un análisis en Al Jazeera:
"Los Acuerdos de Abraham no representan reconciliación. Representan una normalización que omite lo central: el derecho de Palestina a existir."
Además, ONG internacionales como Human Rights Watch (HRW) han denunciado que estos pactos no han detenido los asentamientos israelíes en Cisjordania ni mejorado las condiciones en Gaza.
El legado en disputa
Tal como la historia de Abraham en la Biblia y el Corán está llena de tensiones entre aceptar al otro y marcar propiedad sobre la historia, así también se desenvuelve el debate actual sobre los Acuerdos de Abraham.
Bruce Feiler sintetiza este dilema eterno de convivencia:
“Queremos todo para nosotros, pero la historia nos recuerda que solo podemos vivir junto al otro.”
La herencia de Abraham, el llamado padre de la fe, sigue moldeando realidades a través de los siglos, desde altares ancestrales en Jerusalén hasta salas diplomáticas en Washington y Abu Dabi. La paz es posible, pero solo si se comprende que la historia de Abraham no pertenece a uno, sino que nos exige compartir un legado.
Quizás en ese acto radical de reconocer al otro —al Ismael ajeno o al Isaac rival— esté la única posibilidad real de progreso en Medio Oriente.