Desastre en Alaska: cómo el tifón Halong dejó comunidades nativas al borde del colapso

Más de 1,300 personas desplazadas, aldeas destruidas y un crudo invierno que se avecina: el drama humano en las frágiles comunidades costeras del suroeste de Alaska

Una tormenta sin precedentes golpea comunidades olvidadas

El pasado fin de semana, el suroeste de Alaska fue testigo de una de las catástrofes naturales más devastadoras de los últimos años. Los remanentes del tifón Halong arrasaron pequeñas comunidades nativas en la región del delta Yukon-Kuskokwim, unas 800 kilómetros al suroeste de Anchorage. El potente sistema trajo consigo vientos extremos y una marejada ciclónica que alcanzó niveles alarmantes, provocando que casas completas fueran arrastradas hacia el mar y dejando a cientos sin hogar.

Más de 1,300 personas desplazadas en cuestión de horas

En cuestión de horas, más de 1,300 personas fueron desplazadas. Muchas de ellas encuentran refugio temporal en escuelas transformadas en albergues de emergencia. Uno de estos refugios incluso carece de baños en funcionamiento. La Guardia Costera tuvo que rescatar a unas dos docenas de personas cuyas viviendas se soltaron de las estructuras donde estaban asentadas, flotando con la marea. Tres personas continúan desaparecidas o se presume que murieron.

Kipnuk y Kwigillingok: comunidades arrasadas

Según Mark Roberts, comandante de incidentes de la División de Manejo de Emergencias del estado, la situación en Kipnuk, una aldea de 715 habitantes, es “catastrófica, sin ningún paliativo”. En Kwigillingok, habitada por apenas 380 personas, todas las viviendas sufrieron algún tipo de daño estructural, y alrededor de 36 casas fueron completamente desplazadas de sus bases.

Lo alarmante es que estas comunidades no cuentan con acceso vial terrestre durante esta época del año —solo se puede llegar por aire o agua—, lo cual complica los esfuerzos de respuesta y recuperación. Actualmente, se están organizando puentes aéreos para transportar a los desplazados a ciudades como Bethel, Fairbanks y Anchorage.

Infraestructura crítica colapsada

Además de viviendas, la infraestructura fundamental también colapsó. En Napakiak, los sistemas eléctricos se inundaron. En Kwigillingok, la única instalación con electricidad funcional es la escuela. Los trabajadores intentan reparar servicios esenciales como los baños, que se han vuelto inmanejables con tantas personas refugiadas.

En Toksook Bay, otra comunidad nativa costera, se reporta una seria erosión del terreno, al punto que algunas áreas están siendo recategorizadas como zonas de alto riesgo ecológico. Al daño estructural se suma la amenaza de contaminación por el daño a los depósitos de combustible, que podría afectar la fauna marina y terrestre de la cual dependen las comunidades para subsistir.

Los peligros de perder la subsistencia alimentaria

Las comunidades nativas de Alaska se basan en gran medida en la caza y pesca para proveerse de alimentos durante el largo invierno. Las lluvias torrenciales y las inundaciones destruyeron congeladores que contenían alimentos clave como salmón y carne de alce, lo que implica una pérdida incalculable. Sin estos recursos, el espectro del hambre se cierne sobre cientos de familias.

La tormenta perfecta: otra crisis meteorológica en puerta

Mientras los equipos de rescate luchan por proporcionar suministros como agua, comida y generadores a las aldeas, expertos en clima advierten que otra tormenta podría tocar tierra en cuestión de días. Con el invierno ártico a la vuelta de la esquina, el tiempo se convierte en un enemigo más.

Rick Thoman, especialista en clima de la Universidad de Alaska Fairbanks, fue claro: “Incluso si pudiéramos traer todo lo necesario ahora, ya es muy tarde para reconstruir antes del invierno”.

El papel clave de la Guardia Nacional, pero recursos limitados

Las autoridades estatales han activado a la Guardia Nacional para asistir en las labores de emergencia. Estos esfuerzos, sin embargo, están condicionados por las difíciles condiciones climáticas, la falta de acceso vial y la escasez de infraestructura para albergar a los desplazados a largo plazo.

Bethel, la ciudad de 6,000 habitantes más cercana y usada como centro logístico, ya enfrenta saturación. El gobierno ha tenido que contemplar vuelos a Anchorage o Fairbanks para alojar allí a familias, lo cual implica una reubicación costosa y emocionalmente desgastante para las personas afectadas.

¿Cómo llegamos aquí? El cambio climático al acecho

Muchos expertos consideran que el fenómeno de tormentas cada vez más intensas y frecuentes en Alaska está directamente vinculado al cambio climático. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), Alaska se está calentando el doble de rápido que el resto de Estados Unidos, lo cual contribuye a fenómenos meteorológicos más extremos y a una acelerada erosión costera.

“Las comunidades indígenas de Alaska son resilientes, pero cuando cada casa ha sido dañada y muchas son inhabitables con el invierno tan cerca, solo pueden hacer tanto por sí solas”, afirmó Thoman.

Un grito de ayuda internacional

La magnitud del desastre ha motivado a líderes tribales y representantes regionales a pedir asistencia federal e internacional. La Administración Biden ha sido notificada formalmente del estado de emergencia, y se esperan movilizaciones adicionales de recursos en los próximos días. El tiempo, sin embargo, es corto.

Incluso hay llamados para que organizaciones como la Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras y la ONU se involucren en lo que ya algunos catalogan como un desastre humanitario en plena evolución.

¿El futuro de estas comunidades está en juego?

Las aldeas costeras como Kipnuk y Kwigillingok llevan generaciones asentadas en zonas de difícil acceso, pero manejables históricamente gracias a su conocimiento tradicional del entorno. No obstante, el patrón de tormentas recientes plantea una pregunta incómoda: ¿es sostenible su permanencia a largo plazo?

Reubicar a comunidades enteras no solo implica costos económicos, sino también la posible pérdida de tradiciones, idiomas y ecosistemas culturales únicos. El futuro de estas poblaciones está, literalmente, en juego.

Por ahora, lo urgente es salvar vidas. Pero también lo es escuchar las voces desde Kipnuk, Kwigillingok y Napakiak que claman no solo por ayuda, sino por justicia climática. Porque lo que está en peligro más allá de hogares flotando en el mar, es la continuidad de un modo de vida ancestral que está siendo barrido por el viento implacable del cambio climático.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press