El lujoso nuevo salón de baile de Trump: ¿renovación histórica o ego arquitectónico?

Con un precio de $250 millones, el expresidente impulsa un ambicioso proyecto en la Casa Blanca mientras genera controversia sobre su legalidad y propósito

Una cena de poder y ostentación en la sede del poder ejecutivo

El expresidente Donald Trump encabezó recientemente una opulenta cena en la Casa Blanca con cerca de 130 invitados selectos. Los asistentes no eran ciudadanos comunes: entre ellos se encontraban donantes multimillonarios, representantes de gigantes tecnológicos como Apple, Google y Meta Platforms, y prominentes empresarios como el magnate petrolero Harold Hamm o los gemelos cripto Tyler y Cameron Winklevoss.

¿La razón del encuentro? Celebrar y recaudar fondos para el proyecto de renovación más ambicioso que la Casa Blanca haya visto en décadas: la construcción de un nuevo salón de baile valuado en 250 millones de dólares. El salón, prometido como el más “fenomenal” por parte de Trump, contará con paredes de vidrio antibalas y capacidad para hasta 999 personas.

¿Una cuestión de necesidad o de vanidad?

Durante su intervención, Trump defendió la necesidad del nuevo espacio alegando que la actual sala más grande, el East Room, solo puede albergar a unas 200 personas, lo que obliga a instalar grandes carpas en el Jardín Sur para eventos multitudinarios. “No hay nada como la Casa Blanca”, dijo. “Así que debemos cuidarla”.

Sin embargo, la escala monumental del nuevo salón, que planea ocupar una zona del ala este y tendrá 90,000 pies cuadrados (más de 8,300 m²), ha generado serios cuestionamientos sobre el verdadero propósito de la obra, el uso adecuado de fondos y la legalidad de su construcción sin aprobación de comisiones como la National Capital Planning Commission y la Commission of Fine Arts.

Trump alegó que como presidente de los Estados Unidos, no necesita aprobación alguna: “No hay requisitos de zonificación para mí. Puedo hacer lo que quiera”.

Comida de gala para multimillonarios

La velada se caracterizó por un fastuoso despliegue de lujo: decoración con velas cónicas altas y arreglos florales blancos; vajilla con bordes dorados; y un menú digno de un emperador: ensalada panzanella de tomate reliquia, beef Wellington y peras Anjou con helado de caramelo y crumble de canela.

El ambiente fue festivo y lleno de elogios al anfitrión. Según un funcionario de la Casa Blanca, también asistieron asesores cercanos de Trump como Chris LaCivita y Jason Miller, además de Reince Priebus, ex jefe de gabinete presidencial.

En esta cena se consolidó una red de poder que mezcla dinero, influencia y política, algo que ha caracterizado históricamente las fiestas más exclusivas del poder ejecutivo, pero que en esta ocasión generó aún más controversia por tratarse de una recaudación para una obra impulsada de manera unilateral por un expresidente.

Una “joya arquitectónica” entre controversias legales

Mientras se habla del estilo arquitectónico del nuevo salón —que mantendrá molduras y formas propias del diseño clásico de la Casa Blanca, pero con una estructura acristalada a prueba de balas en sus cuatro lados—, también se visibilizan las tensiones sobre su viabilidad legal.

Como parte del proceso de construcción federal, el proyecto habitualmente debería haber sido aprobado por comisiones encargadas de salvaguardar el carácter histórico del centro político de la nación. Sin embargo, el mismo asesor legal del presidente —Will Scharf, también líder de la comisión de planificación— ha señalado que esas aprobaciones no son necesarias.

Esta postura ha sido criticada por especialistas de patrimonio histórico, quienes temen que se establezca un preocupante precedente de intervención ejecutiva sin control.

El legado arquitectónico de los presidentes en la historia de EE.UU.

La Casa Blanca ha tenido distintas ampliaciones y reformas a lo largo de la historia. Thomas Jefferson añadió los famosos pórticos Este y Oeste. La reconstrucción bajo Harry Truman después de la Segunda Guerra Mundial literalmente vació la mansión presidencial para reforzar su estructura. Y más recientemente, George W. Bush amplió los sistemas de comunicación y seguridad.

Sin embargo, una inversión de este calibre y con una finalidad social y ceremonial tan específica, como un salón de baile, es una rareza. Los analistas consideran que puede convertirse en uno de los legados más visibles —y polarizantes— de la segunda presidencia de Donald Trump.

La revista Architectural Digest ya ha calificado el proyecto como “una mezcla entre Versailles y búnker presidencial”, destacando la extraña convivencia entre necesidades de seguridad y fastuosidad barroca.

Una estatua de la Libertad ‘en miniatura’ para completar la obra

Trump también aprovechó la cena para presentar otra audaz iniciativa: un arco monumental en uno de los extremos del Arlington Memorial Bridge, con la figura de la Estatua de la Libertad en su parte superior. Se exhibieron tres modelos a escala durante la cena, con preferencia del expresidente por el más grande.

“Va a ser realmente hermosa”, prometió Trump.

Esta ‘decoración extra’ ha sido vista por muchos como un intento de marcar el paisaje político y físico del país con símbolos propios, al estilo de los emperadores romanos o los zares rusos. El simbolismo no es gratuito: se trata de una figura que une los valores fundacionales de Estados Unidos con la iconografía patriótica más tradicional.

El poder del mecenazgo político en Estados Unidos

Más allá del gusto personal o la funcionalidad del nuevo salón, este episodio refleja un aspecto clave del sistema político estadounidense: el peso del dinero y las donaciones en la toma de decisiones políticas. La presencia de empresas como Amazon, Lockheed Martin o T-Mobile en la cena no es inocente y subraya la estrecha relación entre el sector privado y los intereses políticos de alto nivel.

Las fundaciones privadas como la Adelson Family Foundation, creada por los megadonantes republicanos Miriam y Sheldon Adelson, también muestran cómo los grandes nombres detrás de los partidos pueden acompañar, financiar e incluso moldear agendas públicas, incluso arquitectónicas.

¿Habrá reacciones desde el Congreso o la opinión pública?

Hasta ahora, no se ha informado de ningún proceso legislativo para revisar la legalidad del proyecto o detener su puesta en marcha. Sin embargo, agrupaciones de conservación del patrimonio y voces dentro del partido Demócrata han comenzado a expresar sus preocupaciones en medios especializados.

“No se trata solo de estilo o protocolo, sino de transparencia institucional”, dijo Ann Brown, política demócrata de Maryland y arquitecta profesional.

El debate está servido: ¿estamos ante una obra histórica que enriquecerá la arquitectura estatal o tan solo frente a un acto de vanidad imperial sin controles reales?

Solo el tiempo y la aprobación (o el rechazo) popular darán respuesta.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press