Refugio Ártico: Osos polares toman estación soviética abandonada en el fin del mundo
Imágenes impresionantes desde el dron de Vadim Makhorov revelan cómo los osos polares se adaptan a la presencia humana… incluso después de que esta desaparece
Un encuentro inesperado en el Ártico ruso
La naturaleza nunca deja de sorprendernos, y en este caso, son los osos polares quienes protagonizan una insólita historia de resiliencia, supervivencia y adaptación en uno de los rincones más remotos del planeta. En la isla Kóluchin, frente a la inhóspita península de Chukotka, en el extremo oriental de Rusia, un grupo de osos polares ha encontrado refugio en una antigua estación de investigación soviética abandonada. Las impresionantes imágenes aéreas capturadas por el fotógrafo Vadim Makhorov no solo nos regalan una postal inusual, sino que también describen un drama ecológico en desarrollo en el Ártico.
Del laboratorio al hogar: cómo los osos polares han ocupado la estación
Durante un crucero por el mar de Chukchi en septiembre de 2025, Makhorov pudo observar desde su dron una escena completamente inesperada: varias decenas de osos polares transitando por una instalación humana en ruinas, asomándose por ventanas rotas o durmiendo en las habitaciones vacías de una base científica que alguna vez investigó precisamente a estos mismos osos. "Los osos no son ajenos a la sensación de acogida y refugio", escribió en sus redes sociales. "Ellos perciben una casa como un refugio".
Isla Kóluchin: un paraíso abandonado (para los humanos)
La isla Kóluchin se encuentra a tan solo 11 kilómetros de la costa norte de la península de Chukotka, una región que enfrenta a Alaska a través del estrecho de Bering. Esta estación científica fue construida por la Unión Soviética durante la Guerra Fría, cuando el Ártico representaba no solo un interés estratégico, sino también científico. Con el paso de las décadas, la base fue decayendo hasta su cierre definitivo, como tantas otras estructuras soviéticas abandonadas a su suerte en el tiempo post-soviético.
Ante la retirada del ser humano, la naturaleza avanzó sin freno. Lo que era antes un espacio de observación científica se ha convertido hoy en día en un santuario improvisado para una de las especies más amenazadas por el cambio climático: el oso polar (Ursus maritimus).
El oso polar: embajador del cambio climático
El oso polar se convirtió, en las últimas décadas, en la imagen más potente del calentamiento global. Sus hábitats naturales —el hielo marino del Ártico— han disminuido drásticamente. Según el IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), hay entre 22.000 y 31.000 ejemplares en libertad, pero con proyecciones que prevén una disminución de más del 30% para 2050 debido a la pérdida de hielo.
La fusión acelerada del hielo marino, que les sirve como plataforma para cazar focas, ha obligado a muchos de estos animales a cambiar su comportamiento. Cada vez es más común verlos en tierra firme durante largos periodos, escarbando basureros humanos, acechando aldeas costeras o, como en este caso, refugiándose en construcciones humanas olvidadas.
Un comportamiento nuevo para un mundo nuevo
La elección de estos osos por ocupar un edificio humano abandonado no es simple azar. Varios expertos en comportamiento animal han comenzado a estudiar cómo el cambio climático no solo modifica el entorno de las especies, sino también sus hábitos evolutivamente programados.
El hecho de que osos polares encuentren en los edificios una fuente de abrigo sugiere un comportamiento adaptativo muy significativo. A nivel psicológico también representa una paradoja: el gran depredador del norte inuit, símbolo de lo indómito, elige cobijarse en las ruinas de la civilización humana, aquella misma que con sus emisiones de CO2 aceleró la destrucción de su hogar natural.
El Ártico: testigo de la crisis climática global
Este fenómeno no se trata solo de una anécdota llamativa. Dentro del contexto actual del clima, es una fuerte señal de lo que está por venir. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) advirtió recientemente que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzó su nivel más alto en los últimos 800.000 años, acelerando un "ciclo climático vicioso" y haciendo del Ártico una región que se calienta a un ritmo casi cuatro veces superior al de la media global.
Las consecuencias no tardan en presentarse: derretimiento del permafrost, aumento del nivel del mar y alteración en la migración de especies. El Ártico —lejos de ser una región aislada— actúa como termómetro global y catalizador de fenómenos meteorológicos extremos en otras partes del planeta. Lo que ocurre en la isla Kóluchin no se queda en la isla Kóluchin.
La belleza de una tragedia
Las fotos y videos publicados por Makhorov nos enfrentan con la belleza visual de una escena que, sin embargo, encierra tragedia ecológica. Desde una perspectiva estética, es fascinante: osos polares asomando por ventanas como personajes de una película surrealista. Pero desde una perspectiva ambiental, se trata de un síntoma.
Muchos fotógrafos de vida silvestre han pasado décadas esperando capturar escenas de interacción íntima entre fauna y construcciones humanas. Sin embargo, muy pocos logran hacerlo sin articular lo urgente del mensaje que estas imágenes conllevan: no se trata de un caso aislado, se trata de una señal silenciosa de desplazamiento forzado en la naturaleza, un éxodo blanco empujado por cambios invisibles pero implacables.
¿Qué podemos aprender de la isla Kóluchin?
- Adaptación animal: los osos polares están demostrando una plasticidad conductual admirable ante la pérdida de hábitat.
- Responsabilidad humana: el estado de abandono de la estación científica contrasta con la ocupación respetuosa de los osos, invitando a una reflexión sobre nuestros residuos estructurales y nuestras deudas ecológicas.
- Documentación visual como activismo: el trabajo de fotógrafos como Makhorov se posiciona no solo como arte, sino como documento histórico y ambiental que puede movilizar voluntades y políticas.
Y ahora, ¿qué sigue para los osos?
La presencia de estos animales en la estación abandonada naturalmente suscita preocupaciones. Los osos polares, si bien pueden parecer dóciles en las fotografías, son animales salvajes y peligrosos cuando se sienten amenazados. Además, la basura dejada por los humanos puede ser una fuente de enfermedades o intoxicaciones. Por otro lado, la región está lejos de cualquier presencia humana regular, lo cual disminuye el riesgo de encuentros peligrosos.
Lo ideal, según expertos en conservación, sería vigilar con drones, o incluso implementar pequeñas estaciones automáticas de observación para seguir trazando el comportamiento de estos animales sin perturbarlos.
Una postal del mañana
En el fondo, las imágenes de osos polares habitando casas humanas no cuentan una historia del pasado. Son una postal del futuro. Un futuro en el que los límites entre lo humano y lo salvaje se desdibujan no por una utopía de convivencia, sino por una serie de colapsos entrelazados.
La isla Kóluchin y sus nuevos habitantes blancos son un espejo gélido en el que todos deberíamos mirarnos… antes de que el espejo se derrita por completo.