Trauma, hambre y oscuridad: el difícil retorno de los rehenes israelíes liberados por Hamas
Tras dos años de cautiverio, los últimos 20 rehenes liberados inician una rehabilitación médica, física y psicológica con profundas secuelas por sanar
Desde dolores inexplicables y malnutrición hasta la lucha por recuperar la autonomía personal, los últimos rehenes israelíes liberados por Hamas después de casi dos años de cautiverio en Gaza enfrentan una recuperación larga e incierta. Acompañados por un equipo multidisciplinario, cada uno de ellos inicia ahora el doloroso camino hacia la normalidad, si es que eso todavía es posible.
Un vistazo al horror silencioso
Tras su liberación, todos los rehenes fueron internados en hospitales israelíes en condición estable. Pero como bien explica el doctor Hagai Levine, jefe del equipo médico del Foro de Familias de Rehenes, “lo que se ve por fuera no refleja el daño interno”.
Los rehenes padecen síntomas de trauma profundo: algunos tienen dolores inexplicables; otros deben reaprender tareas tan básicas como decidir cuándo ir al baño. Muchos de ellos estuvieron demasiado tiempo encadenados, en condiciones míseras, con pésima alimentación y lejos de la luz solar.
Impacto físico: un cuerpo que grita
El doctor Levine señala que la mayoría emergieron “excepcionalmente pálidos y delgados”. Sufrieron desnutrición severa, y el repentino regreso a la alimentación ordinaria podría provocar el síndrome realimentario, un riesgo fatal si no se maneja cuidadosamente.
- Daño en órganos: hígado, riñones, y deterioro cognitivo por falta de nutrientes básicos y vitamina D.
- Problemas ortopédicos: cadenas en las piernas durante meses causaron pérdida muscular, coágulos sanguíneos y daño en huesos.
Elkana Bohbot, uno de los rehenes liberados, relató dolores persistentes en espalda, pies y estómago, agravados por alimentación forzada antes de su liberación “para mostrar mejor estado físico ante el mundo”, explicó su esposa Rebeca.
El espectro del trauma invisible
Más allá de la alteración física está el impacto emocional. Varios rehenes retornaron con trastornos psicológicos, desde miedo al hambre hasta pánico ante la soledad. Algunos sufrieron pequeños accidentes cerebrovasculares en cautiverio, sin atención médica.
Levine recuerda el precedente de 1973, cuando más de 60 soldados israelíes prisioneros en Siria desarrollaron en años posteriores cánceres, enfermedades cardiovasculares y envejecimiento prematuro. “El cuerpo no olvida”, afirma.
Luz tras el túnel: restablecer la autonomía
Una de las claves para la recuperación, según la neuropsicóloga Einat Yehene, es devolverles el control sobre sus vidas. Para muchos, salir del túnel de Hamas fue la primera vez en dos años que vieron el sol o sintieron el viento en el rostro.
“Estoy feliz de ver el mar otra vez. Es algo que ahora valoro como nunca”, dijo Bohbot tras reencontrarse con su familia.
Tan simple como preguntar: “¿Quieres comer algo?, ¿quieres que apague la luz?” es parte del protocolo para empezar a recuperar su autonomía interna, dice Yehene. Durante dos años no tomaron una sola decisión.
Un corazón roto que se recompone lentamente
Para completar la pesadilla, algunos retornados no se sintieron verdaderamente libres hasta que sus seres queridos también fueron liberados. Iair Horn, liberado en febrero, dijo con lágrimas: “La verdad es que recién hoy soy libre”, tras el regreso de su hermano menor, Eitan.
Liran Berman, hermano de los gemelos Gali y Ziv, resumió el paso del infierno a la esperanza: “Durante 738 días vivimos entre el miedo y la esperanza. Verlos de nuevo fue como sentir que el mundo volvía a moverse”.
Diferencias de recuperación según género y rol
Curiosamente, los hombres con hijos pequeños tienden a integrarse mejor, según Levine. La paternidad les ayuda a encontrar sentido en medio del caos y a reconstruir sus vidas: “Ser padre los obliga a recomponer su identidad”, explicó.
Sin embargo, ninguna de las mujeres liberadas fue madre, añadiendo un elemento de aislamiento adicional al trauma.
Pocas visitas, mucha contención
Durante los primeros días post-cautiverio, los rehenes enfrentan una mezcla de euforia, culpa y confusión. No pocos sienten culpa por lo que sus familias sufrieron durante su ausencia. Otros, sin acceso a medios durante dos años, ni siquiera saben lo que ha sucedido en Israel.
El protocolo médico es claro: mínimos visitantes, alimentación progresiva, exámenes psiquiátricos y sesiones con trabajadores sociales. Algunos eligen permanecer en hoteles aislados con sus familias, adaptándose lentamente a la libertad y a estímulos que por años les fueron negados.
Un contexto bélico que no termina
El drama humano se da en un contexto de trágico conflicto. La guerra comenzó cuando milicianos liderados por Hamas cruzaron la frontera israelí, matando a unas 1.200 personas y secuestrando a 251. Desde entonces, han muerto más de 67.600 palestinos, cifra según el Ministerio de Salud de Gaza, cuya fiabilidad ha sido validada por organismos como ONU.
Estos eventos forman parte de un ciclo de violencia sin fin entre Israel y Gaza, donde los dilemas políticos no terminan de encontrar solución y la población civil paga el precio más alto.
El desafío a largo plazo: restaurar la dignidad
La atención médica y psicológica continuarán por meses, incluso años. No hay cura rápida para este tipo de heridas. La recuperación total requiere tiempo, paciencia, contención familiar y políticas estatales sólidas en salud integral.
Además, los especialistas insisten en una rehabilitación compasiva que no minimice el sufrimiento ni precipite el proceso. “Todo está construido sobre la base del consentimiento y la escucha”, dice Yehene.
Que el mundo empiece a “moverse de nuevo” es, quizá, la imagen más poderosa de lo que implica esta liberación. No es solo liberar cuerpos: es liberar memorias, emociones, y futuros suspendidos por el terror.
Con cada paso hacia la luz, estos sobrevivientes enseñan una dolorosa lección: vivir es mucho más frágil —y precioso— de lo que creemos.