Gabes bajo asfixia: El grito de una ciudad contra la contaminación industrial en Túnez

Entre gases tóxicos, enfermedades y promesas rotas, la población de Gabes exige justicia ambiental y el cierre inmediato del complejo químico responsable

  •  EnPelotas.com
    EnPelotas.com   |  

Una tragedia ambiental en cámara lenta

Gabes, una ciudad costera del sur de Túnez con más de 400,000 habitantes, se ha convertido en el epicentro de una crisis ambiental que amenaza con destruir su ecosistema y la salud de sus ciudadanos. Desde hace más de cinco décadas, el Grupo Químico Tunecino (GCT), una empresa estatal, opera un gigantesco complejo industrial de procesamiento de fosfatos. Hoy, sus consecuencias han estallado en forma de protestas masivas, crecientes enfermedades y denuncias internacionales.

El 16 de octubre de 2025, miles de ciudadanos salieron a las calles para denunciar lo que llaman "crímenes ambientales". La situación llegó al límite tras una nueva fuga de gas que hospitalizó a decenas de personas, incluidos niños, y encendió la furia acumulada durante años.

Fósforo y enfermedades: un cóctel tóxico

El complejo químico de Gabes convierte el fosfato crudo en fertilizantes. Pero este proceso industrial deja un grave rastro: residuos altamente tóxicos que se vierten sin control en el mar y la atmósfera.

Según datos del Observatorio Nacional de Agricultura de Túnez, los niveles de dióxido de azufre y amoníaco en el aire de Gabes exceden de forma crónica los límites permitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ambos compuestos son conocidos por causar enfermedades respiratorias crónicas, cardiovasculares y cáncer. Están directamente vinculados a la lluvia ácida y al deterioro de suelos agrícolas.

“Nuestra vida entera ha sido arruinada por el humo y los olores que respiramos a diario”, comenta Hanen, una residente de 30 años que teme revelar su apellido por miedo a represalias.

El mar muerto: la destrucción del Golfo de Gabes

Gabes era conocida por tener uno de los ecosistemas marinos más ricos del Mediterráneo. Hoy, ese entorno ha sido devastado. Organizaciones ambientalistas advierten que el vertido constante de desechos químicos ha oscurecido las aguas y aniquilado la vida marina.

Según la ONG Stop Pollution, fundada en Gabes en 2015, se ha perdido más del 70% de la capacidad pesquera del golfo, desplazando a generaciones de pescadores y destruyendo una economía local basada históricamente en el mar.

Promesas rotas de los gobiernos tunecinos

Desde la Revolución Tunecina de 2011, múltiples gobiernos prometieron relocalizar o modernizar el complejo químico. Pero esas palabras nunca se tradujeron en acciones concretas.

Incluso el presidente Kaïs Saïed, electo como figura de ruptura frente a la clase política tradicional, ha sido señalado por no cumplir sus compromisos ambientales. En julio de 2025, el propio GCT admitió en una auditoría interna tener "graves no conformidades" en sus procesos: emisiones tóxicas fuera de los estándares mundiales y fallos en la contención de gases peligrosos.

“Nos han tratado de mentirosos, ignoraron nuestras preocupaciones y apenas reaccionaron cuando los niños se enfermaron… No vamos a parar hasta que se desmantele este complejo”, dijo Hanen durante la protesta de octubre.

Movimiento ciudadano: del dolor a la organización

Las movilizaciones en Gabes no son espontáneas ni aisladas. Grupos como Stop Pollution o Environmental Watch – South Tunisia han documentado desde hace años las consecuencias del modelo de industrialización impuesto por el Estado tunecino en la región.

Organizan campañas, publican informes técnicos e incluso promueven alternativas económicas sostenibles, como energías limpias o la recuperación del turismo ecológico. Pero sus propuestas rara vez reciben eco en la administración central.

Impunidad química: entre fosfatos y negligencia

Los fosfatos representan uno de los productos de exportación más importantes para Túnez: más de 400 millones de dólares anuales, según datos del Ministerio de Economía. Por eso, muchos residentes de Gabes creen que el gobierno prefiere sacrificar la vida local a cambio de divisas.

De hecho, la zona industrial de Gabes es una zona militarizada, lo que complica las investigaciones ambientales independientes y restringe el acceso incluso a periodistas y activistas. Las acusaciones de impunidad y falta de rendición de cuentas son frecuentes.

En palabras de Jalel Ben Youssef, biólogo marino y uno de los expertos más respetados sobre contaminación en el Golfo: “Lo que se está produciendo en Gabes es un ecocidio a fuego lento. Una ciudad entera está siendo sacrificada.”

El gas invisible que envenena

El episodio que encendió la protesta de octubre fue una fuga de gas amoníaco, cuya exposición puede provocar desde irritación nasal y ocular hasta parálisis neuromuscular y riesgo respiratorio agudo. Más de 30 niños fueron trasladados a hospitales con síntomas graves.

Sin embargo, ni el GCT ni el Ministerio de Salud ofrecieron reportes claros sobre la sustancia implicada. Esa opacidad ha minado la ya escasa confianza entre los residentes y las autoridades.

El presidente Saïed ordenó la creación de una comisión de crisis y prometió castigar a los responsables del deterioro ambiental. Pero los habitantes de Gabes ya han escuchado esas palabras antes. No creen en comisiones, ni esperan salvadores.

La lucha por el derecho a respirar

Lo que está en juego en Gabes sobrepasa la política, la economía o las rivalidades partidistas. Se trata, como dicen muchos activistas, de la lucha por un derecho básico: el derecho a respirar.

Una lucha que conecta con decenas de comunidades en África, América Latina o Asia que viven bajo el yugo de industrias contaminantes y gobiernos sordos. El caso de Gabes es un espejo incómodo de los dilemas que enfrentan los países del sur global ante el desarrollo a cualquier precio.

Países donde contaminar sale más barato que prevenir. Donde la salud de los pobres vale menos que las regalías de las exportaciones. Donde los niños terminan en urgencias mientras los ministros cierran acuerdos internacionales sobre sostenibilidad.

¿Un despertar verde?

Quizá lo ocurrido en Gabes sea una señal de cambio. La masiva respuesta ciudadana demuestra que la conciencia ambiental se está expandiendo que hay una generación dispuesta a exigir justicia, no solo redistributiva, sino también ecológica.

En un mundo marcado por la crisis climática, las ciudades como Gabes ya no están solas. Sus voces se suman a un grito global que exige transformación, equidad y respeto por la vida.

Y aunque el complejo químico aún contamine sus cielos y sus aguas, no hay humo capaz de ocultar por siempre la verdad. En las calles de Gabes, esa verdad se grita entre lágrimas, pancartas e ideales. Es una verdad que duele, pero también impulsa. Porque mientras haya vida, habrá esperanza. Y mientras haya lucha, habrá futuro.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press