Infanticidios en EE.UU.: El oscuro patrón oculto tras las tragedias familiares
Tres casos recientes en Georgia y California revelan una alarmante realidad: padres implicados en muertes violentas de sus propios hijos y un sistema que tal vez no está actuando a tiempo
La noticia de la muerte de un niño siempre conmueve, pero cuando el implicado es uno de los padres, la conmoción se convierte en horror. En las últimas semanas, han surgido tres casos profundamente impactantes en Estados Unidos, todos con un común denominador: padres, tanto madres como padres biológicos, acusados de matar brutalmente a sus propios hijos. Desde California hasta Georgia, la justicia enfrenta no solo la crudeza de estos actos, sino la recriminación social de un sistema que, en ocasiones, no logra prevenir lo evitable.
1. Emmanuel Haro: La falsa historia del secuestro
El 14 de agosto de 2025, se reportó el supuesto secuestro del pequeño Emmanuel Haro, de apenas siete meses, en Yucaipa, California. Su madre, Rebecca Haro, afirmó haber sido atacada mientras cambiaba el pañal del bebé frente a una tienda. Alegó que, al recuperar la conciencia, Emmanuel ya no estaba.
Sin embargo, los detectives de la Oficina del Sheriff de San Bernardino encontraron fallas en su testimonio. Días después, los padres fueron arrestados y acusados de homicidio. Jake Haro, el padre del menor, terminó confesando y se declaró culpable de asesinato en segundo grado y asalto a un menor de 8 años que resultó en muerte o estado comatoso.
Lo más desgarrador del caso es que los restos de Emmanuel aún no han sido encontrados. Y lo más perturbador: Jake Haro ya tenía antecedentes por abuso infantil. En 2018, fue condenado por causar fracturas en el cráneo y costillas, así como una hemorragia cerebral, a otra de sus hijas. Pero solo recibió 180 días de arresto domiciliario y libertad condicional.
“Fallamos como sistema”, dijo el fiscal del condado de Riverside, Mike Hestrin. “Este niño no tuvo oportunidad.”
2. Nnakai Pratt: De secuestro falso a brutal homicidio
En Riverdale, Georgia, Antonio Pearce denunció que su hijo Nnakai Pratt, de seis meses, había sido secuestrado durante un presunto robo armado. Según Pearce, dos hombres le robaron $6,500 dólares, tres libras de marihuana y al bebé.
El relato pronto fue desmentido por la policía. Detectives encontraron inconsistencias en su historia y hallaron el cuerpo de Nnakai envuelto en una bolsa de basura en el patio trasero de una casa cercana al supuesto escenario del crimen. La autopsia reveló que el niño había muerto por traumatismo craneoencefálico.
Antonio Pearce fue acusado de múltiples delitos: asesinato, encubrimiento de una muerte, manipulación de evidencia, crueldad hacia un niño, falsedad en una denuncia y violencia familiar. La madre del bebé, Necolette Pratt, también fue arrestada por crueldad infantil y participar en el encubrimiento. Se descubrió que Pratt había dicho a los investigadores que Pearce había sacudido violentamente al bebé en ocasiones anteriores.
Nnakai tenía una hermana gemela, ahora bajo custodia estatal.
3. Una década de espera por justicia: ataques en Nueva York
El caso más antiguo de esta serie involucra a Michael Benjamin, de 57 años, extraditado recientemente a Nueva York tras años de búsqueda. Aunque su delito no es filicidio, comparte el gravísimo patrón de violencia extrema.
Benjamin fue vinculado, a través de una muestra de ADN obtenida de un vaso desechado en una oficina del sheriff en Georgia, con cinco agresiones sexuales ocurridas entre 1995 y 1997 en Queens. Las víctimas, todas mujeres, fueron atacadas mientras dormían, luego de que el agresor entrara por la ventana. En uno de los casos, una mujer fue violada dos veces en incidentes diferentes.
El ADN recuperado en su momento fue clave para reabrir este conjunto de casos catalogados como “cold cases”. La fiscal del Distrito de Queens, Melinda Katz, expresó: “Nunca es demasiado tarde para la justicia”.
Las cifras detrás de la tragedia: ¿cuántos niños mueren a manos de sus padres en EE.UU.?
Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) de EE.UU., aproximadamente 1,750 niños murieron por maltrato en 2021. De ellos:
- El 78% fueron víctimas de abuso perpetrado por uno o ambos padres.
- El 45% de los casos fueron atribuibles solo a la madre.
- El 29% solo al padre.
- El 16% restante fueron combinados o con otros cuidadores.
Estas cifras inquietantes exigen reformas estructurales: prevención eficaz del abuso infantil, seguimiento riguroso de casos con antecedentes, y cooperación entre organismos judiciales, educativos y médicos.
Red de protección fallida: ¿quién vigila a quienes deben cuidar?
Uno de los factores más trágicos en estos casos es la aparente falla institucional en identificar y actuar ante patrones previos de abuso. En el caso Haro, los antecedentes eran evidentes. En el caso Pearce-Pratt, los comportamientos sospechosos estaban dentro del círculo cercano. Y en el caso Benjamin, las víctimas esperaron más de veinte años para obtener justicia.
Cada uno de estos horrores tituló noticieros y estremeció a comunidades, pero son apenas una porción visible de una crisis mayor: la violencia doméstica y la negligencia hacia los más vulnerables. Muchos niños mueren en silencio, lejos de las cámaras. Según el National Children’s Alliance, solo 1 de cada 10 casos de abuso infantil extremo ocurre sin señales previas.
¿Qué puede hacerse?
Expertos en prevención infantil y derecho familiar recomiendan varias estrategias para combatir esta epidemia silenciosa:
- Mayor inversión en servicios sociales especializados en intervención temprana.
- Programas obligatorios de parentalidad para individuos con historiales de violencia.
- Revisión y actualización de leyes de custodia y protección para proteger mejor a menores en riesgo.
- Adopción de tecnología predictiva basada en IA para ayudar a detectar casos de riesgo antes de que se conviertan en tragedia.
Y sobre todo, urge una transformación cultural que busque desmontar el estigma: denunciar el abuso no es traicionar a la familia, es proteger a quienes más lo necesitan.
Un clamor por justicia que exige acción
Las historias de Emmanuel, Nnakai y las víctimas de Benjamin reflejan un grito urgente de justicia, no solo en tribunales, sino en la conciencia institucional y social. No se trata de anécdotas horribles para el archivo policial. Son señales de un sistema que no puede seguir ignorando los signos de alarma, de una sociedad que debe mirar más allá de las fachadas y ofrecer protección real y preventiva.
Porque en cada niño no escuchado, en cada abuso desatendido, se gesta una tragedia que podríamos evitar si tan solo escucháramos más fuerte los silencios.