Jafar Panahi: El cine como acto de resistencia bajo represión
El aclamado director iraní desafía a su gobierno con cada película, usando su cámara como arma de libertad en medio de la censura, la prisión y el exilio interno
El cine como forma de supervivencia
En los últimos 20 años, el nombre de Jafar Panahi se ha convertido en sinónimo de resistencia cultural. Este cineasta iraní ha moldeado una carrera extraordinaria contra todos los obstáculos imaginables: prohibiciones gubernamentales, detenciones arbitrarias, censura sistemática y la constante vigilancia de las autoridades de su país. Sin embargo, ha seguido filmando.
“Mi problema era que me dijeron que no hiciera películas. Tenía que hacer películas”, afirma Panahi con una claridad devastadora. Su última obra, ‘It Was Just an Accident’ (2024), marca un nuevo capítulo en esta lucha, rodada en secreto y nutrida de relatos reales de compañeros de celda durante su encarcelamiento en la infame prisión de Evin.
Una vida marcada por la represión
Desde su arresto en 2009 por apoyar las protestas del Movimiento Verde en Irán hasta su condena a 20 años sin filmar, Panahi ha sido blanco del aparato estatal iraní. Le prohibieron hacer cine, viajar o participar en festivales de cine.
Sin embargo, en medio del encierro, surgieron filmes como ‘This Is Not a Film’ (2011), rodado en su sala con un iPhone, y ‘Taxi’ (2015), donde él mismo conduce un taxi por Teherán mientras filma conversaciones clandestinas.
“Busqué soluciones y las encontré”, explica Panahi. En sus propias palabras: “Soy cineasta. Tengo que hacer películas. Y es mi derecho hacerlas.”
‘It Was Just an Accident’: cine entre rejas
Este thriller oscuro, pero profundamente humano, narra la historia de un ex prisionero que cree reconocer a su torturador en las calles de Teherán. Como fue interrogado con los ojos vendados —tal como le ocurrió a Panahi— no está seguro. Lo secuestra y consulta con otros ex prisioneros sobre qué decisión tomar.
La película fue grabada después de su huelga de hambre que finalmente logró su liberación en 2023. Durante el rodaje, el equipo fue detenido por fuerzas del orden en una filmación nocturna, una constante para Panahi, que ha tenido que dirigir escenas en remoto o mudarse de locación casi a diario.
En este filme, varias actrices aparecen sin el hiyab, desafiando directamente las leyes iraníes que imponen el velo obligatorio a las mujeres. Esta valentía entronca con las protestas de 2022 tras la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años arrestada por violar el código de vestimenta.
Reivindicación y reconocimiento internacional
La lucha de Panahi ha sido reconocida y celebrada globalmente. En el Festival de Cannes, donde ganó la Palma de Oro, pronunció un discurso memorable: “Nadie debe atreverse a decirnos qué ropa debemos usar, qué debemos hacer o no hacer. El cine es una sociedad.”
Y, por primera vez en casi dos décadas, Panahi pudo viajar con su película. Estuvo presente en el Festival de Nueva York, donde fue felicitado por Martin Scorsese, quien lo calificó como “uno de los cineastas más importantes del siglo XXI”.
No obstante, cuando se trató del Oscar, Irán se negó a nominar su película por razones ideológicas. Fue Francia, coproductora del filme, quien dio el paso y postuló ‘It Was Just an Accident’ como su candidata oficial al Mejor Filme Internacional.
Entre el exilio y la patria: una decisión consciente
En contraste con otros disidentes iraníes como Mohammad Rasoulof, quien huyó a pie del país en 2023, Panahi tomó una postura firme: “Amo a mi país y la vida del emigrante no es para mí”. Volvió a Irán tras su éxito en Cannes, lo que causó reacciones encontradas: felicidad para muchos ciudadanos, hostilidad para las autoridades.
Jafar Panahi nunca se ha considerado héroe ni mártir: “No he creado la oscuridad. La oscuridad ya existe. Mi labor es mostrarla”.
Un cine al margen del poder
Panahi también ha denunciado cómo los gobiernos condicionan el acceso a ciertas plataformas como los Premios Oscar. La Academia de Hollywood exige que cada país postule a sus propios filmes en la categoría de Mejor Película Internacional. Esto entrega el poder a regímenes autoritarios sobre cineastas independientes.
“Cuando se trata de Cannes o Venecia, no hay problema, pero para los Oscar, tenemos que ir a rogar a nuestros gobiernos”, se queja Panahi.
Su origen, su ética, su cámara
Nacido en 1960, Panahi vio por primera vez a través de una cámara a los 10 años. Compró la suya con ahorros de niñez y, desde entonces, apunta su lente hacia la vida cotidiana de los iraníes comunes. Si bien otros se interesaban en paisajes, él prefería las calles y las personas. “Nunca quise filmar otra cosa que no fuera la sociedad”, recuerda.
Y eso hace: retrata lo invisible, lo silenciado, lo reprimido. Su cine no es propaganda ni panfleto, sino herramienta para explorar la verdad: “No quiero dar lecciones morales, sólo sembrar preguntas”, nos dice.
El cine como libertad, el cuerpo como territorio político
Su obra pone en evidencia otra gran contradicción: mientras algunos países europeos como Portugal impulsan leyes que prohíben el uso del velo —como el nuevo proyecto de ley promovido por el partido ultra Chega— bajo la premisa de defender la libertad de las mujeres, Panahi denuncia cómo su país lo utiliza para vigilarlas y reprimirlas.
La complejidad del relato femenino no se resuelve con prohibiciones unilaterales. El cine de Panahi nos recuerda que el cuerpo es un campo de batalla ideológico y que la libertad no puede ser impuesta, sino conquistada desde el individuo, desde el arte y desde la consciencia colectiva.
Una silla vacía que ya no lo estará
Durante años, festivales alrededor del mundo dejaban una silla vacía con su nombre, esperando algún día recibir al maestro. Ahora, esa silla vuelve a ocuparse. Panahi sonríe, no como un guerrero que ha vencido, sino como un testigo que aún insiste en mirar.
“No se puede obligar a un cineasta a dejar de filmar, porque filmar es respirar para nosotros”.