Central nuclear de Zaporiyia: entre la guerra, el riesgo y la fragilidad del sistema energético ucraniano
Mientras Ucrania y Rusia continúan con sus ofensivas, la planta nuclear más grande de Europa sobrevive entre generadores de emergencia, temor a catástrofes y diplomacia agónica.
En medio de una guerra que parece no tener fin, la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, se mantiene como un símbolo tanto de la fragilidad como de la resistencia del sistema energético ucraniano. Desde que fue tomada por fuerzas rusas en los primeros días de la invasión a gran escala, esta planta ha estado en un estado de alerta constante, marcada por caídas recurrentes de energía, riesgos nucleares latentes y tensiones diplomáticas que rara vez encuentran descanso.
Una planta sitiada y dependiente de generadores
Desde el 23 de septiembre, la planta operaba con generadores diésel de emergencia debido a que su última línea de alimentación externa fue destruida. Según la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), esta situación se prolongó durante cuatro semanas, poniendo en riesgo la estabilidad de los seis reactores apagados que requieren refrigeración constante para evitar una catástrofe nuclear.
Rafael Grossi, director de la AIEA, expresó su alivio por el inicio de las reparaciones: “La restauración del suministro eléctrico externo es crucial para la seguridad y la protección nucleares”. Esta restauración fue posible luego de que tanto fuerzas rusas como ucranianas acordaran zonas especiales de alto el fuego para permitir que se llevaran a cabo los trabajos, una rara muestra de cooperación mínima en medio de un conflicto devastador.
42 apagones en menos de dos años
Desde el inicio de la invasión rusa a gran escala en febrero de 2022, la planta ha perdido la conexión con la red eléctrica ucraniana 42 veces. La ministra ucraniana de Energía, Svitlana Grynchuk, enfatizó la importancia de estos trabajos: “La operación estable y la conexión con la red nacional es esencial para evitar un accidente nuclear”.
Aunque los reactores están actualmente cerrados, siguen generando calor y necesitan sistemas de enfriamiento activos. Sin electricidad, las bombas de enfriamiento no pueden funcionar, lo que podría conducir a una catástrofe similar a la de Fukushima en Japón (2011), donde precisamente una interrupción eléctrica desencadenó el colapso de los sistemas de refrigeración del reactor.
Una planta en tierra de nadie
La localización de Zaporiyia complica aún más la cuestión. Aunque se encuentra en territorio ucraniano, desde marzo de 2022 está bajo control de las fuerzas rusas. Por tanto, cualquier intento técnico o diplomático de restaurar su funcionamiento, reparar sus sistemas o simplemente entrar en ella para controlar condiciones de seguridad exige no sólo coordinación internacional, sino consensos que rara vez se logran.
La planta ha sido utilizada también como un elemento de propaganda, con ambas partes acusándose mutuamente de ataques e irresponsabilidad. En varios momentos, Rusia ha insinuado que Ucrania estaba preparando un atentado dentro de la planta, mientras que Ucrania y países aliados han señalado a Rusia como responsable del riesgo nuclear creciente en la región.
El papel clave de la AIEA
La AIEA ha estado presente en el lugar de forma permanente desde septiembre de 2022, con pequeños equipos de especialistas que rotan periódicamente. Rafael Grossi ha dicho en múltiples ocasiones que se requiere una protección mayor y un enfoque desmilitarizado para garantizar la neutralidad y seguridad de la planta. Sin embargo, las propuestas para convertir la central en una zona desmilitarizada aún no han encontrado respuesta favorable por parte de Moscú.
En palabras de Grossi: “El hecho de que una planta nuclear esté ubicada literalmente en una zona de guerra activa es inaceptable y debemos encontrar una solución internacional sostenida”.
El peligro de normalizar el riesgo
La situación prolongada de operaciones con generadores alimentados por diésel plantea no solo un problema técnico, sino también psicológico. Se corre el riesgo de normalizar un estado de alerta nuclear constante, y dejar que la proximidad al desastre desensibilice a los responsables políticos e incluso a las audiencias internacionales.
Según The World Nuclear Association, una central como Zaporiyia consume aproximadamente 100.000 litros de diésel cada día para mantener sus sistemas de refrigeración. Las reservas de combustible son limitadas y no están garantizadas bajo condiciones de guerra activa.
Mientras tanto, los drones siguen cayendo
La reparación de la línea de energía se dio en un contexto aún más sombrío: la continuación de la ofensiva aérea rusa sobre territorio ucraniano. Durante la misma jornada, el Ministerio de Defensa de Ucrania reportó el derribo de 136 drones Shahed de fabricación iraní, en una noche de ataques que alcanzó un total de 164 vehículos aéreos no tripulados y 3 misiles.
En Sumy, al noreste, dos mujeres resultaron heridas cuando un dron impactó en una estación de gasolina. Mientras tanto, Rusia sostuvo que había derribado 41 drones ucranianos dirigidos a su propio territorio.
Con ataques aéreos diarios y constantes apagones por sabotajes o bombardeos, el sistema energético ucraniano está sometido a una presión sin precedentes. A eso se suma el invierno inminente, que multiplica la necesidad de infraestructura energética estable.
Zaporiyia como rehén geoestratégico
La planta no es sólo una cuestión técnica o ambiental: se ha convertido en una ficha geopolítica. Controlar Zaporiyia significa tener en las manos buena parte del nervio energético del sureste de Ucrania. Además, su destrucción o accidente sería una mancha inborrable en la historia moderna, comparable con Chernóbil (1986).
No es casual que la planta haya concentrado tanto interés internacional. La posibilidad de un nuevo desastre nuclear en Europa moviliza a organismos de todo el mundo. En marzo de 2022, cuando las fuerzas rusas la capturaron, muchas instituciones científicas alertaron sobre los peligros de cualquier enfrentamiento armado cerca de reactores nucleares. La presión sobre los operadores ucranianos que aún trabajan en la planta bajo vigilancia militar rusa ha sido denunciada en múltiples ocasiones por ONGs internacionales, incluyendo Human Rights Watch.
¿Qué podemos aprender de Zaporiyia?
- La infraestructura crítica no debe convertirse en objetivo militar.
- La energía nuclear sigue siendo extremadamente vulnerable ante conflictos armados.
- La cooperación internacional, aunque mínima, puede salvar vidas, como lo demuestra la pausa pactada para permitir las reparaciones.
- La atención mediática disminuye con el tiempo, pero el riesgo permanece constante.
Si bien es alentador ver que los trabajos de reparación están en marcha, el mero hecho de que sea necesario instalar “zonas de alto el fuego” para mantener operativa una planta nuclear indica lo precaria que es la situación. Como ha señalado repetidamente la AIEA, una planta nuclear no debería ser rehén de la guerra.
Mientras se repara el cableado, el tiempo sigue corriendo hacia una posible tragedia. Y eso, en el mundo post-Chernóbil, debería ser inaceptable para todos.