Rodrigo Paz y la Revolución Centrista en Bolivia: ¿Cambio Real o Más de lo Mismo?
Tras dos décadas de dominio socialista y en plena crisis económica, Bolivia gira hacia el centrismo liberal de Rodrigo Paz. ¿Marcará este cambio una transformación profunda o es solo un nuevo matiz del viejo sistema?
Un terremoto electoral en los Andes
El pasado agosto, Bolivia vivió uno de los momentos más trascendentales de su historia política reciente. Rodrigo Paz, senador centrista y casi desconocido para el gran público, se impuso en las elecciones presidenciales con un 54.5% de los votos, venciendo al exmandatario derechista Jorge “Tuto” Quiroga, quien obtuvo el 45.5%. Las cifras preliminares fueron contundentes, y el Tribunal Supremo Electoral no tardó en calificar la tendencia como “irreversible”.
Se trata del primer líder no-socialista en llegar al poder desde 2005, año en que Evo Morales, con su Movimiento al Socialismo (MAS), irrumpió en la política latinoamericana como el primer presidente indígena de Bolivia y símbolo de los gobiernos de izquierdas que se consolidaron en la región durante esa década. La victoria de Paz representa una ruptura con una era política marcada por el fuerte intervencionismo estatal, los subsidios a gran escala y una cosmovisión progresista centrada en la redistribución de la riqueza y la industrialización interna.
Una fórmula inesperada: el tecnócrata y el tiktoker
Rodrigo Paz no llegó solo. Su fórmula vicepresidencial la integró Edman Lara, un excapitán de policía sin carrera política previa, que alcanzó notoriedad en TikTok tras denunciar actos de corrupción dentro de la Policía Boliviana. Lara se convirtió en un fenómeno viral, captando el respaldo de los sectores más marginados y de antiguos votantes del MAS que se sentían traicionados por la dirección actual del partido.
“Es tiempo de unirnos, de reconciliarnos. Las divisiones políticas han terminado”, dijo Lara tras proclamarse la victoria. A pesar de algunas tensiones con Paz durante la campaña —en parte por sus promesas de Renta Universal para mujeres y el aumento a jubilaciones, consideradas incongruentes con el plan de ajuste fiscal—, la dupla demostró ser estratégica: combinaron experiencia tecnocrática con conexión humana.
El desafío económico: ¿una bomba de tiempo?
Rodrigo Paz promete una reestructuración económica prudente pero ambiciosa. Las siguientes medidas están dentro de su plan de acción:
- Eliminar gradualmente el tipo de cambio fijo del boliviano.
- Acabar con los subsidios al combustible, que representan más del 3% del PIB, según datos del Banco Central boliviano (2023).
- Reducir la inversión pública improductiva.
- Luchar contra la corrupción para recuperar confianza en el sistema financiero.
- Evitar recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) como vía de financiamiento externo.
El desafío es mayúsculo. Bolivia enfrenta una inflación interanual del 23% (la más alta desde 1991), severas colas para conseguir combustible, y una escasez de divisas que ha dejado a miles sin acceso efectivo a sus ahorros en dólares.
Paz ofrece en su lugar atraer capital repatriado desde el colchón familiar hasta las arcas bancarias, un objetivo ambicioso pero incierto. “Tenemos que generar confianza. Bolivia no necesita recetas impuestas, sino soluciones nuestras”, afirmó en una entrevista reciente.
¿Neoliberalismo disfrazado o socialismo con mercado?
Aunque Paz insiste en mantener programas sociales clave para los más vulnerables, su uso del término “capitalismo para todos” ha generado escepticismo. Algunos críticos lo acusan de esconder bajo ese eslógan un giro neoliberal tradicional. Sin embargo, hay diferencias clave respecto a figuras como Quiroga, quien defendía una salida ortodoxa basada en ajustes inmediatos y una alianza estrecha con el FMI.
“Con Paz hay una exploración de un modelo híbrido. No estamos abandonando lo social, estamos redibujando el rol del Estado para que sea más eficiente”, opinó Verónica Rocha, analista política boliviana.
Del ocaso del MAS a la incertidumbre del mañana
La derrota del Movimiento al Socialismo (MAS) no ocurrió de forma espontánea. El partido, fundado por Evo Morales, enfrentó divisiones internas, desgaste por casi dos décadas en el poder y una gestión económica criticada ampliamente desde 2019. La escasez de combustible, el colapso del tipo de cambio paralelo y la incapacidad de importar diésel en 2023-2024 fueron síntomas de una crisis estructural que la dirigencia fue incapaz de frenar.
“Estamos cansados. Queremos que todo vuelva como era al principio con Evo, cuando había plata. Pero sin tanta corrupción y sin que te digan qué puedes vender”, dijo Wendy Cornejo, comerciante de 38 años, en el centro de La Paz.
Representación de las mayorías olvidadas
Lo interesante del fenómeno Paz no fue solo su capacidad de arrastre electoral, sino su conquista de territorios tradicionalmente dominados por la izquierda: las regiones rurales, el altiplano, Cochabamba, e incluso parte del cinturón cocalero. Esto se explica, en parte, por propuestas que conectaron con el día a día de las familias bolivianas.
Mientras Quiroga fue respaldado por la élite empresarial de Santa Cruz y otras zonas del oriente —con énfasis en una economía agroindustrial exportadora—, Paz logró reunir a los marginados, los emprendedores informales, los pequeños comerciantes y sectores religiosos con propuestas centradas en valores familiares, lucha contra la inseguridad y apoyo al microcrédito.
Una herencia compleja, un mandato desafiante
Rodrigo Paz ha anunciado que buscará restablecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos —suspendidas desde que Evo Morales expulsara al embajador estadounidense en 2008 y a la DEA en 2009. La respuesta fue inmediata: el Departamento de Estado expresó su disposición para retomar vínculos, promover el crecimiento del sector privado y cooperar en seguridad internacional.
Pero no todo será diplomacia y promesas. El verdadero poder de Paz dependerá de su habilidad para negociar con un Congreso aún fragmentado, con liderazgos regionales y locales acostumbrados al clientelismo y a la dependencia del Estado central. Además, los primeros meses de su mandato —que inicia el 8 de noviembre— coincidirán con el cierre fiscal y el aumento del gasto social esperado por fin de año. Malas decisiones pueden desatar una tormenta política y un estallido social como el que acabó con el intento de Evo Morales de eliminar los subsidios a la gasolina en 2011.
¿Nace una nueva Bolivia?
Aunque Paz pertenece a una familia política tradicional —es hijo del expresidente Jaime Paz Zamora (1989-1993)—, su ascenso parece marcar una nueva etapa. Desde la periferia al centro del poder, su llegada recuerda las contradicciones de todo cambio: necesita conservar algo de lo viejo, mientras promete generar algo radicalmente nuevo.
El país mira ahora hacia el futuro con esperanza, pero también con escepticismo. La gran pregunta es si Rodrigo Paz podrá ser el arquitecto de una renovación progresista desde el centrismo o si quedará atrapado entre los límites del pragmatismo y el peso de las expectativas.
“La gente está cansada de promesas, quiere resultados”, dijo Lara en un discurso reciente. Y ese es, quizá, el mayor compromiso que el nuevo presidente debe cumplir.
Bolivia se encuentra ante una encrucijada histórica. La victoria de Paz podría significar el inicio de una transición hacia un modelo más equitativo, mixto, y orientado al crecimiento con responsabilidad. Pero como enseña la propia historia del país, los márgenes de error son estrechos y la paciencia popular es limitada. El reloj ya ha comenzado a correr.