¿Y si ya nada importa? La política en la era del escándalo permanente
Analizamos el impacto de controversias personales en candidatos como Graham Platner y Jay Jones, y cómo la política moderna parece haber normalizado lo que antes era impensable
El nuevo estándar de la política estadounidense
En la política estadounidense del siglo XXI, cada campaña electoral parece más un combate de gladiadores que un debate de ideas. Las revelaciones que antes sentenciaban irreversiblemente una carrera política ahora apenas provocan una disculpa en redes sociales. Desde la irrupción de Donald Trump en la escena política, se ha instaurado una especie de nuevo manual de supervivencia electoral: resistir, negar, minimizar y avanzar. La reciente controversia en torno a Graham Platner, candidato demócrata al Senado por Maine, es sólo el último episodio de esta estrategia.
¿Un símbolo nazi como tatuaje?
Platner admitió públicamente que lleva tatuado en el pecho un símbolo que, según la Liga Antidifamación (ADL por sus siglas en inglés), sería un Totenkopf nazi, símbolo utilizado por la unidad paramilitar Schutzstaffel (SS) de Adolf Hitler. Esta unidad fue directamente responsable por innumerables atrocidades durante el Holocausto.
El candidato argumentó que se trató de una noche de borrachera en Kosovo, cuando estaba desplegado con los Marines, y eligió, junto a sus compañeros, un diseño "aterrador" de una calavera y tibias simplemente porque "eso hacen los Marines". Pero, especialistas en antisemitismo y derechos humanos consideran preocupante que alguien pretenda representar a un estado en el Senado con semejante marca en su cuerpo.
Oren Segal, vicepresidente de la ADL, comentó: “A veces las personas se tatúan sin comprender las asociaciones de odio, pero quien lo porta debe ser preguntado si repudia su significado”.
No sólo es un tatuaje
Platner ha sido también criticado por numerosos mensajes publicados entre 2013 y 2021. En ellos, trivializaba las agresiones sexuales en el ejército, criticaba a personas afroamericanas por sus hábitos de propinas, descalificaba a policías y satirizaba a residentes rurales. En su defensa, Platner subió un video a redes sociales diciendo: “Veo a alguien que ya no reconozco”, intentando desvincularse de esos pensamientos pasados.
El senador Bernie Sanders, uno de los baluartes de la izquierda progresista, mantiene su apoyo a Platner, calificándolo como “un excelente candidato”. Esto ilustra lo mucho que ha cambiado el umbral de tolerancia política en los últimos años.
Jay Jones y la violencia verbal como estrategia política
El caso de Jay Jones, nominado demócrata a fiscal general en Virginia, representa otro ejemplo alarmante. A pesar de que se filtraron textos en los que sugería que un político rival debía recibir “dos balas en la cabeza”, Jones decidió continuar en la contienda, respaldando su decisión en el principio de dejar que “el elector decida”.
Su retórica escaló aún más tras un debate televisado donde hizo referencia a los disturbios del 6 de enero de 2021, incitados por el entonces presidente Trump, para defender su permanencia en la carrera. ¿Justifica una injusticia otra injusticia? Los analistas se lo preguntan con creciente inquietud.
El antecedente Trump: antesala de la normalización
Desde sus comentarios vulgares en Access Hollywood, pasando por las declaraciones ante la violencia de Charlottesville, hasta su reciente reelección luego de ser condenado por 34 cargos criminales, Donald Trump ha establecido un nuevo precedente electoral: la controversia no significa derrota.
El politólogo Todd Belt lo resume así: “Si los republicanos pueden ignorar llamados a retirarse, ¿por qué no los demócratas?” Esta postura refleja un cambio radical en la política estadounidense, en donde la rendición de cuentas ha pasado a un segundo o tercer plano detrás del espectáculo y la resistencia mediática.
Reacciones públicas y polarización mediática
En las redes sociales, algunos usuarios respaldan a Platner y Jones, alegando que sus errores fueron cometidos hace años y son parte de un proceso de crecimiento personal. Otros los acusan de hipocresía, sobre todo cuando sus partidos se erigen como los defensores de la ética y los derechos humanos.
Los medios conservadores han explotado estas controversias como prueba de una presunta “doble moral” demócrata. Por su parte, los portales liberales tratan de matizar las acciones, enfocándose en las explicaciones dadas y elevando a la categoría de “ejemplos del cambio personal” lo que muchos consideran señales preocupantes de juicio ético deficiente.
¿Hasta dónde puede llegar esta tolerancia?
Mientras Platner continúa su campaña pese a las renuncias dentro de su equipo —incluyendo su jefa de campaña Genevieve L. McDonald, quien lo acusó de conocer el origen del tatuaje—, y Jones espera el veredicto popular el 4 de noviembre, queda una pregunta en el aire: ¿Dónde trazamos la línea moral?
La política estadounidense ha ingresado a una etapa donde el pasado de un candidato puede no representar un obstáculo definitivo. Lo que antes habría causado una dimisión inmediata ahora se enfrenta con videos bien editados en TikTok o entrevistas en podcasts leyendo una narrativa de redención personal.
Según una encuesta de Pew Research Center de 2024, un 63% de los votantes considera que “al menos un grado de controversia personal” es esperable en políticos contemporáneos, y un 48% no cree que incidentes pasados deban descalificar automáticamente a un candidato.
¿Quién decide el estándar moral?
En última instancia, el veredicto corresponde a los electores. Pero cuando la conversación cívica gira más en torno a tatuajes, insultos o virales que en planes de gobierno, presupuestos o legislación, la democracia se torna espectáculo. Y cuando el espectáculo se impone, las consecuencias reales las pagan los ciudadanos.
Desde afirmaciones incendiarias a tatuajes comprometidos, la moral política ya no responde al espejo del pasado, sino a la lente de supervivencia mediática. Y mientras frases como “no soy un nazi” se dicen frente a cámaras prácticamente sin consecuencias, lo que en realidad está en juego no es la carrera de un político, sino la dignidad misma del cargo que pretende ocupar.
¿Redención o pragmatismo político?
El electorado moderno se debate entre dos narrativas: la del perdón político y la de la integridad imposible. Si toda figura pública ha dicho o hecho algo polémico, ¿debemos aceptar esto como nuevo estándar o deberíamos aspirar a algo mejor?
No se trata de negar el derecho humano a cambiar o madurar. Se trata de cuándo, cómo y por qué se asume responsabilidad. ¿Piden perdón porque lo sienten o porque les conviene? ¿Cambian porque evolucionan o porque compiten?
Mientras tanto, los casos de Graham Platner y Jay Jones son pruebas vivientes del terreno movedizo de la ética electoral contemporánea. Y como en tantas otras ocasiones, el veredicto final no vendrá de una corte ni de un periodista, sino de las urnas.