Entre ramas de olivo y oración: La cosecha sagrada en el Monte de los Olivos

Un recorrido espiritual y simbólico por el corazón de Jerusalén, donde monjas, monjes y voluntarios transforman el trabajo del campo en bendición divina.

Un oasis de fe sobre Jerusalén

En lo alto del Monte de los Olivos, una tradición milenaria continúa viva: la recogida de aceitunas a mano entre rezos, contemplación y la esperanza de tiempos de paz. Este lugar sagrado, cargado de historia y simbolismo, se convierte cada octubre en un punto de encuentro espiritual para comunidades religiosas que ven en el acto agrícola una prolongación de su fe.

Allí, donde según los Evangelios Jesús pasó su última noche antes de ser arrestado, los árboles de olivo centenarios siguen brotando frutos bajo la mirada de sacerdotes franciscanos, monjas benedictinas y voluntarios de distintas partes del mundo. A pesar de estar en una región azotada por conflictos, este año la cosecha se desarrolló bajo un tenue halo de esperanza tras la firma de un acuerdo de alto al fuego entre Israel y Hamas – una tregua tan frágil como significativa.

Olivos: raíces antiguas, fruto eterno

Los olivos no son apenas una parte del paisaje; son símbolos vivos de una tierra sagrada. Crecen desde hace milenios en estas áridas laderas, dando aceite no solo para alimentar, sino también para rituales religiosos. En el cristianismo, el aceite de oliva consagrado es utilizado en la unción de los enfermos, el bautismo y la consagración de altares.

El nombre mismo de Getsemaní proviene de la antigua palabra aramea Gat Shemanin, que significa prensa de aceite. Hoy, una moderna prensa instalada en el convento franciscano devuelve al lugar su función original bajo una nueva luz espiritual.

La cosecha como oración viva

El padre Diego Dalla Gassa, franciscano encargado de la cosecha en la ermita contigua a Getsemaní, describe esta labor no como un trabajo agrícola, sino como una forma de oración. Vestido informalmente para la faena —con camiseta, pantalones cortos y un crucifijo hecho de madera de olivo colgado del cuello—, coordina a los voluntarios que cada mañana recogen con mimo las aceitunas, usando pequeños rastrillos y sus propias manos.

El aceite extraído se utiliza en la cocina de los conventos, en lámparas votivas, y se bendice para los sacramentos. “Ser custodio de los lugares sagrados no significa solo protegerlos, sino vivirlos espiritual y físicamente”, afirma el padre Dalla Gassa. “Son estos sitios santos los que, en realidad, nos custodian a nosotros.”

Un retiro entre ramas y animales

Mientras tanto, en el convento benedictino cercano, la hermana Marie Benedicte sonríe mientras acaricia a «Petit Chat», el gatito adoptado del claustro. “Es fácil orar mientras se recolecta. La naturaleza es tan hermosa que todo se convierte en un tiempo de retiro”, expresa. Esta monja francesa lleva más de veinte años viviendo en el monasterio, construido a finales del siglo XIX.

Allí viven solo seis monjas, cuyo día comienza antes del alba y transita en un ciclo de dieciséis horas entre oración, jardinería y tareas domésticas. La hermana Colomba, de Filipinas, supervisa que nunca falte aceite en las lámparas que iluminan el tabernáculo. “Es muy tranquilo y sencillo aquí”, dice con una paz que trasciende las palabras.

La humildad de cada oliva

La cosecha de estos árboles —algunos de más de 900 años— se convierte en una lección de humildad. “Cuando recolectamos aceitunas, reconocemos cómo nosotros también somos recolectados. Dios busca hasta la última oliva, incluso la que cuesta alcanzar”, reflexiona Dalla Gassa.

El simbolismo es tan firme como las raíces de los árboles. Al apretar una aceituna con los dedos, el sacerdote recuerda: “La oliva sólo es buena cuando es prensada. Lo mismo ocurre con nosotros: el sacrificio revela nuestra esencia”.

Una frágil cosecha en tiempos de sequía

Este año, sin embargo, el rendimiento de la cosecha ha sido escaso. Las sequías intensas y los fuertes vientos primaverales mermaron la floración, lo cual se ha traducido en menos frutos. Aun así, algunas congregaciones envían sus aceitunas a otras instalaciones, como la Abadía de Latrún, para procesarlas.

El hermano Athanase, trapense de Latrún, explica que aunque la venta de aceite y vino ayuda a sostener económicamente a los religiosos, su objetivo último es la devoción. “Repetir gestos simples como prensar, permite hacernos disponibles a Cristo por completo. Es una vida que se recibe con gracia”.

Entre conflictos y resiliencia

No se puede hablar del Monte de los Olivos sin tocar la tensión geopolítica que lo rodea. Situado en el Este de Jerusalén, zona anexada por Israel tras la guerra de 1967, este sitio ha sido foco de disputas entre israelíes y palestinos. Las plantaciones de olivo, en particular, han sido blanco de vandalismo y fuente de tensiones por derechos territoriales.

No obstante, las congregaciones cristianas mantienen su actividad con tenacidad. No venden el aceite comercialmente. Lo guardan para sus necesidades litúrgicas y culinarias, reforzando la idea de que esta cosecha es una expresión de fe antes que una operación agrícola.

Testimonios desde la espiritualidad

La espiritualidad del lugar también cautiva a los voluntarios. Ilana Peer-Goldin, israelí y residente de Jerusalén, ayuda con la recolección. Practicante de disciplinas judías, católicas y budistas, considera el jardín “sagrado, con una fuerza espiritual palpable”.

Teresa Penta, procedente de Puglia —una de las regiones olivareras más prolíficas de Italia—, lleva ya más de una década en la ermita. “Este sitio tiene un encanto eterno”, declara. Para ella, la incorporación de una prensa moderna ha sido un acto de restauración simbólica. “De alguna forma, devolvimos a Getsemaní su rol ancestral”.

Un mensaje universal de esperanza

Desde tiempos bíblicos, la rama de olivo ha simbolizado la paz. Según el Génesis, una paloma la llevó al arca de Noé anunciando el fin del diluvio. Hoy, en las colinas de Jerusalén, ese símbolo cobra vida entre manos orantes, cánticos en diferentes lenguas y el crujir de hojas antiguas que susurran resiliencia.

En medio de guerras, divisiones religiosas y sequías, las aceitunas siguen cayendo cada octubre. No es solo una señal de continuidad: es, sobre todo, una promesa renovada. Entre la tierra y el cielo, entre lo cotidiano y lo divino, la cosecha de olivas en el Monte de los Olivos sigue siendo un testimonio de luz, fe y esperanza en uno de los rincones más sagrados del mundo.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press