Nadie Quiere Esto: ¿Romántica, irreverente o peligrosa? La comedia de Netflix que lanza preguntas incómodas
La serie protagonizada por Kristen Bell y Adam Brody aborda religión, identidad y amor moderno con humor e inteligencia, pero no sin controversia
Una comedia que nadie vio venir
Cuando Netflix estrenó “Nobody Wants This” en 2024, pocos anticipaban su éxito. En sus primeros tres meses, la serie acumuló 57 millones de visualizaciones y se mantuvo por seis semanas en el Top 10 Global de series en inglés de la plataforma. Con una premisa atípica—un rabino reformista hip interpretado por Adam Brody y una agnóstica podcaster con enfoque sexual y de citas encarnada por Kristen Bell—la serie parecía predestinada a polarizar.
Y eso hizo. Por un lado, conquistó corazones por su frescura, diálogos ingeniosos y profundo abordaje del amor intercultural. Por otro, levantó cejas por su representación de ciertos arquetipos judíos, lo que generó debates, artículos de opinión y reflexiones teológicas.
¿Religión como trasfondo o protagonista?
La creadora del show, Erin Foster, ha declarado que su objetivo nunca fue doctrinal: “La religión no es el foco. Es más bien el telón de fondo de una historia de amor”. Sin embargo, al centrar el conflicto romántico en torno a los ritos judíos y la expectativa de conversión, lo religioso se vuelve protagonista—aunque sea involuntario.
Y ese protagonismo no siempre ha sido bien recibido. El rabino Elan Babchuck, vicepresidente ejecutivo del National Jewish Center for Learning and Leadership, afirma: “La serie presenta el judaísmo como una prueba a superar, más que como una tradición a heredar”. Para muchos, esto choca con la manera en que desean ver representada su religión.
La polémica alrededor de los personajes femeninos judíos
Uno de los aspectos más criticados ha sido la caracterización de Esther—cuñada del rabino Noah—y de Bina, su madre. Ambas han sido descritas como controladoras, pasivo agresivas y tradicionalistas, en contraste con Joanne y su hermana Morgan, quienes se muestran desenfadadas, libres y modernas.
En redes sociales y en columnas de opinión, estas caracterizaciones se han señalado como potencialmente antisemitas: alimentan estereotipos sobre mujeres judías como autoritarias o manipuladoras. Naturalmente, esto no pasó desapercibido. Foster lo reconoce: “Nunca fue la intención reforzar estereotipos. Pero entiendo que haya quienes se sintieran así”
Aún así, en la segunda temporada—estrenada en 2025—Foster y su nuevo equipo de showrunners (Jenni Konner y Bruce Eric Kaplan, conocidos por su trabajo en Girls) han intentado matizar a estos personajes. “Bina y Esther evolucionan. Estaba en los planes desde la temporada uno”, asegura Foster.
Un proceso de cocreación responsable
Desde el inicio, el equipo detrás de la serie contó con la asesoría de un rabino que leía todos los guiones y asistía a las salas de escritores. Incluso, Adam Brody solicitó ayuda para mejorar su pronunciación hebrea con la Rabina Nicole Guzik del templo Sinai, donde se filmaron varias escenas.
“Fue dulce y auténtico. Realmente quería representar bien su papel”, recuerda Guzik. Que una serie popular quiera cuidar estos detalles no es menor, más aún considerando las críticas por representación cultural mal gestionada en otras producciones recientes.
¿Una representación imperfecta, pero necesaria?
Desde la perspectiva de líderes religiosos como los rabinos Babchuck o Guzik, la serie es un paso valioso aunque imperfecto. “La representación importa, incluso en formatos con fallas,” afirma Babchuck, quien cambió de opinión tras ver la temporada completa.
Guzik, por su parte, es más contundente: “Es increíble que una serie en Netflix sea tan popular y se atreva a abordar temas como la identidad judía de forma alegre y curiosa. Eso, por sí mismo, es un mérito.”
Adam Brody: un rabino que enciende pasiones
El público se dejó llevar por la interpretación de Brody como rabino Noah. En internet surgieron múltiples artículos sobre el personaje convertido en “sex symbol religioso”, lo cual generó conversaciones sobre la posibilidad de representar figuras religiosas con atractivo físico sin perder el respeto.
“Obviamente, un solo show no puede ni debe representar a toda una civilización”, señaló Brody. Y tiene razón. Pero eso no impide que sirva de catalizador para nuevas conversaciones.
Una serie personal, desde la experiencia real
Foster basó su historia—al menos en parte—en su conversión al judaísmo. Esa vivencia personal otorga un matiz auténtico que se siente en cada episodio. “Joanne no está segura sobre convertirse, y eso le cuesta a Noah un cargo importante en la sinagoga. Eso es ficción, pero nace de mi experiencia con el proceso de conversión”, detalla la guionista.
Ese enfoque subjetivo ha generado críticas, pero también aplausos por mostrar el lado emocional y conflictivo de una decisión como la conversión religiosa, que tantas veces es retratada como una simple sucesión de rituales sin dilemas existenciales.
El poder de lo diverso, incluso en la fricción
“Nobody Wants This” no es la primera serie que enfrenta críticas desde su propia comunidad objetivo. Lo que la distingue es que ha abrazado la crítica y la ha usado como estímulo narrativo.
En la cultura actual del streaming, donde las series suelen ser canceladas tras dos o tres temporadas y enfrentan el reto eterno de la “viralización”, que una comedia romántica religiosa-intercultural genere tal nivel de conversación es revelador del nuevo poder del entretenimiento como campo de batalla social.
Como bien dice Foster: “No todos deberían tener su opinión publicada. Pero igual lo harán. Nosotros podemos escuchar, aprender, y ajustar. Así es contar historias hoy.”
¿Y ahora qué?
A medida que Netflix evalúa el interés en una tercera temporada, queda claro que Nobody Wants This ha trascendido su formato. No es solo una comedia romántica más. Se ha convertido en un caso de estudio sobre cómo contar historias de fe, amor, identidad y tradición sin encajar perfectamente en ninguna etiqueta.
Aunque imperfecta, es una serie que se atreve—y en eso, ya ha ganado.