¿Tormentas o trauma climático? Nueva Zelanda y Filipinas exigen justicia frente al caos meteorológico
El aumento de fenómenos extremos reaviva las demandas globales por justicia climática y la responsabilidad corporativa
El viento como señal de advertencia
Nueva Zelanda ha vivido en carne propia, en apenas una semana, la violencia del clima extremo. Con ráfagas de viento que alcanzaron hasta 230 km/h, más de 200 vuelos cancelados, cortes masivos de electricidad y cierre de vías y centros educativos, la nación pareció estar al borde del colapso meteorológico. Para muchos, estos eventos no son meras anomalías del clima, sino síntomas de un problema mayor: el cambio climático.
Las "alertas rojas" emitidas por el servicio meteorológico neozelandés, MetService, para diversas regiones, son extremadamente inusuales. Prueba de la gravedad del peligro. Mientras que el lunes pasado la caída de una rama acabó con la vida de un hombre en Wellington, este nuevo golpe meteorológico dejó una estela de caos material pero, afortunadamente, sin muertes reportadas.
El clima arrasa con el derecho a manifestarse
El caos climático no solo impactó las infraestructuras. Coincidió con una huelga masiva de trabajadores de salud y educación, descrita como una de las más grandes en décadas en Nueva Zelanda. Más de 100,000 trabajadores dejaron sus puestos durante cuatro horas para exigir mejoras salariales y laborales.
Pero en muchas regiones, las huelgas fueron invisibles. Literalmente arrastradas por los vientos. Aun así, miles marcharon en Auckland y Hamilton, y muchas áreas menos afectadas permitieron que la protesta no se perdiera entre las ramas caídas. La protesta fue significativa: médicos, enfermeros, maestros, dentistas y trabajadores sociales unidos por una causa común. Según los sindicatos, el detonante fue el deterioro de los servicios públicos, agravado por una crisis de gasto público y una diáspora de profesionales hacia Australia, seducidos por mejores salarios y menor costo de vida.
Desastres que cruzan el mar: Filipinas y el caso Odette
Mientras los neozelandeses lidian con la furia eólica, en el sudeste asiático una gran tormenta aún causa estragos legales y emocionales. Seis años después del super tifón Odette (Rai), un grupo de casi 70 filipinos busca hacer historia: demandar a la petrolera Shell en el Reino Unido por las consecuencias mortales del fenómeno.
Odette causó más de 400 muertes y fue uno de los desastres naturales más costosos en la historia de Filipinas. Las víctimas aseguran que la intensidad del tifón fue amplificada por el cambio climático causado, en parte, por las emisiones históricas de Shell. Respaldados por organizaciones como Greenpeace Filipinas y el Centre for Environmental Policy del Imperial College de Londres, han enviado una “Carta previa a acción legal” a la compañía. Si no obtienen respuesta satisfactoria, planean presentar la demanda formal en diciembre.
La ciencia y el precedente legal
La base legal de su demanda es una serie de estudios científicos que vinculan directamente los extremos meteorológicos con las emisiones. El investigador Ben Clarke sostiene que las lluvias intensas y los vientos extremos de Odette fueron exacerbados por el cambio climático.
Este caso tiene resonancia global. Según el Grantham Research Institute, el año pasado se presentaron al menos 226 demandas climáticas en el mundo, y se están rastreando casi 3,000 en 60 países. La mayoría ha fracasado en atribuir responsabilidad directa a compañías individuales. Pero eso podría empezar a cambiar.
Shell se defiende
Shell ha respondido argumentando que no tiene una responsabilidad legal específica por estos fenómenos y que está transformando su modelo hacia "combustibles con menos carbono". Sin embargo, estudios como los manejados por InfluenceMap indican que Shell ha contribuido con aproximadamente un 2.1% de las emisiones globales históricas, colocándola entre las corporaciones más contaminantes desde el inicio de la Revolución Industrial.
La lucha por la justicia climática
"Tenemos que hablar, tenemos que luchar por nuestros derechos", dice Trixy Elle, una de las demandantes filipinas que planea asistir a la próxima cumbre climática COP30 en Brasil. Su objetivo no es sólo obtener compensación económica, sino también visibilizar cómo los países en desarrollo son quienes más sufren los efectos del consumo y las decisiones energéticas del mundo desarrollado.
El caso Otette podría convertirse en un precedente clave en la jurisprudencia internacional climática. En lugar de enfocarse en daños futuros hipotéticos, este presenta daños pasados concretos, con víctimas reales y responsables probables.
¿Fenómenos extremos o síntomas de una enfermedad mayor?
Nueva Zelanda y Filipinas no son excepciones. El mundo ha experimentado un aumento sin precedentes en la frecuencia e intensidad de fenómenos naturales extremos: incendios, huracanes, olas de calor, inundaciones. Solo en la última década, el número de desastres naturales se ha duplicado si se compara con los años 80, como señala la ONU a través de su Emissions Gap Report.
En los últimos años, el impacto climático ha dejado de ser una predicción para convertirse en experiencia vivida: lo han sentido los neozelandeses al perder techos y vuelos, lo han sufrido los filipinos al perder casas y seres queridos. La conexión entre acción humana e impacto natural es ya un consenso científico, el siguiente paso es definir la responsabilidad moral y legal.
El precio de la inacción
Aunque Nueva Zelanda es históricamente vista como un país con políticas ambientales fuertes, el hecho de que haya enfrentado tormentas tan severas solo enfatiza que ningún rincón del mundo está a salvo. Al mismo tiempo, las demandas contra corporaciones como Shell muestran un nuevo frente en la batalla climática: el frente judicial.
Este es el nuevo lenguaje del clima: no solo pronósticos, sino demandas, huelgas y responsabilidad. Tal vez el viento furioso que azotó Wellington no solo arrastró árboles, sino que también abrió una conversación global sobre quién paga por el cambio climático.
¿Qué sigue?
Los próximos años definirán si los sistemas judiciales del mundo están listos para enfrentar la realidad climática. ¿Será Shell culpable por Odette? ¿Tendrá que responder ante los sobrevivientes? ¿Servirán estas tormentas como catalizadores para una transformación legal y económica más verde?
Mientras tanto, miles de personas seguirán marchando, escribiendo, demandando e incluso reconstruyendo, desde los escombros del viento o la memoria del agua, un futuro con menos sufrimiento y más justicia climática.