Bombardeos, táctica y política: ¿Qué busca EE.UU. con su despliegue militar frente a Venezuela?

El aumento de operaciones con bombarderos B-1B y otras fuerzas en el Caribe reavivan el debate sobre los verdaderos objetivos de EE.UU. en América Latina

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Una demostración de fuerza estratégica frente a la costa de Venezuela

El 24 de octubre, dos bombarderos supersónicos B-1B Lancer, las aeronaves no nucleares con mayor capacidad de carga del arsenal estadounidense, sobrevolaron el Caribe hasta alcanzar las costas venezolanas. Este evento, que parece parte de un ejercicio de entrenamiento, se suma a una serie de maniobras militares en la región que han despertado interrogantes sobre las verdaderas intenciones de Estados Unidos, especialmente en momentos donde el régimen de Nicolás Maduro enfrenta aún sanciones internacionales y una frágil legitimidad ante el mundo.

La operación ha sido descrita por fuentes del Pentágono como una "demostración de ataque bomberil", y no es la primera de este tipo: la semana anterior se llevó a cabo una maniobra similar con bombarderos B-52 y cazas F-35B desde territorio estadounidense y bases en Puerto Rico. ¿Entrenamiento? ¿Disuasión? ¿Provocación? A continuación, presentamos un análisis completo sobre lo que está en juego.

El contexto geopolítico: Maduro, narcotráfico y sanciones

Cuando observamos el contexto, es imposible desligar estos movimientos de las constantes tensiones entre Washington y Caracas. Nicolás Maduro aún enfrenta cargos por narcoterrorismo en EE.UU., formulados en 2020 bajo el gobierno de Donald Trump. La acusación sostiene que el gobierno venezolano estaría involucrado en una red de tráfico de drogas hacia Norteamérica, lo cual ha sido una justificación recurrente para las operaciones militares estadounidenses en aguas del Caribe.

Tal como declaró Trump en la Oficina Oval: “No estamos contentos con Venezuela por muchas razones. Las drogas son una de ellas.” Bajo esa premisa, desde septiembre la operación militar ha atacado presuntas embarcaciones con cargamentos ilícitos tanto en el mar Caribe como en el Pacífico oriental.

“Operaciones letales” y geopolítica regional

Hasta la fecha, el Secretario de Defensa, Pete Hegseth, ha confirmado al menos nueve ataques letales, con un saldo de al menos 37 muertos. Dos de estos ataques ocurrieron en aguas del Pacífico, lo que indica una expansión del área de influencia en operaciones de interdicción.

Hegseth fue todavía más lejos al comparar el enfoque actual con la “guerra contra el terrorismo” declarada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001:

“A estos grupos los trataremos como tratamos a Al-Qaeda. Los encontraremos, rastrearemos sus redes, los cazaremos y los eliminaremos.”

El lenguaje utilizado se asemeja al empleado en conflictos armados tradicionales, lo cual es preocupante si se considera que este despliegue se produce sin una declaración formal de guerra ni autorización explícita del Congreso, aunque Trump sostuvo que “tiene la autoridad legal” para llevar a cabo estas acciones.

El despliegue: más allá de los bombardeos

La presencia militar estadounidense frente a las costas venezolanas es considerable y comprende:

  • Ocho buques de guerra
  • Aeronaves de patrullaje marítimo P-8
  • Drones MQ-9 Reaper
  • Escuadra de cazas F-35B estacionados en Puerto Rico
  • Un submarino no identificado en aguas del Atlántico sur

Todo este conjunto táctico genera un mensaje claro: presión estratégica y capacidad de ataque inmediato.

¿Qué busca realmente Estados Unidos?

Si bien públicamente Estados Unidos habla de lucha contra las drogas, el momento y el despliegue hacen difícil ignorar la conexión política. Expertos en seguridad y relaciones internacionales han señalado que estas maniobras también funcionan como una advertencia velada a otros actores regionales y globales como Rusia, Irán o China, quienes han incrementado su presencia diplomática y económica en Venezuela.

Desde 2018, Venezuela ha recibido apoyo militar simbólico por parte de Rusia, incluso ejercicios con cazas Sukhoi. Además, el respaldo económico vinculado a proyectos petroleros y mineros por parte de China ha generado tensiones con Washington, que ve esto como un intento de expansión geoestratégica en su propio hemisferio.

El precedente de la invasión de Panamá y otras intervenciones

Cuando observamos la historia estadounidense en América Latina, este tipo de despliegues rara vez se limitan a ejercicios. El caso clásico fue la invasión a Panamá en 1989, cuya justificación también fue una mezcla de lucha antidrogas y restauración de la democracia. Otra operación similar fue la invasión de Granada en 1983, ambas ejecutadas sin dificultad militar pero con profundas consecuencias diplomáticas.

En 2020, algunos analistas insinuaban que Trump podría considerar una opción militar directa en Venezuela para capitalizar políticamente ante una elección compleja. Si bien la invasión abierta no ocurrió, la narrativa no ha desaparecido.

El papel del Congreso y la legalidad constitucional

Una preocupación importante es la falta de supervisión legislativa. La Constitución estadounidense da al Congreso la autoridad para declarar guerras, pero varios presidentes han utilizado resoluciones ambiguas o la llamada “Autoridad para el Uso de la Fuerza Militar” (AUMF) para llevar a cabo operaciones militares unilaterales.

Trump ha declarado abiertamente que pedirá apoyo al Congreso sólo cuando se trate de acciones terrestres. Una reinterpretación peligrosa, según críticos que señalan que este tipo de iniciativas puede sentar un precedente de escaladas no autorizadas.

¿Y Venezuela? Reacción oficial y silencio estratégico

El gobierno de Nicolás Maduro ha mantenido una postura de silencio relativamente mesurado, sin responder con acciones visibles al aumento de la presencia militar estadounidense. Sin embargo, en medios oficiales venezolanos se ha hecho eco del “carácter beligerante y colonialista” de EE.UU. y se ha hablado de acciones de provocación.

Dado el frágil estado de las fuerzas armadas venezolanas —parcialmente debilitadas por deserciones, sanciones económicas y escasa inversión—, es probable que el gobierno prefiera no responder militarmente, especialmente dado el desequilibrio de poder.

¿Qué dice América Latina?

Si bien la mayoría de los países de la región han evitado pronunciarse directamente, algunos gobiernos como el de México y Argentina han reiterado su llamado a la negociación política y a evitar “acciones unilaterales que violen la soberanía”. Organismos como la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) y el Grupo de Puebla han cuestionado estas demostraciones militares.

Conclusión provisional: ¿Intervención o disuasión?

Lo cierto es que EE.UU. ha desplegado su músculo militar usualmente asociado a conflictos de alta intensidad frente a una nación con la que no está en guerra, pero a la que acusa de tráfico de drogas y amenaza regional.

La situación, al mismo tiempo, deja una ventana abierta: puede ser una estrategia de disuasión que busca sofocar el apoyo extranjero al régimen de Maduro o un preludio inquietante a un conflicto de mayor escala que afectaría toda América Latina.

Frente a este panorama, la pregunta sigue abierta: ¿cuánto estamos dispuestos a normalizar el uso de bombarderos estratégicos y submarinos nucleares no en guerras formales, sino como instrumentos diplomáticos de presión?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press