Cuando los mensajes privados arruinan carreras públicas: el lado oscuro del poder y los smartphones
Una mirada crítica a cómo los mensajes y chats privados de figuras públicas se han convertido en armas de doble filo, revelando tanto su autenticidad como sus peores impulsos
En el siglo XXI, el teléfono móvil no solo te conecta al mundo, también puede ser el verdugo silencioso de una carrera política. Lo que antes podía quedarse en rumores, ahora permanece en capturas de pantalla, en mensajes de chat y cadenas de textos que ofrecen una ventana cruda y sin filtros a los pensamientos privados de quienes luchan por el poder.
El smartphone como enemigo íntimo
A medida que los smartphones se han vuelto omnipresentes, también lo han hecho las filtraciones de mensajes vergonzosos, discriminatorios o violentos por parte de funcionarios públicos o aspirantes a líderes. Las consecuencias no se han hecho esperar: dimisiones, campañas truncadas, reputaciones destrozadas. ¿El arma del crimen? A menudo, una pantalla iluminada con un chat de Telegram o Signal.
Tal es el caso de Paul Ingrassia, nominado por Donald Trump para la Oficina del Consejero Especial. Su candidatura colapsó tras la filtración de mensajes de texto donde hablaba de un “rasgo nazi” y proponía eliminar el feriado de Martin Luther King Jr. “al infierno”.
Y no fue un caso aislado. Una investigación de Politico reveló un grupo de Telegram conformado por jóvenes líderes republicanos en el que se compartían mensajes racistas, violentos y profundamente perturbadores. Como resultado, al menos siete de ellos perdieron sus empleos. La era digital no perdona errores, ni privados ni públicos.
La autenticidad brutal de lo privado
Textos como estos ofrecen “una mirada tan cercana como se puede tener a los verdaderos pensamientos de los poderosos cuando creen que nadie los está observando”, afirmó Alex Burns, editor ejecutivo senior de Politico.
Estos mensajes son lo que él llama un último bastión de autenticidad involuntaria. Algo similar ocurrió hace décadas, cuando el presidente Richard Nixon grabó sus conversaciones en la Casa Blanca, introduciendo frases como “expletive deleted” (expresión censurada) al léxico político estadounidense.
Ni la tecnología puede ocultar la mala educación
Diferentes expertos señalan que muchas personas pierden el filtro moral y social cuando escriben en un chat. Cal Newton, profesor de informática en la Universidad de Georgetown, explica que nuestro cerebro no procesa un texto en pantalla como si fuera una conversación cara a cara. La falta de respuesta inmediata o reacciones visuales facilita que se deslicen impulsos oscuros o exageraciones sin medir consecuencias.
Lo irónico es que incluso con la amenaza constante de que todo puede ser capturado y difundido, muchos políticos siguen actuando como si sus palabras nunca salieran de ese círculo cerrado. “Si alguna vez se filtra esto, estamos fritos”, escribió uno de los jóvenes republicanos involucrado en la ya infame cadena de Telegram.
Sarah Kreps, profesora en la Universidad de Cornell, lo compara con los escándalos sexuales que han derribado carreras políticas. “Todos ven los ejemplos y aún así piensan ‘eso no me pasará a mí’”, dijo. Es una mezcla de arrogancia, imprudencia y una peligrosa sobreestimación de la privacidad digital.
¿Qué es realmente noticia en los chats privados?
La línea que separa la vida privada de la pública puede ser difusa, pero los medios cada vez tienen más claro qué merece ser expuesto. Burns insiste en que Politico evalúa cuidadosamente la relevancia de cada historia antes de publicarla, priorizando lo que realmente afecta al bien público.
“No estamos lanzando cualquier cosa vulgar o embarazosa”, explicó. “Publicamos cuando el contenido tiene valor noticioso claro y explicamos por qué creemos que importa más allá de ser simples desahogos privados.”
El caso del demócrata Jay Jones sirve como referencia. En 2022, antes de su candidatura a fiscal general de Virginia, envió a un excolega mensajes temibles como “debería recibir dos disparos en la cabeza”, refiriéndose al republicano Todd Gilbert, y fantaseó con la muerte de sus hijos. Cuando esto salió a la luz, Jones pidió disculpas, sin negar la veracidad de los mensajes. El daño, no obstante, ya estaba hecho.
La guerra entre credibilidad y manipulación digital
Hoy en día, otro desafío para el periodismo es probar la veracidad del contenido filtrado, especialmente en una era donde con inteligencia artificial se puede falsificar casi cualquier cosa. Las defensas habituales pasan por frases como “eso es falso” o “fue sacado de contexto”.
Edward Andrew Paltzik, abogado de Ingrassia, se refugió tras este argumento: “En esta era de IA, autenticar mensajes supuestamente filtrados, que posiblemente sean manipulados o carentes de contexto crítico, es extremadamente difícil.”
Para contrarrestar estas dudas, medios como Politico comparten detalles del proceso de verificación. En la historia sobre Ingrassia, entrevistaron a otros miembros del grupo, confirmaron números telefónicos y cotejaron el material completo con múltiples fuentes para garantizar su autenticidad.
Las nuevas reglas del juego periodístico
¿Los mensajes eran off the record? ¿Hubo consentimiento explícito? Estas son algunas preguntas que periodistas como Anna Bower, de Lawfare, responden cuidadosamente. Ella reveló que la fiscal Lindsey Halligan, envuelta en un caso de alto perfil, le escribió en Signal para quejarse de su cobertura. Halligan luego alegó que su mensaje era confidencial.
Bower explicó entonces una regla fundamental del periodismo: si no se pacta explícitamente que algo será “fuera de registro”, se asume que todo está grabado para publicación. Esto tampoco es nuevo, pero parece que lo olvidamos con frecuencia.
Una vigilancia constante y una ética renovada
Jeffrey Goldberg, editor en jefe de The Atlantic, recordó su sorpresa cuando fue incluido en una cadena de Signal que discutía “acciones militares” con figuras políticas relevantes. Al principio pensó que era una broma, pero acabó saliéndose del chat tras verificar su seriedad y reportarlo.
Estos episodios no solo levantan interrogantes sobre la responsabilidad y transparencia de quienes nos representan. También exigen que los medios refuercen sus sistemas éticos y metodologías de verificación, dado que el campo es cada vez más turbio.
Como bien dijo Alex Burns: “La carga está siempre en nosotros para demostrarle al lector por qué creemos con certeza que este material es auténtico.”
¿Qué nos dice esto sobre nuestro futuro político?
Más allá de lo anecdótico, lo que emerge de estos casos es un patrón preocupante: la disociación entre la imagen pública de un político y sus verdaderos pensamientos cuando está entre correligionarios y pantallas.
No es una diferencia menor. Es ahí, en la espontaneidad, donde los ciudadanos descubren la fibra moral de quienes pretenden liderar los destinos nacionales. No se trata de puritanismo digital, sino de establecer mínimos de decencia y coherencia ante el servicio público.
Y mientras más líderes caigan por la lengua rápida de sus pulgares, más ciudadanos exigirán que la verdad no se esconda tras sonrisas estudiadas, sino que se mantenga visible, aunque duela. Porque en un mundo hiperconectado, las máscaras digitales también se rompen.
